Estanislao López no es un caudillo más en la agitada vida política de las Provincias Unidas de la primera mitad del siglo XIX. A diferencia de Rosas o Quiroga, por ejemplo, ni el dinero ni el linaje familiar explican su ascenso al poder. Como Bustos, como Ibarra, como Benavides, la clave de su destino político está en la carrera de las armas. Pero a diferencia de ellos, vio más lejos, lo que traducido al lenguaje político quiere decir que su mirada avizoró una Nación y actuó en consecuencia.
Su bautismo de fuego lo hizo al lado de Manuel Belgrano. Ya para entonces era un muchacho atrevido que se jactaba de conocer los campos de su región por el sabor de los pastos. Reunía todas las condiciones para destacarse: era valiente, ambicioso y sagaz. Le gustaban los caballos y las mujeres. Pero más le gustaba el poder.
Estuvo con Belgrano en Paraguay donde fue tomado prisionero y trasladado en un barco español a la Banda Oriental. Escapó a nado y participó bajo las órdenes de Rondeau en el sitio de Montevideo.
Para 1812 ya está en Santa Fe. Tiene veintiséis años y acaba de ser nombrado alférez del cuerpo de Blandengues. Puede que en esos tiempos se haya relacionado con lo granaderos de San Martín. Cierto o no, poco tiempo después mantendrá con el general una relación epistolar inteligente y patriótica. Para entonces, lo que luego se va a conocer como la provincia de Santa Fe era apenas una delgada franja extendida a lo largo del Paraná. Lo demás, era tierra de nadie. O del más guapo. Indio o huinca; gaucho o mestizo.
Ya para entonces surgen problemas que debe afrontar la región. A las guerras contra los funcionarios realistas se empiezan a sumar las tensiones con Buenos Aires. Son los funcionarios del cabildo santafesino quienes maniobran y se esfuerzan para tomar precauciones del poder político porteño, poder que para muchos no ha hecho otra cosa que suplantar las arbitrariedades de los virreyes por las de las flamantes autoridades revolucionarias.
El acuerdo de Santa Fe con la Banda Oriental y Entre Ríos es una decisión inscripta en la lógica de estos hechos. La iniciativa de apoyarse en otros centros de poder regionales para negociar con Buenos Aires comienza a perfilarse en estos años.
Precisamente, el genio político de López residirá en esa singular capacidad para ser el centro de negociaciones entre regiones que se disputan zonas de influencias con las armas en la mano. Lo que se inició como una táctica, López lo transformará en una estrategia que le permitirá consolidar su poder en la provincia y gravitar de manera decisiva en el orden nacional durante más de veinte años.
Su habilidad para sobrevivir políticamente en escenarios que se transforman aceleradamente y devoran a sus protagonistas, dan cuenta de su coraje, su astucia y su clarividencia. El caudillo que cabalga con Artigas y Ramírez contra Buenos Aires es el que luego arreglará con Juan Manuel de Rosas un tratado de paz que incluye la repoblación de los planteles ganaderos santafesinos exterminados durante las guerras civiles y las guerras revolucionarias.
Ese acuerdo para algunos historiadores fue lisa y llanamente un soborno. Buenos Aires le entregó a López las vacas a cambio de que éste degollara a Ramírez. No hay por qué escandalizarse. Un año antes Ramírez había hecho algo parecido con Artigas. Traición o lógica de poder, lo cierto es que para 1820 la causa de Artigas ya no tenía destino y el destino de Ramírez ya no tenía causa.
López obró en consecuencia y en defensa de los intereses de su provincia. Posiblemente no leyó a Maquiavelo, pero está visto que no le hacía falta, porque a esas lecciones las sabía aplicar con una perfección tal que hubiera despertado la admiración del sutil florentino.
Elemental Watson. López aprendió rápido que a Buenos Aires se lo puede derrotar en el campo de batalla, pero ninguna humillación militar logrará someter a su economía y quebrar el privilegio de su Puerto abierto al comercio internacional. El realismo del Brigadier será descarnado: descartada la vía militar, queda la alternativa de la negociación, el control y el acuerdo.
Con cierto toque irónico algunos historiadores dirán que durante todos estos años Santa Fe será una mantenida de Buenos Aires. Exageran, pero una pizca de verdad hay en esta chicana. Porque lo que corresponde decir, a continuación, es que ese privilegio “de mantenida” que supuestamente dispuso nuestra provincia, más que una humillación fue un logro político. Veinte y pico de años después y en otro contexto histórico, Justo José de Urquiza arribará a una conclusión parecida.
De todas maneras hay que decir que el Brigadier siempre va a desconfiar de Buenos Aires. Desconfía, pero respeta su poder. No le tiene miedo, pero tampoco está dispuesto a desangrarse en un enfrentamiento estéril. Tiene convicciones, pero es responsable. Sabe que en la guerra como en la política las relaciones de fuerzas son decisivas. De allí su esfuerzo para establecer alianzas con las provincias del Litoral y las del interior. López no le habla a Buenos Aires solamente como gobernador de Santa Fe; le habla y le discute como representante de una coalición de fuerzas que Buenos Aire no puede avasallar a su gusto.
Hasta el día de su muerte, López será el interlocutor privilegiado de Juan Manuel, pero siempre se preocupará por hacer valer su independencia de criterio. Haberle perdonado la vida al general Paz cuando en otras circunstancias no hubiera vacilado en dar la orden de degüello, es más un acto de autonomía ante Rosas que un gesto de piedad.
Su otra hazaña fue haber consolidado un orden interno en una región donde su elite nunca dejó de conspirar. López no es un demócrata ilustrado ni le interesa serlo. Su relación con el poder se construye desde la fuerza, pero a diferencia de otros colegas despliega un singular talento para construir consensos y organizar instituciones que lo hagan posible.
Casualidades del destino. El caudillo que siempre supo estar en el lugar exacto y a la hora señalada, desaparece de la política y de la vida en el momento más oportuno. Con López y su empecinado rival, Facundo Quiroga, se borran del escenario del país los caudillos con vuelo propio. Todo el poder para Rosas.
Con sus virtudes y defectos don Estanislao es un caudillo respetable. La tuberculosis impide saber cómo hubieran funcionado sus relaciones con Rosas, pero conociendo el destino de Cullen, es fácil advertir cuáles habrían sido las dificultades. Por lo pronto, la hipótesis de un López sometido a la provincia rosista no se compadece con su personalidad ni con su manera de concebir el poder. La otra alternativa a imaginar es la de constituirse en el Urquiza del Litoral, un rol que seguramente no le hubiera resultado antipático.
Santa Fe nace y se forja con López, pero la provincia que hoy conocemos se forja después de Rosas con la colonización rural, el comercio con el mundo y la secularización de las relaciones sociales. No hay una barrera infranqueable entre un tiempo y el otro. Como todos los procesos históricos hay continuidad y rupturas y López fue un protagonista de estas crisis a las que le supo dar su propia perspectiva política.
Es que como caudillo y como político, López es superior a algunos de sus apologistas. Sencillamente fue más progresista y más moderno que ciertos epígonos interesados en reivindicar una Santa Fe católica, colonial y jerárquica como barrera a las acechanzas de la inmigración europea, portadora de ideas disolventes, prácticas sociales modernas y creencias religiosas heréticas. La jerarquía política de López estaba por encima de esas supercherías ideológicas. Caudillo regional, fue al mismo tiempo portador de un proyecto de Nación acorde con los rigores y las inclemencias del tiempo que le tocó vivir.