En algunas aulas de China, una especie de barandilla anclada al pupitre separa al niño de la mesa y mantiene a una distancia prudencial su vista del libro. En otros colegios, los niños llevan un sombrero con una bola que baila sobre el ala: si la pelotita se cae, significa que han agachado mucho la cabeza y se han acercado demasiado al cuaderno. Todas esas pintorescas iniciativas están pensadas para combatir el auge de la miopía, especialmente disparada en algunos países asiáticos y en expansión en todo el globo. Los expertos advierten de que, auspiciado por el abuso de pantallas y el descenso de actividad al aire libre, este defecto óptico no para de crecer y auguran que para 2050 la mitad de la población mundial tendrá miopía.
Esta afección es un trastorno común del enfoque visual debido a un agrandamiento del ojo. “Es un ojo que crece más de lo que le tocaría por edad. La longitud axial, que es la distancia entre la córnea y la retina, aumenta y el punto de enfoque está por delante de la retina [y no sobre ella]”, explica Silvia Alarcón, oftalmóloga pediátrica del Hospital Vall d’Hebron de Barcelona.
La longitud axial de un ojo sano suele ser de unos 23 milímetros, pero en uno miope puede llegar hasta los 30 o 35 milímetros. En la práctica, esa deformación del ojo provoca que los rayos de luz refracten de forma incorrecta y se desvíe el punto de enfoque, lo que se traduce en una visión borrosa de los objetos lejanos.
Hay distintos grados de miopía, pero los expertos consultados señalan que a partir de las tres dioptrías ya “es difícil hacer vida normal” sin corrección; con gafas, por ejemplo. Y a mayor afectación —como la miopía magna, cuando una persona tiene más de seis dioptrías—, también hay más riesgo de desarrollar cambios oculares patológicos que pueden causar una pérdida irreversible de visión, como cataratas, glaucoma, desprendimiento de retina y degeneración macular miópica. En 2010, se estimó que el error refractario no corregido era la causa más común de discapacidad visual de lejos y la segunda causa más común de ceguera a nivel mundial.
“Ya es un problema de salud pública”, alerta Miguel Ángel Sánchez Tena, investigador del Departamento de Optometría y Visión de la Universidad Complutense de Madrid. En países como China, Corea del Sur, Japón y Singapur, alrededor del 80% de los niños que terminan la educación secundaria sufren este defecto visual y de ellos, entre el 10% y el 20% son muy miopes, por lo que tienen más riesgo de desarrollar un cuatro patológico potencialmente cegador.
Pero el auge de este defecto óptico no se queda solo en el sudeste asiático. El planeta ve cada vez más borroso. Una revisión científica constató en 2016 que, a principios del siglo XXI, 1.400 millones de personas sufrían miopía y predijo que para 2050 esa cifra ascenderá a 4.758 millones. Esto es, casi la mitad de la población mundial, aunque hay diferencias por territorios: a mediados de siglo, la prevalencia de miopía en el este de África no llegará al 23%, mientras que en los países de altos ingresos de la zona de Asia y el Pacífico, dos de cada tres personas sufrirán esta afección.
“El aumento de casos lo estamos notando en las consultas de población infantil: hay más gente con miopía y que progresa más rápido”, asegura Luis Fernández-Vega Cueto-Felgueroso, oftalmólogo de la Unidad de Córnea y Cristalino del Instituto Fernández-Vega. En España, una investigación reciente dirigida por Sánchez Tena y Cristina Álvarez Peregrino mostró que la prevalencia de miopía en niños de cinco a siete años se sitúa en el 19%, pero en 2030 alcanzará el 30%.
Origen multifactorial
Detrás de este fenómeno hay, según Sánchez Tena, un origen multifactorial. Influye la genética —aunque no está claro qué genes están implicados—, los factores ambientales y también la raza: los asiáticos tienen un riesgo más elevado que los caucásicos o las personas de raza negra. “Hay un componente genético: los hijos de padres con miopía tendrán más riesgo de desarrollarla. Pero también influye el trabajo de cerca o los dispositivos digitales” resume el científico de la Complutense. La edad también es otro indicador de riesgo: los niños que ya tienen 1,25 dioptrías entre los seis y los siete años, tienen más probabilidad de progresar más rápido.
