El universo es un lugar tan vasto que en él tienen cabida objetos de lo más raros y exóticos, objetos cuyas propiedades difieren tanto de lo que estamos acostumbrados en nuestro día a día que no parecerían regirse por las mismas leyes físicas que rigen la vida en la Tierra. Y sin embargo ahí están, mostrándonos precisamente qué ocurre cuando llevamos esas leyes al extremo
Uno de los objetos más extremos que conocemos son las estrellas de neutrones. Estos objetos, que no son realmente estrellas pues la fusión nuclear no tiene lugar en su interior, se forman tras la muerte de una estrella masiva en forma de explosión de supernova. Durante los últimos instantes antes de la explosión, se alcanzan tales presiones y temperaturas en el núcleo de la estrella que protones y electrones no pueden sino acabar combinándose para dar lugar a neutrones. De esta forma se crea un núcleo con una masa similar a la de nuestro Sol pero que apenas tiene unos kilómetros de diámetro y como consecuencia, tiene una de las densidades más altas de ningún objeto conocido, comparable a la de un núcleo atómico.
Estos objetos al comprimirse hasta casi romper las leyes de la física, ven su periodo de rotación acelerado. Esto ocurre por el mismo motivo por el que si un patinador que da vueltas con los brazos extendidos los cierra, acelera: por la conservación del momento angular. Esto lleva a estrellas que tardaban varias semanas en completar una rotación, a hacerlo en apenas unos segundos. Estas estrellas de neutrones estarán recorridas por campos magnéticos intensísimos que, sumados a su corto de periodo de rotación, harán que emitan potentes chorros de radiación desde puntos opuestos de su superficie. En ocasiones la dirección de esos chorros los llevará a alcanzar la Tierra y a ser detectados por nuestros telescopios. Esto es lo que se conoce como un púlsar.
Pero aún hay más, porque desde la década de los 80 conocemos de un tipo de púlsar que desafía aún más a las leyes de la física. Estos son los conocidos como púlsares de milisegundos, llamados así porque su periodo de rotación es de apenas unos milisegundos. Se conocen en la actualidad unos 200 de estos objetos, algunos de ellos en nuestra galaxia y otros fuera de ella, aunque la mayoría dentro de un cúmulo estelar. El púlsar más rápido observado hasta la fecha, conocido como PSR J1748-2446ad, completa unas 716 revoluciones por segundo. Esto, como podrás imaginar, es increíblemente rápido. En comparación, nuestro planeta necesita de 24 horas para completar una sola revolución. Algunos de estos púlsares rotan tan rápido, que su ecuador se mueve a un 20 % de la velocidad de luz.
Se estima que si un objeto con las características de una estrella de neutrones rotara unas 1 500 veces por segundo (apenas el doble que PSR J1748-2446ad) saltaría por los aires y que si rotara a más de 1 000 revoluciones por segundo, perdería más energía por las ondas gravitatorias que emitiría de la que podría conseguir mediante la acreción de material de otra estrella.
Así es, de hecho, como se forman estos púlsares de milisegundo, recibiendo material de una estrella vecina. La estrella de neutrones que acabará dando lugar al púlsar ultrarrápido se forma por el mecanismo habitual, como cualquier otro objeto de este tipo, formando parte de un sistema binario o no. Lo que sí es seguro es que antes de acelerarse hasta los extremos que hemos visto deberá conseguir una compañera. Es por este motivo que la mayoría de púlsares de este tipo se han observado en cúmulos estelares. En estos cúmulos la densidad de estrellas es muy alta, por lo que los encuentros entre dos estrellas son mucho más probables, y la captura de una estrella de neutrones por un sistema binario previo es algo que puede ocurrir con cierta probabilidad.