No confiamos en los políticos. No confiamos en los jueces. No confiamos en los periodistas, en los curas, en los empresarios, en los policías, ni en el vecino de enfrente.
Ni siquiera un Papa nacido en Buenos Aires logra que captar la confianza de la mayoría de los argentinos.
No se trata de un fenómeno casual. De hecho, por momentos el país se parece demasiado a una farsa. La palabra vale poco, la línea que separa a buenos y malos es difusa. Pensar en el mañana es casi una quimera. Planificar sobre bases tan endebles, suele ser una pérdida de tiempo.
Las consultoras Taquion y Trespuntozero acaban de realizar una encuesta entre 2.275 personas durante junio pasado. Y los resultados fueron alarmantes:
- 7 de diez argentinos manifiestan ser desconfiados cuando recién conocen a una persona.
- 6 de cada diez considera que el argentino en general es desconfiado.
- 7 de cada diez sostiene que el país en general no es confiable.
- Los políticos que generan mayores niveles de confianza apenas arañan el 40%: María Eugenia Vidal consigue un nivel de credibilidad de 39,4%; Elisa Carrió, del 38,2%; Mauricio Macri, el 34,4% y Cristina Fernández de Kirchner un 33,1%.
- Ni siquiera figuras populares como el Papa Francisco (52,7%), Lionel Messi (52,6%), Mirtha Legrand (35,3%) o Marcelo Tinelli (23,5%) logran un nivel de confianza elevado.
¿Por qué creer?, ¿en quién creer?, ¿en qué creer?
Sergio Doval dirige la Consultora Taquion y estuvo a cargo de esta encuesta que permite cuantificar este clima asfixiante, casi tortuoso en un país en el que la inestabilidad y la incertidumbre se han convertido en reglas de juego.
“No estamos hablando de un fenómeno nuevo, sino de un proceso que lleva décadas. Se trata de un problema central para la Argentina. No se puede pensar en proyectos a futuro, si no existe confianza. No es posible un plan entre todos, cuando todos desconfiamos del otro”, afirmó.
En esta Argentina que parece incapaz de mirarse al espejo y reconocerse tal como es, siempre está latente la vacía esperanza de algún iluminado salvador que de una vez y para siempre termine con tantas penurias. No importa si se trata de fútbol, de economía o de política.
Para la mayoría de los argentinos, si no hay confianza es porque no apareció todavía un líder capaz de concitarla. Sin embargo, se trata de otro autoengaño.
Es cierto que siempre puede surgir una figura que logre captar la confianza de muchos. “Pero lo importante no deben ser las personas, sino las instituciones y el sistema. Está probado que los países donde existe mayor confianza en el otro, son aquellos en los que se percibe más institucionalidad. Son las instituciones y el sistema los que regulan las relaciones. Si esto no funciona, el otro es siempre un potencial enemigo”, remarcó Doval.
Sin confianza en las reglas no existe desarrollo social posible. Cruzamos en verde un semáforo porque confiamos que el que está en la otra calle se detendrá ante la luz roja. Cuando este pacto se rompe, cualquier sociedad está condenada a caminar en círculo.
No hay futuro posible. No hay proyecto. Sólo el día a día. Apenas la supervivencia.
Cualquier plan a mediano o largo plazo implica confiar en el proceso y en la posibilidad de alcanzar el objetivo.
Es esta imposibilidad la que coloca a la Argentina frente a un problema profundo. En un país en el que todos se miran de reojo, en el que el otro es casi siempre un potencial enemigo y en el que el descreimiento corroe los pliegues más profundos de las instituciones que deberían ser pilares de la convivencia, los acuerdos y los objetivos comunes son apenas una fantasía irrealizable.