Estaban condenados a muerte. Y ambos lo sabían. El camino de la grieta, cimentado de manera temeraria por Cristina y fortalecido por el doble discurso de Macri a lo largo de los años, parecía conducir de manera indefectible al camino del suicidio de sus protagonistas centrales.
Cristina Fernández fue la primera en reconocerlo. El sábado 18 de mayo, a través de su cuenta de Twitter, publicó un cinematográfico video a través del cual sacudió el tablero político y anunció que su compañero de fórmula en las elecciones de 2019 sería Alberto Fernández, quien iría por la Presidencia de la Nación.
En la Semana de Mayo, reflexiones y decisiones. Sinceramente Cristina.https://t.co/UWoQq5CDH9
— Cristina Kirchner (@CFKArgentina) 18 de mayo de 2019
Así, la mujer de los votos fieles, la dirigente que gobernó la Argentina con mano firme durante ocho años; se reservaba un supuesto papel secundario como candidata a vicepresidente.
Sus más creyentes adeptos seguramente vieron en esta decisión una suerte de renunciamiento histórico en nombre de un proyecto inconcluso, que requiere de sacrificios personales para alcanzar las últimas y más preciadas metas.
Para el resto, se trató de una jugada práctica e inteligente, tendiente a impedir una derrota casi asegurada de Cristina Fernández en segunda vuelta, cualquiera fuera el contrincante de turno.
La movida del kirchnerismo sumió al gobierno en un estado de deliberación crítica y preocupación profunda.
La supuesta “contaminación” de Cristina merced a su acercamiento a un kirchnerista “imperfecto” como Alberto Fernández, logró el objetivo buscado: una Cristina blanda junto a un hombre de diálogo y buenas relaciones con gran parte del peronismo, terminarían por inclinar la balanza en a favor de la ex presidenta. La crisis económica, la incertidumbre sobre la gobernabilidad futura y los errores groseros en la comunicación del gobierno, se encargarían del resto.
El macrismo comprendió, entonces, que se había quedado solo en este juego suicida del todo o nada. Ahora, las posibilidades de una derrota casi asegurada en segunda vuelta –o en primera- se recostaban sobre las espaldas de Mauricio Macri.
La grieta Cristina-Macri, Macri-Cristina estaba fisurada.
Y entonces, para el gobierno llegó el momento de aceptar que la estrategia del todo o nada comenzaba a perder su razón de ser. No existe “grieta renga”. Sin Cristina, ya no habría Macri posible.
El martes 11 de junio, cuatro minutos después de las cuatro de la tarde y también a través de Twitter, Mauricio Macri confirmaba que el peronista Miguel Angel Pichetto lo acompañará en la fórmula como candidato a vicepresidente.
Para todo esto necesitaremos construir acuerdos con mucha generosidad y patriotismo donde todos los argentinos que compartan estos valores aporten desde su lugar. Por todo esto quiero anunciarles que Miguel Ángel Pichetto me acompañará como candidato a vicepresidente de la Nación
— Mauricio Macri (@mauriciomacri) 11 de junio de 2019
La grieta Cristina-Macri, Macri-Cristina, había muerto. Sus dos protagonistas centrales comprendieron al fin que esta construcción que en algún momento les resultó ventajosa, comenzaba a transformarse en un camino sin salida. De seguir por ese rumbo, ambos corrían el riesgo de suicidarse.
La incorporación de Pichetto a Cambiemos logró un primer efecto: el regreso de un sector de votantes desencantados que en 2015 habían votado por Macri, pero que en estos momentos comenzaba a buscar con avidez alguna alternativa que oxigenara la política argentina.
Estos cambios en el tablero terminaron por debilitar a la ya endeble construcción encarnada por Roberto Lavagna, Juan Manuel Urtubey, el socialismo santafesino y el GEN de Margarita Stolbizer.
Con una grieta que agoniza, las alternativas deberán esperar. Y en ese proceso, en todo caso, demostrar que se sostienen sobre bases más sólidas que estos principios de acuerdo que lucen todavía demasiado frágiles.
A partir de ahora, entonces, la siniestra grieta que atravesó a la Argentina de los últimos 12 años, comienza a mutar y a convertirse en otra cosa: la polarización.
De manera inesperada y con sorprendente celeridad, los acontecimientos de los últimos tiempos terminaron reacomodando el tablero político del país.
Ya no detrás de nombres, ni de partidos políticos, sino de diversos sectores que, a pesar de sus diferencias, mantienen entre sí coincidencias básicas sobre cuál debería ser el perfil de país, su lugar en el mundo, el funcionamiento de las instituciones, el modelo de Estado, los principios de la economía.
Quizá sea aventurado por el momento hablar de coaliciones de centroderecha y de centroizquierda. Es que, en una Argentina siempre titubeante e impredecible, suena a demasiado ambicioso. Por el momento, con que existan coincidencias básicas parece suficiente y saludable.
Qué hará Perotti
Fiel al estilo argentino, este proceso de reacomodamiento político transcurre a una velocidad inusitada. Y en este contexto, en la provincia de Santa Fe acaba de producirse un hecho clave: luego de 12 años, el peronismo regresa al poder de la mano de Omar Perotti, un hombre que supo contener a sectores con miradas divergentes a lo largo de la campaña y que, a partir de ahora, deberá probar que está en condiciones de seguir haciéndolo en el ejercicio del gobierno de la provincia.
En este realineamiento de la política nacional, nadie se atrevió a festejar con demasiada efusividad el triunfo del rafaelino en Santa Fe.
Es que resulta un enigma saber qué harán los votantes de Perotti. Cuántos se volcarán por la fórmula Fernández-Fernández y cuántos optarán por Macri-Pichetto en las próximas elecciones nacionales.
A diferencia de lo que sucede en algunas otras provincias, el electorado santafesino suele decidir con independencia.
Aun así, de lo que no hay dudas es que, tanto uno como otro sector, intentarán acercar a sus filas al nuevo gobernador de Santa Fe. Buscarán, al menos, un guiño de este político que supo cultivar buenas relaciones con referentes de ambos márgenes de la polarización.
Será, entonces, una buena oportunidad para observar cuál es su cintura política, de qué manera se posiciona en lo personal frente a esta disyuntiva y, sobre todo, cómo defenderá los intereses de la provincia que deberá conducir durante los próximos cuatro años.
Esto será, en definitiva y a partir de ahora, lo más importante.