Cuando era un jovenzuelo (en otro siglo, en otro milenio) solía pretender que no se me escapaba una. Con los ojos entornados, hablaba con suficiencia de películas enroscadas, de directores herméticos y poéticas encriptadas. Hasta que, un día, alguien me agarró guitarreando sobre un filme de Cronenberg sobre gente que se excita con choques de autos y el papelón me curó de aquella enfermedad típicamente juvenil.
Aprendí a no buscarle méritos a lo raro simplemente por ser raro. Hablando de cosas raras, en estos días, los críticos de cine que aún quedan, hacen cola para alabar “Pienso en el final”, la nueva película de Charlie Kaufman, celebrado guionista del cine arty, autor de éxitos como “¿Quieres ser John Malkovich?” y “Eterno resplandor de una mente sin recuerdos”.
Es una peli que hace culto al sinsentido, nada parece conectar con nada, la mayor parte de las cosas que narra carecen de denominadores comunes con los demás componentes de la trama… por momentos es una comedia negra, por momentos un drama existencial, finalmente un musical…
La peli, recientemente estrenada en Netflix, se ofrece como un artefacto poético e intelectualmente desafiante, con citas a Tolstoi, referencias cinéfilas para recontra cinéfilos y evocaciones a la física cuántica. Nada más y nada menos. Capas y capas de significantes que funcionan como los condimentos de un chef que busca ponerle onda a una sopa irremediablemente sosa. En las redes, la previsible grieta: “snobismo insoportable” versus “obra visionaria”. Ni tanto, ni tan poco. Simplemente no se entiende, Charlie.