A medida que el mundo se acelera, el concepto de futuro se torna cada día más efímero, pues rápidamente es fagocitado por un presente fugaz para convertirse en obsoleto pasado.
Mientras este fenómeno irrefrenable provoca cambios estructurales, económicos y culturales en todo el planeta, el destino de la Argentina continúa dependiendo de factores propios del siglo XVIII.
Quizá parezca exagerado plantearlo de esta manera, pero las evidencias están a la vista: a pesar de los relatos grandilocuentes que hablaron de una Argentina del Primer Mundo y de un supuesto despegue que apenas fue espejismo, el país continúa dependiendo de algo tan simple y azaroso como la lluvia.
En plena revolución digital, que hace tiempo dejó atrás la revolución industrial; el destino de la Argentina continúa anclado en factores esenciales de la revolución agrícola (principios del siglo XVIII a mediados del siglo XIX).
Si así no fuera, el efecto de la sequía de los últimos meses no hubiera resultado tan devastador para la economía del país. Es que, si bien es cierto que una serie de situaciones confluyeron para ocasionar la crisis actual (suba de tasas en Estados Unidos, crisis en Turquía o déficit fiscal), el tiro de gracia fue producido por la falta de lluvias.
En junio pasado, la Bolsa de Cereales de Buenos Aires ya estimaba que la sequía iba a representar una pérdida cercana a los 6.000 millones de dólares, con bajas en los rendimientos de casi 30 millones de toneladas de granos gruesos. Así, la recaudación fiscal sufrió una reducción cercana a los 2.000 millones de dólares y la economía terminó volando por los aires.
La falta de divisas, combinada con una evidente pérdida de confianza en el país, hizo que el dólar superara los 40 pesos. Si se toma como base el valor de la divisa norteamericana de principios de año, la devaluación en la Argentina osciló en el 100%.
Los efectos de esta crisis aún están por verse. La inflación, que en algún momento se calculó en un 15%, seguramente superará el 40%. La pérdida del poder adquisitivo de la mayoría de los argentinos resultará inevitable.
Desde el gobierno se insiste en que por primera vez en muchas décadas se están tomando las medidas necesarias como para eliminar el déficit y dejar de gastar más de lo que se tiene. Pero mientras estas medidas se adoptan y el país continúa con pronóstico reservado, las esperanzas otra vez están cifradas en algo tan simple, pero incontrolable, como la lluvia. Como en el siglo XVIII.
Se espera con alivio inusitado que la próxima cosecha marque nuevos récords y traiga los dólares necesarios para mitigar la situación.
Necesidad de cambios
Mientras hace frente a esta asfixiante coyuntura, la Argentina debe generar rápidamente un contexto que le permitan ampliar su base de sustentación.
Los cambios que sufrirá la civilización en los próximos 20 años, serán más profundos que los registrados durante los últimos 10 mil años.
“Quien no tenga branquias digitales, estará condenado a morir asfixiado”, advirtió esta semana Aníbal Carmona, presidente de la Cámara de Empresas de Software y Servicios Informáticos de la Argentina, durante su exposición en el Cuarto Encuentro Federal de Polos y Clusters Tic que se realizó en el Paraninfo de la Universidad Nacional del Litoral.
El nombre de este encuentro puede sonar extraño, pero no fue otra cosa que una reunión de empresas dedicadas a las tecnologías de la información y la comunicación. Se calcula que en el Gran Santa Fe existen alrededor de 50 empresas dedicadas a estos rubros. Y este año, se inauguró un edificio para acoger a muchas de ellas en el Parque Tecnológico Litoral Centro.
Según el economista Claudio Zuchovicki, “si tomamos el valor de todos los bancos argentinos, más toda YPF, más toda Aluar, más toda Loma Negra, más Edenor; todas esas empresas juntas valen menos que Snapchat”. Y a Snapchat lo crearon apenas tres jóvenes innovadores y con talento.
Este sector exportó desde la Argentina en el último año 1.699 millones de dólares, con una balanza positiva (sí, positiva) de 908 millones de dólares. El 50% de las ventas van a Estados Unidos; el 35% a América Latina, en especial México, Chile y Colombia.
Se trata de un sector altamente innovador, que permite una remuneración que es el 38% más alta que el promedio de los otros sectores de la economía nacional.
“El 2017 ha sido un gran año de recuperación para la industria del software con un récord histórico en las exportaciones y una gran cantidad de nuevos empleos llegando a los 107.100 profesionales del software entre registrados y no registrados, y ventas por U$S 2.237 millones en el mercado interno, de los U$S 3.837 de todo el mercado”, expresó Aníbal Carmona.
Sin embargo, y a pesar de todo, existe un problema crucial: en la Argentina faltan personas capacitadas en estos rubros. Una reciente encuesta reveló que los empresarios, si hubiera talento informático suficiente, aumentarían su plantel de profesionales hasta un 13,6%, lo que implicaría la creación de más de 13.100 nuevos puestos de trabajo registrados.
La Argentina necesita duplicar, de manera urgente, el número de programadores y de ingenieros.
Urgencias, en un país que en lugar de pensar en el futuro, vive luchando contra el presente y anclado en el pasado.
Paradojas, en un país que necesita dólares y puestos de trabajo, pero sigue dependiendo de la lluvia.