Los investigadores australianos que estimaron la prevalencia para 2050 coinciden en que los aumentos proyectados se deben, sobre todo, a factores ambientales relacionados con la crianza, “principalmente, cambios en el estilo de vida resultantes de una combinación de menos tiempo al aire libre y un aumento de las actividades laborales cercanas”. Sobre los factores genéticos, aseguran, pueden jugar un papel, pero esta variable por sí sola no podría explicar la velocidad de expansión tan elevada de la miopía en el mundo.
Entre otros factores ambientales, los científicos apuntan también a que “los llamados sistemas educativos de alta presión, especialmente a edades muy tempranas en países como Singapur, Corea, Taiwán y China, pueden ser un cambio en el estilo de vida causal, al igual que el uso excesivo de dispositivos electrónicos cercanos”. Otras causas son los niveles de luz, que pueden estar relacionados con el tiempo que los pequeños pasan al aire libre, o incluso, la dieta. “La luz de las pantallas, ocularmente, no daña el ojo. Pero el abuso de las pantallas sí favorece [estos problemas ópticos]. Si usáramos las pantallas de buena manera, no habría problema. Pero los niños ahora abusan más de ellas”, apunta Fernández-Vega Cueto-Felgueroso.
Alarcón incide también en el abuso de pantallas y la menor exposición al sol. “Cuando miramos de cerca, hacemos un sobreesfuerzo para enfocar y eso hace que [el ojo] tenga un estímulo para crecer. No hay ningún estudio que demuestre que un factor influye más que otro, pero hay trabajos en China que demuestran que dar clases al aire libre, para exponer a los niños a luz ambiental, ayuda a disminuir la progresión de la miopía”, apunta. La explicación, según estudios con modelos animales, es que, debido a la luz más brillante en el exterior, aumenta la liberación de dopamina retiniana, que ayuda a disminuir la longitud axial.
Retrasar la progresión
La miopía se suele detectar en la infancia y puede ir aumentando hasta la edad adulta, alrededor de los 22 años. Los oftalmólogos señalan que cada vez se diagnostica a edades más tempranas, pero también es en esas fases de la vida donde mejor se puede trabajar porque el ojo todavía se está formando y hay más plasticidad. Hay varios abordajes para frenar la progresión, explica Alarcón: “Tenemos cristales especiales que hacen un desenfoque en la zona periférica de la retina y eso activa unos receptores que hacen que no crezca tanto. Y también disponemos de lentes de contacto y gafas que aprietan la córnea para acortar el ojo”. Otra opción, señala, son las gotas de atropina: “Estas gotas, a concentraciones muy bajas, frenan la progresión porque se cree que actúan sobre esas zonas de la retina. El problema es que no están comercializadas y ahora mismo se usan como fórmula magistral porque no hay manera de que encontremos un laboratorio que comercialice estas gotas tan diluidas”
Nada de eso es curativo, pero “si se logra ralentizar la progresión, ya es muy importante”, apunta Sánchez-Tena: “Un ojo miope no vuelve a ser normal. Pero la infancia es una ventana de oportunidad y aunque no pares totalmente el crecimiento, cuanto más lo retrases, mejor”. Los anteojos, los lentes de contacto o la cirugía correctiva eliminan esa vista borrosa, pero no hacen que el ojo pare de crecer.
Y más allá del problema global de visión, a los expertos les preocupa especialmente la expansión de los casos de miopía más grave, que esconden un mayor riesgo de desarrollar complejas patologías ópticas. “Cada dioptría importa. Si solo fuera poner una gafa y ver bien, ya está. Pero el problema es lo que pasa en la parte final del ojo. Tu ojo va a ser miope toda la vida, aunque no tengas que usar corrección”, apunta Sánchez Tena. Por ejemplo, las personas altamente miopes tienen 20 veces más probabilidades de sufrir un desprendimiento de retina a lo largo de su vida que un individuo emétrope (con visión normal). “La retina que tapiza el ojo por dentro se tensa tanto que pueden aparecer agujeros y hay más riesgo de desprendimiento de retina”, expone la oftalmóloga de Vall d’Hebron.
Con esta situación sobre la mesa, los expertos urgen a tomar medidas. A nivel preventivo, dice Alarcón, “lo único efectivo es hacer más actividades al aire libre a la vez que disminuir las tareas de cerca”. El oftalmólogo del Instituto Fernández-Vega apela a “la regla 20-20-20: cada 20 minutos, mirar 20 segundos a 20 pies de distancia, que son unos seis metros. Hay que intentar que los jóvenes controlen el uso de dispositivos cercanos y que tengan buena luz, que no estén a oscuras y que hagan descansos mirando al infinito”.