En el instante en que Will Smith subió al escenario del Dolby Theatre de Los Angeles y golpeó a Chris Rock la 94ª entrega de los premios Oscar dejó de ser una celebración marcada por el humor y el glamour para convertirse en una autopsia. Lo que la Academia de Hollywood y los productores del show habían construido con paciencia durante meses en un intento por detener la estrepitosa caída en el rating de la entrega que se viene produciendo en los últimos años se desmoronó en un segundo. Por supuesto, las imágenes del incidente se hicieron virales, llovieron las bromas, los memes y las más disímiles interpretaciones, pero ese pico de violencia dejó expuestos algunos de los peores aspectos de la comunidad artística, empezando por el cinismo y la doble moral.
Si el chiste de Chris Rock estuvo fuera de lugar (bromeó sobre la cabeza rapada de Jada Pinkett-Smith cuando la esposa de Will Smith sufre de alopecia), la reacción del actor que poco minutos después ganaría el Oscar por su papel en “Rey Richard: Una familia ganadora” fue tan desmedida como injustificada. Y, cuando tras recibir la estatuilla intentó una suerte de disculpas en medio de un ataque de llanto y con un discurso bastante confuso y contradictorio, fue vitoreado por buena parte de la platea. Sin embargo, la reacción mundial fue tan adversa que la propia Academia de Hollywood se vio obligada a emitir casi de inmediato un comunicado condenando todo tipo de violencia.
El de Will Smith no solo fue un puñetazo a un colega sino un golpe bajo al público y a una ceremonia que sigue perdiendo el favor del público masivo. Hollywood no deja de vanagloriarse por su corrección política (ahí está el triunfo de “CODA: Señales del corazón” con sus intérpretes celebrando con lenguaje de señas), su diversidad (ahí está el discurso de Adriane DeBoise reivindicando su lugar de afrolatina queer) y sus causas humanitarias, pero en tiempos de guerra y de discursos del odio tuvo a uno de los actores más populares y queridos de la industria atacando en vivo a un comediante que, es cierto, habrá hecho un chiste inconveniente (de esos que abundan en las ceremonias de los Oscar), pero luego sorteó el mal trance con mucha elegancia, entereza y dignidad. Y, cuando la policía de Los Angeles se acercó para que presentara cargos contra Smith, Chris Rock prefirió no hacerlo. Así, Smith pasó la madrugada bailando con su estatuilla en la fiesta organizada por Vanity Fair y no detenido en una comisaría.
Además del ataque y los insultos de Smith, hubo una ceremonia que dejó un triunfador (Apple) y un gran derrotado (Netflix). Desde que se convirtió en la plataforma de streaming más exitosa del planeta, Netflix tenía la obsesión de ser el primer streamer en ganar el Oscar a Mejor Película. Estuvo a punto de lograrlo en 2019 con “Roma”, del mexicano Alfonso Cuarón, pero “Green Book: Una amistad sin fronteras” le arrebató a último momento la estatuilla. Lo de ayer fue mucho peor: tenía 29 nominaciones y solo obtuvo la de Mejor Dirección para Jane Campion por “El poder del perro”.
Y el hito histórico fue para Apple, que será una de las empresas más grandes del mundo, pero a nivel audiovisual tiene una plataforma (Apple TV+) de muy modesto suceso. Cuando en enero de 2021 sus ejecutivos desembolsaron en el Festival de Sundance la cifra récord (para ese evento) de 25 millones de dólares por los derechos mundiales de “CODA: Señales del corazón”, remake de la comedia francesa “La familia Bélier”, muchos analistas aseguraron que habían malgastado tanto dinero. Hoy, gracias a aquella inversión, se quedaron con el tan anhelado premio que la mucho más generosa billetera de Netflix aún no pudo sumar a sus vitrinas.
La ceremonia conducida por Amy Schumer, Wanda Sykes y Regina Hall intentó de forma casi desesperada conectar con el público. Arrancó con las hermanas Serena y Venus Williams sobre el escenario y un show de Beyoncé, tuvo homenajes a populares películas como “Pulp Fiction” / “Tiempos violentos”, “El Padrino” y la saga de James Bond, sumó un premio votado por el público en Twitter (ganó de manera sorpresiva la muy poco trascendente “El ejército de los muertos”, de Zack Snyder) y contó con la presencia de jóvenes estrellas como Zendaya o Timothée Chalamet, pero cualquier posible hallazgo parcial quedó luego sepultado por el apuntado “huracán Smith”.
Como datos a esta altura ya casi anecdóticos quedarán las seis estatuillas (todas en rubros técnicos) para “Duna”, la única de las diez nominadas en la categoría principal que había tenido un buen desempeño en la taquilla mundial, o el muy merecido triunfo de “Drive My Car”, extraordinaria película de tres horas dirigida por el japonés Ryusuke Hamaguchi sobre cuentos de Haruki Murakami, consagrada como Mejor Película Internacional.
Es que las buenas noticias que vienen regalando los Oscar (la apertura hacia el cine asiático con el boom iniciado con la coreana “Parasite” y ahora continuado por “Drive My Car” o el segundo triunfo consecutivo de una mujer en el rubro de dirección con el reconocimiento a la neozelandesa Jane Campion luego de que la china Chloé Zhao ganara el año pasado con “Nomadland”) quedaron eclipsadas por el affaire Smith y la hipocresía de una comunidad artística que suele levantar el dedo para denunciar los excesos de los demás, pero es incapaz de resolver puertas adentro sus propias miserias.