El jugador de fútbol es de esos pocos seres que habitan todo el planeta, por más remoto que sea el punto del globo terráqueo que uno elija. Es el idioma universal por excelencia. De hecho, no se precisa mayor comunicación que un pase o un gesto para entenderse con el de al lado y mal o bien, la enorme mayoría lo comprende más allá de cómo lo practique.
Aun así, la variedad de futbolistas es muy amplia. Son innumerables las causas que originan tal diversidad, pero seguramente en el nivel cultural de cada sociedad, es sus angustias, en sus pasiones, en su educación y en sus tradiciones residan los más importantes.
Nuestra tierra es productora natural de estos fieles que rinden tributo a cada instante al símbolo más sagrado que reconocen: la pelota. Y en esta fértil porción del sur de América no solo se respira fútbol desde el amanecer, sino que se transpira por esa bendita religión cada semana. Sin importar el estatus personal, el linaje familiar, las condiciones para el deporte o la jerarquía del campo de juego millones juegan al fútbol y son, por lógica, futbolistas.
La cumbre futbolera a simple vista es el profesionalismo. Patear donde uno es seguido atentamente por miles que colman verdaderos templos de cemento y sentimiento; donde las pelotas son todas iguales y redondas; y donde los campos de juego son paradisíacos, es el sueño de todo aquel que con un puñado de años corretea balones que le llegaban a las rodillas.
Pero pocos tienen la fortuna de cumplir esos sueños infantiles, pocos en proporción a las multitudes que lo persiguen. Ese gran número, ese masivo conglomerado que no alcanza la cima no transforma desencanto en odio. Sigue adorando el esférico y encontrando en cualquier cancha su felicidad. Y eso dignifica.
El profesionalismo define una actividad paga más que una forma de enfrentar la tarea. Pero el profesionalismo, el respeto devoto a lo que se hace, significa más que vivir de esto, tiene más que ver con vivir con esto. El parámetro no debe fijarse en el lugar que se ocupa dentro del mapa futbolero, sino que debe centrarse en los valores que engrandecen esta disciplina tan maravillosa. La nobleza, el compromiso, el culto, la responsabilidad, el afecto por esto que tantos amamos es la clave, no el escenario donde demostramos nuestros talentos y nuestras limitaciones.
Cuando se cita al amateurismo se busca conectar al protagonista con cierto sentimiento de pureza. Pero a mi entender no es solo eso. Es además recordar cómo era eso de no quejarse de nada y seguir. Porque en esa esencia descansan virtudes libres de contaminación como el entrenar sin importar donde, la solidaridad para llevar en el manubrio de la bici a un compañero que anda a pata, el preocuparse por la salud de la mamá de uno o del hermano de otro… Ese es el verdadero sentido que debemos darle al amateurismo, que es más profesional de lo que muchos estiman. Respetemos y valoremos ese tesoro porque en él y en sus intérpretes reside lo más limpio de nuestro amor al fútbol.
¿Cómo debería catalogarse al tipo que trabaja horas en el campo, en un negocio, pegando ladrillos, en una fábrica, o donde fuere y luego entrena de noche resignando tiempo en su hogar? ¿Qué término podría definir al que come solo a medianoche porque más allá de la lluvia fue al club y se perdió la cena con sus hijos? ¿Cómo calificaríamos al que viaja de un lugar a otro estudiando en un colectivo para no faltar a la práctica? ¿Y al que se vuelve temprano de un casamiento con los gritos de su mujer retumbando en los oídos porque quiere defender los colores de su equipo con altura?
No se trata de comparar, pero es injusto diferenciarlos. Porque al fin y al cabo todos buscan la felicidad, sufren, se emocionan hasta el llanto ante un triunfo en el clásico, un ascenso o un campeonato y se amargan hasta el alma si la derrota es dolorosa. Aman sus ideales y los honran con pasión y total compromiso sin importar el tamaño ni la calidad de la cancha que los alberga. Sienten profundamente, por eso no precisan los adornos materiales.
Sin ellos, nada sería igual y el fútbol no galoparía en tantos corazones a la velocidad que lo hace. Gracias por la silenciosa y ejemplar predica que realizan. Gracias por enaltecer, por dignificar este deporte con ese mágico profesionalismo amateur.