Este martes, Hugo Oldani (66) estaba en su agencia de turismo en el microcentro, cuando encontró la muerte a manos de tres delincuentes que quisieron asaltarlo y lo balearon.
Su muerte desencadenó la indignación de vecinos y comerciantes, y el estupor de sus seres queridos y conocidos: todos lo describen como una excelente persona.
Karina Calle, sobrina de Hugo, decidió despedirlo con una conmovedora carta. Aquí, el texto completo:
"Cuando yo nací el tenía 17 años y empezaba a noviar con mi tía Moni. No hay un momento de mi vida en el que no haya estado, nací conociendo su amor. Fui su excusa para las escapadas a la plaza de esos dos jóvenes. Me llevaban a todos lados. Tengo una foto suya enseñándome a caminar, esa pose típica en la que un adulto acompaña agarrando de las dos manos en alto a una beba de 10 meses. Así me enseñó a caminar en la vida, solo con la imitación de su honestidad, de sus pasos como hombre de bien.
Amaba los parques de diversiones y ahí íbamos cada vez que llegaba uno a Santa Fe. Otra vez fui su excusa para volver a sentirse niño por un rato, y él fue quien me regaló los mejores recuerdos de mi niñez. Con 5 años nos subía al zamba o a la montaña rusa, así también me enseñó a enfrentar los miedos. Lo mismo en la pileta de La Tatenguita, me tomaba de la mano y me llevaba a tocar el fondo, cinco metros abajo. Ya más grande, me agarraba de la cabeza y me hundía. Se reía, me reía. Mi tío el compañero de aventuras. El del humor raro, el acorazado que tenía un corazón de oro. El que la semana pasada me mandó un whatsapp para recomendarme una serie de Netflix porque compartíamos los mismos gustos. El que trabajó en la misma galería Rivadavia desde los 18 años, primero con su papá, después solo. Sorteó crisis económicas que trabajando sin descanso superó. En los últimos años, se lo podía ver en la oficina haciendo dormir a su nieta, mientras mi prima, su hija, atendía a los pasajeros. Estaba disfrutando, estaba en un momento feliz. Amaba a su mujer, a sus hijos y a sus nietos, disfrutaba de amar. También de esperar a sus amigos con un asado, amaba la parrilla, carne, cordero, pescado. Amaba el buen vino y quedarse levantando la mesa fumando el primer y único cigarrillo del día, ese de la noche.
Hoy nos abrazamos todos, juntando los pedacitos de amor que nos dio. Nos van a alcanzar porque fueron muchos para que los recuerdos opaquen este dolor. Porque no hay nada en el mundo que nos quite eso, no hay nada en el mundo que nos impida agradecer el lujo de haberlo tenido en nuestras vidas. Eso no nos lo quita nadie.
Para lo demás, que no pudimos todavía asimilar, y a lo mejor nunca entender, no hay palabras. Porque nos lo robaron pero los recuerdos son nuestros."