La sociedad avanza a pasos agigantados por muchas razones. Ya sea tecnología o cambio cultural, estamos en constante movimiento. Y eso también significa que ciertas personas ven cómo sus profesiones, llenas de tradición y significado cultural, desaparecen o van en ese camino.
Acá algunos ejemplos, no sólo en Argentina, de cómo el avance de la tecnología o el tiempo está dejando obsoletos algunos oficios. ¿Se te ocurren otros?
El paragüero
Elías Fernández tiene 87 años y es el dueño de la última paragüería de Buenos Aires. Empezó en 1955 y lo hacía en las calles, gritando: "¡Paragüero, paragüero!".
“Antes los paraguas se pagaban en cuotas sin intereses. No digo 12 cuotas, pero uno podía pasarse varios meses pagando y nuestro trabajo consistía en ir a cobrarle al cliente como si fuera la cuota de un club. Cambió todo. Hace 50 años estaba lleno de paragüerías, ahora quedamos nosotros solos”, contó en una entrevista con Clarín desde su sótano en Boedo.
El fotógrafo
Con una cámara Olympus de hace medio siglo y una ampliadora de negativos que compró en 1980, el fotógrafo venezolano Rodrigo Benavides, de 58 años, dice hacer "magia" en el pequeño cuarto oscuro que improvisó en el baño de su casa.
Aunque el oficio con esta técnica está por desaparecer, para Rodrigo la era digital no existe: "No me interesa para nada".
Y sigue viviendo de revelar y ampliar negativos en blanco y negro. No pierde la fascinación cada vez que ve aparecer la imagen en el papel, poco a poco, cuando actúan los productos químicos.
"Siempre he buscado, busco y buscaré la economía de medios", resume Rodrigo. Y elogia las maravillas de su Olympus 35 SP, que usa rollo, no necesita baterías y es completamente manual.
A los 19 años, cuando estaba en Londres y compró la ampliadora, sintió "un rayo" y se convirtió en discípulo del Grupo f/64, un movimiento que defiende la fotografía pura, sin efectos.
Cree que la tecnología trastocó la imagen: "Nos volvemos insensibles a la realidad, que es mucho más interesante que la ficción", defiende el fotógrafo nacido en Caracas.
La escribiente
Candelaria Pinilla de Gómez coloca una hoja en blanco en su Remington Sperry. En 4 décadas mecanografió miles de documentos. Es una de las últimas escribientes de Bogotá, Colombia.
Y ese trabajo que parece tan lejano necesita explicación. La Real Academia Española define que se trata de "copiar o poner en limpio escritos ajenos, o escribir lo que se le dicta".
De 63 años, Candelaria insiste en ser llamada por su apellido de casada y es la única mujer que ejerce este oficio a las afueras de un moderno centro de trámites en la capital colombiana.