A algunos les resulta increíblemente fácil moverse al ritmo de la música, fluir con ella y seguir el tempo que va marcando como si toda la vida lo hubiesen practicado, sin embargo, a otras, aun yendo a clases de baile, les resulta complejo hacer una simple coreografía.
Un equipo de investigadores que trabaja en genética humana encontró 69 variantes genéticas relacionadas con la capacidad para movernos al compás de la música.
Cuando bailamos, producimos neurotransmisores que están relacionados con el afecto, como las endorfinas y dopamina. También producimos oxitocina: una hormona que propicia la empatía e incrementa la confianza entre las personas.
Moverse en sincronía con el compás es un componente fundamental de la musicalidad. Del mismo modo, la capacidad humana para sincronizarse con un ritmo musical es un rasgo complejo heredable.
La investigación publicada en Nature Human Behavior explicó que muchos de los genes asociados con la sincronización de latidos están involucrados en la función del sistema nervioso central, incluidos los genes que se expresan muy temprano en el desarrollo del cerebro y en áreas subyacentes a las habilidades motoras y auditivas.
“Reunimos a un equipo internacional de colaboradores con experiencia en genética humana, cognición musical, biología evolutiva, neurociencia y musicología para integrar nuestro conocimiento en este espacio”, comentó en Twitter Reyna L Gordon, coautora de la investigación, profesora asociada en el Departamento de Otorrinolaringología y codirectora del Vanderbilt Music Cognition Lab.
“El ritmo no solo está influenciado por un solo gen, está influenciado por muchos cientos de genes”, asegura Gordon. “Tocar, aplaudir y bailar en sincronía con el ritmo de una canción es el núcleo de nuestra musicalidad humana”.
La genética y la musicalidad
El estudio también descubrió que la sincronización de latidos comparte parte de su arquitectura genética con otros rasgos, incluidos ritmos biológicos como caminar, respirar y patrones de rutina diaria.
“Esta es una base novedosa para comprender la biología subyacente a cómo la musicalidad se relaciona con otros rasgos de salud”, dijo la coautora principal Lea Davis, profesora asociada de Medicina.
Por su parte, la primera autora, Maria Niarchou, profesora asistente de investigación en el Departamento de Medicina, dijo que los hallazgos del estudio “establecieron nuevas conexiones entre la arquitectura genética y neuronal del ritmo musical, mejorando así nuestra comprensión de cómo nuestros genomas sintonizan nuestros cerebros al ritmo de la música”.
Los autores también muestran que la arquitectura genética de la sincronización de latidos está enriquecida con genes involucrados en el desarrollo temprano del cerebro (es decir, en el vientre de nuestra madre) y la función cerebral de por vida.
Es importante señalar que no solo la genética tiene que ver con la habilidad para bailar, sino que hay otros factores que influyen, como el entorno y las habilidades rítmicas individuales.