Al terminar el año, 5000 millones de personas tendrán acceso a internet en el mundo. A ese número, la UTI, agencia de información y telecomunicaciones de las Naciones Unidas, le proyecta que se sumarán otros 1000 millones en solo cuatro años que podrían navegar a velocidades hasta 10 veces mayores a la experiencia más rápida actual por la llegada de tecnologías como 5G. Con más de dos décadas conectados, más de 17 de esos años con celulares inteligentes y con el empujón que le dio la pandemia a la digitalización que avanza en los aspectos más diversos de nuestra vida, la incidencia de la conectividad en nuestras costumbres, profesiones y salud es el centro de un cuerpo creciente de investigaciones que advierten sobre la necesidad de reflexionar y generar un entorno más sano y planificado en esa conectividad que, para muchos, es casi permanente.
Lo que hoy nos convoca es pensar una tecnología más humana con foco en el bienestar de las personas. De hecho, los mismos usuarios nos encontramos muchas veces atrapados en un uso que advertimos nocivo, pero que no sabemos cómo modificar: desde la protección de datos personales, el consumo y difusión de información falsa, uso excesivo de redes sociales, conexión permanente y ansiedad, son solo algunos de los temas que saltan del mundo digital con un impacto real en nuestra calidad de vida y en nuestras relaciones. A partir del 2020, esta agenda salió del nicho tecnológico y se sentó en las conversaciones de sobremesa de todos. Pero, ¿a qué nos referimos exactamente cuando hablamos de bienestar digital? En el año 2019, un grupo de 32 científicos, académicos e investigadores se reunieron en la Conferencia Computer Human Interaction (CHI) en Glasgow, Escocia, con una pregunta central: ¿qué es el bienestar digital? Todos estuvieron de acuerdo en que se trata de mucho más que el tiempo que pasamos usando pantallas y propusieron una definición: “Es la medida en que una persona percibe que el uso de sus dispositivos digitales está alineado con sus objetivos a largo plazo. Incluye dominios de bienestar psicológico, educación, comunidad, salud, trabajo, medio ambiente y seguridad”. Jamás lo hubiera pensado en todas estas dimensiones de no haber leído ese trabajo.
Internet y las pantallas ubicuas nos llegaron a las manos sin un manual. Eso ha ocasionado una vida digital llena de posibilidades, pero también consumos problemáticos o desinformados que hoy necesitan un plan ad hoc. Vivir plenamente nuestro “ser digital” requiere un uso más intencional, crítico y equilibrado de la tecnología como herramienta para alcanzar nuestros diferentes objetivos. Ahora, es posible que se estén preguntando ¿Cómo sabemos si estamos usando las tecnologías de una manera saludable? Además de las emociones que experimentamos al usarla, existen algunos modelos que nos pueden ayudar a darnos cuenta. Dorian Peters, miembro del Leverhulme Center for the Future of Intelligence, desarrolló un modelo con diferentes esferas de la experiencia del usuario para medir o dar pistas de cómo nos sentimos al usar la tecnología. El modelo se llama METUX y es un modelo para unir la teoría psicológica de la autodeterminación (SDT) con la práctica del diseño tecnológico. METUX se puede utilizar para evaluar tecnologías con respecto al impacto en el bienestar.
El modelo se centra en la premisa, respaldada por la psicología, de que el bienestar psicológico humano está mediado por tres dimensiones clave: autonomía, es decir sentimiento de agencia al usar la tecnología, en donde se actúa de acuerdo con las metas y valores propios. La competencia, es decir sentirnos capaces y eficaces en el entendimiento de cómo funcionan y nuestra relación: es decir si nos sentimos conectados con los demás, con sentido de pertenencia, al utilizarlas. Tres claves para empezar a pensar juntos nuestra relación con la tecnología.
Aquí nos encontraremos todos los meses para trabajar y reflexionar esta parte de nuestro bienestar. Para intentar que las herramientas digitales se alejen de ser extractivas de nuestra atención y promotoras de ensimismamiento y sean, por el contrario, amplificadores de habilidades y medios que nos conecten cada vez más con los demás.