En marzo de 1998 Zoilamérica Ortega, hijastra del actual presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, decidió denunciar a su padrastro ante la justicia y la opinión pública. No fue fácil decidirlo, pero finalmente lo hizo. Protegida por instituciones de derechos humanos presentó ante la justicia de Nicaragua un escrito de cuarenta páginas en donde narra el infierno que le tocó vivir con un padrastro siniestro que desde los once años la sometió a las más diversas depravaciones.
El texto no es novelesco, mucho menos sensacionalista, por el contrario es de un realismo descarnado y doloroso, un recorrido por el infierno de las más sórdidas tortuosidades sexuales. A Zoilamérica no se le privó nada. Un comandante sandinista no ahorra talento en estas fajinas. Las escabrosidades se iniciaron en 1979 en el exilio de Costa Rica y a las pocas semanas de la formalización de la relación con su madre, Rosario Murillo. Después, la sesiones continuaron en Managua adonde los Ortega regresaron luego del derrocamiento de Somoza y el triunfo de la revolución sandinista.
La niña Zoilamérica pasó desde la incertidumbre y las zozobras de los domicilios clandestinos a ser la hija del hombre más poderoso de Nicaragua, el hombre que todas las noches la visitaba en su dormitorio y la iniciaba en las más sórdidas truculencias sexuales. Ahora los Ortega vivían en una mansión lujosa con autos de marca en la puerta, choferes, guardia personal y servidumbre a disposición, pero a la llegada de las sombras el mismo hombre que la visitaba en Costa Rica ahora la visitaba en su amplio y privado cuarto de Managua con ese ventanal que le permitía apreciar la gigantesca sigla del FSLN estampada en el cerro Masatepe.
La denuncia de Zoilamérica fue un escándalo, incluso para un país como Nicaragua acostumbrado desde los tiempos del somocismo a los escándalos sexuales, una práctica que los sandinistas van a emular y en más de un caso superar. Para 1998, Ortega hacía ocho años que había perdido el poder derrotado en las urnas por Violeta Chamorro, una derrota que incluyó la derrota ética del sandinismo original, porque la pérdida del poder dio lugar al escandaloso festival de corrupción abierto por los jerarcas sandinistas, proceso popularmente conocido como “la piñata”, es decir, la transferencia de los recursos del estado para los bolsillos de los muy combativos comandantes sandinistas.
Ortega volvió al llano en 1990, pero intentó regresar al poder seis años después y fue derrotado por el conservador Arnaldo Aleman. O sea, que al momento de la denuncia de Zoilamérica, Ortega supuestamente carecía de poder, aunque enseguida demostrará que el poder real se lo puede ejercer sin necesidad de ocupar cargos políticos, una habilidad que Ortega desarrollará a niveles de “exquisitez” convocando para su proyecto político a enemigos jurados de otros tiempos, al punto que cuando regrese al poder en 2007 la fórmula presidencial se integrará con Jaime Morales Carazo, jefe de los “contras”, los grupos armados financiados –según se decía- por Reagan.
No concluyen allí los cambios de Ortega. Si en 1979, cuando inicia su romance con Rosario Murillo, el sacerdote que los casa es Gaspar García Laviana, cura guerrillero muerto en uno de los enfrentamientos con la Guardia Nacional, en 2005 el casamiento, con todo el protocolo y el boato del caso, lo celebrará el cardenal Miguel Obando y Bravo, el mismo que fuera denunciado hasta el cansancio por Ortega como un cura pagado por el imperialismo para derrotar a los herederos de Sandino.
Conclusión: más allá de los escándalos, de las críticas indignadas de dirigentes sandinistas como Ernesto Cardenal y Sergio Ramírez, quienes lo consideraron un traidor a los ideales del sandinismo, Ortega se las ingenió para que la justicia declare prescripta la causa presentada por Zoilamérica , mientras el parlamento rechazaba los pedidos de desafuero.
El escándalo de una hijastra denunciando a su padrastro de abusos y violaciones, adquirió una singular vuelta de tuerca porque la madre de Zoilamérica, Rosario Murillo, no solo que declaró que nunca vio nada que le llamase la atención durante casi veinte años, sino que no tuvo reparos morales o maternales en calificar a su hija de mitómana y cómplice de los enemigos de la revolución sandinista.
Rosario Murillo es sobrina nieta de Sandino, estudió años en Europa, escribe poemas, pero ninguna de esas virtudes alcanzaron para defender a su hija del sátrapa que como un vampiro insaciable la visitaba casi todas las noches. En el texto presentado ante la justicia, Zoilamérica relata la pesadilla que representaba para ella escuchar los pasos de sus botas, reconocer desde la puerta su pantalón militar y su camisa verde oliva de guerrillero. Dolorosas e insólitas paradojas de la vida. En los actos públicos esa indumentaria verde oliva se presentaba como el símbolo de la lucha contra la dinastía de los Somoza, la expresión de la rebeldía y la libertad, mientras que ese guerrillero heroico que se lucía en las marchas y en los palcos, luego regresaba a su casa e irrumpía en el cuarto de su hijastra.
¿Cual es el verdadero rostro de Ortega? ¿El del líder guerrillero, el predicador del hombre nuevo y la esperanza de una sociedad más justa? ¿O el sigiloso y morboso macho cabrío que somete sexualmente a una niña de doce años? ¿Donde está la verdad de Ortega? “Todo esto da mucho asco”, escribió una vez un gran escritor. Y, lo da más allá de la prescripción de la causa; más allá de que después de todo lo que pasó, los nicaragüenses, un porcentaje importante, decidió votarlo para presidente de la nación tres veces.
Veinte años duró el calvario de Zoilamérica. En ese tiempo la niña creció, se hizo mujer como pudo, estudió, viajó por el mundo, en algún momento se casó y tuvo hijos, pero la dependencia enferma con su padrastro se mantuvo intacta. Pesadillas, insomnios, náuseas, internaciones en clínicas psiquiátricas no lograban liberarla de esa suerte de vampiro que la mantenía atada a su lascivia. “Todo esto da mucho asco”.
Como da asco el sistema de poder construido, consolidado estos últimos años con la integración de Rosario Murillo a la fórmula presidencial, una integración política que sincera la clave del poder y para más de un observador transforma a Ortega en algo así como un príncipe consorte, porque el ejercicio real del poder estaría en manos de doña Rosario. No deja de ser sintomático y hasta grotesco que la mujer que abandonó a su hija a la lujuria de su capanga, que la descalificó y la consideró una mitómana, sea hoy la presidente de la Fundación Promoción del Amor. una iniciativa que hubiera encantado a George Orwell.
Zoilamérica ahora vive en Costa Rica, escribe, publica, es una severa crítica del régimen de poder liderado por Ortega y su madre. Zoilamérica nunca olvida el calvario que debió atravesar y enterada de lo ocurrido a Thelma Fardín en Nicaragua no solo expresó su solidaridad con ella, sino que destacó la ironía que significa que este escándalo ocurra en un país cuyo presidente fue denunciado por abusos y violaciones y la causa se archivó en el rincón de los papeles viejos.