La historia es conocida: el 6 de diciembre de 2015, el escritor Hernán Casciari sufrió un infarto mientras se alojaba junto con su nueva pareja en una casa alquilada por Airbnb en Montevideo, Uruguay, del que salió ileso gracias a una milagrosa sucesión de circunstancias (la asistencia automovilística de sus anfitriones, un tráfico solidario en plena celebración futbolística, los médicos del hospital que actuaron rápido).
El susto y la salvación fueron narrados por el autor bonaerense en su relato “El mejor infarto de mi vida”, que ahora da el salto al streaming en la miniserie del mismo nombre que se estrena en Disney+.
Si bien la tira de seis episodios creada por Pablo Bossi comienza con la advertencia de que los hechos y personajes son “reales”, el protagonista al que encarna Alan Sabbagh se llama Ariel y no Hernán, y de igual forma la comedia dramática va trazando desvíos que reformulan el cuento original sin traicionar su espíritu.
Así, en contraste con el autor de Orsai y de Más respeto que soy tu madre, Ariel es un poeta infeliz que trabaja como escritor “fantasma” para una gran editorial y que se está separando de su mujer Isabel (Eleonora Wexler).
Sedentario, fumador y con sobrepeso, el personaje sabe perfectamente el destino que le espera: “Acabo de cumplir los 45 años, la edad exacta en que los fumadores gordos se infartan y mueren camino al hospital”, dice Ariel con su voz en off. El panorama laboral tampoco es alentador: su editor (Sebastián Berta Muñiz) le encarga redactar en tiempo récord las jugosas memorias de un pedante abogado de la farándula (Rafael Spregelburd), que le va relatando su vida llena de infidencias por audios de WhatsApp.
En una noche de parranda con ambos sujetos, Ariel conoce a Concha (Olivia Molina), una bailadora española que está de gira en Buenos Aires junto con su tío Yayo (Imanol Arias) a la vez que escapa de un novio tóxico de su clan gitano (Daniel Holguín).
El flechazo entre ambos es veloz, y Ariel invita a la artista a pasar unos días con él en Montevideo, donde tiene agendada una lectura pública (en los hechos, la mujer que viajó con Casciari fue Julieta Gómez Zéliz, lectora suya argentina que sigue siendo hasta hoy su pareja).
Allí, en pleno sexo y mientras se juega una eliminatoria mundialista entre la selección uruguaya y Bolivia (originalmente fue una final de campeonato entre Peñarol y Juventud, y no en plena sesión de sexo, sino cuando Casciari bajó a comprar cigarrillos), el protagonista padece el anunciado infarto, del que se salva por un pelo gracias a la ayuda imprescindible que le prestan sus caseros de Airbnb.
Un gran arco de la serie está dedicado a aquella pareja uruguaya que lo alojó, conformada por Javier (Rogelio Gracia) y Alejandra (Romina Peluffo), que por motivos económicos y de salud habían puesto a alquilar una habitación de su hogar y Ariel/Hernán fue nada menos que su primer huésped.
El relato emotivamente agradecido que Casciari dejó tras su posoperación en la página de calificaciones de Airbnb no sólo se hizo viral en su momento, sino que llegó a oídos del propio CEO de Airbnb Joe Gebbia (interpretado en la serie por Brian Maya), que acaba teniendo una participación destacada en la historia.
Fue cuando Javier contó este epílogo insospechado en la columna de Casciari del programa radial de Andy Kusnetzoff unos años después de que la aventura del infarto montevideano volvió a viralizarse, atrayendo las propuestas de varias plataformas para llevar el cuento a la pantalla.
Si bien Casciari no colabora en la tira (el guion es de Lucas Figueroa), El mejor infarto de mi vida marca la expansión del trabajo multimedial del autor a otro soporte, que espera asimismo el estreno de la adaptación audiovisual de su relato “Canelones”.
“Hacer esta serie no fue una decisión mía, no dije ‘che, de todas mis historias esta es para televisión’. Yo no hice nada, yo me infarté, que es bastante –dice Casciari en los estudios porteños de Disney–. Me infarté, y después me di cuenta de que en esa historia contextual alrededor de ese infarto habían pasado cosas excéntricas, poco usuales, y compuse un libro, o más bien un cuento largo, que contaba específicamente las cosas raras que les habían pasado sobre todo a quienes me salvaron la vida. La adaptación no fue en ese sentido una decisión mía, sino una decisión de la propia historia, porque la historia es fuerte, tiene muchas aristas, cosas rarísimas que son verdad y que están muy bien trabajadas en la miniserie”.
Y completa: “Todo lo que se cuenta es absolutamente real. Yo alquilo una casa en Montevideo por Airbnb, voy ahí, me infarto, los dueños de la casa me salvan la vida, y me llega en la clínica uno de esos mails automáticos de Airbnb diciendo ‘esperamos tu reseña’, ‘¿cómo te trataron los anfitriones?’. Y yo no podía decir ‘dejaron las toallas donde corresponde’, me habían salvado la vida, entonces hice una reseña todavía convaleciente diciendo ‘excelente lugar para tener un infarto, te queda cerca del hospital, los dueños de casa te llevan en auto, donan sangre, muy recomendable’. A la reseña le hice una copia, la subí a Twitter, explotó y llegó al dueño de Airbnb, y es que era una gran publicidad. Si yo me hubiera infartado en un hotel, me moría, pero me infarté en un lugar con seres humanos y no me morí. El tipo de Airbnb hace entonces una revisión, pero, bueno, no quiero ‘spoilear’, aunque llegan a suceder cosas increíbles. Después de esa reseña se abre un mundo muy loco, pero no me entero en el momento”.
Para Casciari El mejor infarto de mi vida contiene sin duda una cuota milagrosa, más allá de los efectos de internet: “Es una cosa rara, porque en cualquier otro lugar me hubiera muerto de verdad. No quiero ser melodramático ni efectista, pero si me hubiera pasado en mi casa en Barcelona, donde vivía en esa época, me habría muerto; si me hubiera pasado en un hotel en México, adonde yo solía viajar mucho para la feria del libro, a las universidades de aquel país, me habría muerto. Para mí en lo particular, esta historia representa mi futuro, o lo que fue mi futuro a partir de aquel momento. El tema de infartarme y enamorarme al mismo tiempo, cosa que me pasó específicamente, es tremendamente recomendable (risas). Quiero decir, si hay algún gordo de 45 años a punto de infartarse, que intente enamorarse un rato antes, porque el posoperatorio es mucho mejor enamorado que con esos vacíos inmundos de las vidas de mierda. Es mucho mejor, estoy convencido de eso”, admite.