“Por las noches, caras sucias / de angelito con bluyín, / vende rosas en las mesas / del boliche de Bachín”
Así comienza una de las canciones más hermosas de la música argentina, con letra de Horacio Ferrer y compuesta por Ástor Piazzolla. El retrato de un pibe que no llegaba ni a los diez años ni al metro diez de altura, que recorría de noche el centro de Buenos Aires con su mamá ofreciendo flores, hasta que las luces de los bares y los restaurantes se apagaban para dar paso al sol.
Medio siglo más tarde, la cosa ha cambiado. Piazzolla murió el 4 de julio de 1992. Ferrer lo siguió varios años después, en el 2014. El restaurante Bachín fue demolido cuando se construyó el Complejo La Plaza. En el Mercado de las Flores, donde la mamá del Chiquilín compraba las rosas para armar los ramitos, ahora hay un templo evangélico de la Iglesia Universal del Reino de Dios. La noche porteña -ya antes de la pandemia- termina mucho antes de la madrugada y, por cierto, no es nada recomendable para pibes de diez años. Y aquel Chiquilín al que cantaban Amelita Baltar y el Polaco Goyeneche, ya pasó los 61, tiene 4 hijos, 8 nietos, 2 bisnietos, y maneja un furgón de fletes en el sur del Gran Buenos Aires.
Pablo -Pablito- Alberto González tiene una de esas historias de vida que merecen ser contadas. Lo hicieron Ástor Piazzolla y Horacio Ferrer -“Chiquilín de Bachín” estaba en el lado B de un simple que salió en noviembre de 1969; del lado A, “Balada para un loco”- y ahora lo va a hacer el propio protagonista, en charla con Télam.
“Nací en Burzaco, pero un poco por casualidad, porque mi mamá había ido a visitar a una tía, rompió bolsa, y llegué yo -comienza-. Era los años 60 y con mi vieja (María Elena), mi padrastro (Serafín) y mis dos hermanos (Elisa y Luisito) vivíamos en un hotel-pensión en Retiro, “Pedrito”, en Leandro Alem entre Paraguay y Charcas (hoy, Marcelo T. de Alvear). La plata no sobraba, obvio.
Empecé abriendo puertas de taxis a cambio de propina y luego salimos a vender flores por los restaurantes del Bajo: Dorá, Tronío, El Imperial. Mamá me acompañaba y después de acostarme, hacía la limpieza en algunos bares. Al tiempo, fuimos subiendo por Corrientes, hacia Callao. Había muchos restaurantes para la gente que salía de los teatros; La Tablita, Los Inmortales, Arturito, Edelweiss”.
-Pablo, ¿cómo eran aquellas noches?
-Caíamos a eso de las once, ofreciendo rosas, pensamientos, violetas… Pero sobre todo, ramitos de tres rosas, “baleame con tres rosas”, dice la letra de “Chiquilín”. Siempre con mamá, María Elena; recién a los 13 empecé a andar solo. En Edelweiss también tenía amigos: Nélida y Éber Lobato, Locche…. ¡Qué tipazo era Nicolino!
-Y, después, los amigos de Bachín…
-Sí, de Pipo, de Pepito y sobre todo, de Bachín… Ahi me quedaba más tiempo ofreciendo lo que comprábamos en El Palacio de las Flores (Basavilbaso y Juncal) y en el Mercado de las Flores, de Corrientes y Acuña de Figueroa. Me sentaba a ver y a escuchar a Ástor y a Horacio, que, de golpe, se ponía a componer temas en los manteles de papel de las mesas… Los conocí en 1968, cuando tenía 9 años. A Ástor, como viajaba por todo el mundo, no lo veía tan seguido; pero a Horacio sí. Con el tiempo fue como el padre que no tuve. Al salir a la venta “Chiquilín de Bachín”, Horacio cayó a la pieza de la pensión con tortas y bebidas para toda mi familia. Y cuando lo estrenó en el teatro Regina, también nos invitaron. ¡El público se paró para aplaudirme!
-Supongo que acostándote al amanecer, la escuela no era una prioridad…
-Sí, y me equivoqué. Estudié hasta tercer grado… (“Cuando el sol pone a los pibes / delantales de aprender, / él aprende cuánto cero / le quedaba por saber”, dice otra estrofa de “Chiquilín de Bachín”). Era muy pibe, me acostaba como a las seis y de día me tiraban más los picaditos en un baldío donde hoy están las torres de Catalinas, que ir a la escuela. Muchos años después pagué esa deuda… Al tiempo de casarme, volví a la escuela, terminé la primaria a los 28 y, cinco años más tarde, ya con dos hijos, me recibí en la secundaria.
-¿Cambió tu vida después de “Chiquilín...”?
-Sí, por ejemplo, dejé der ser Pablito González, todos me conocían como Chiquilín. ¡Hasta me hicieron notas! Cuando vendía flores me reconocían y me compraban más; pero cuando tenía 15, 16, empezó a darme un poco de vergüenza. Encima, mi padrastro murió y mi vieja se enfermó. Por suerte, otra vez apareció Horacio… Me consiguió laburo como tiracables en Canal 7. Y así, a los 17, pude bancar el alquiler de una casita vieja en Palermo y dejamos la pensión. Horacio siempre me aconsejó, me cuidó, me consiguió los laburos, me cagaba a pedos para que no anduviera en nada raro. Y también me abrió las puertas para hacer changas con orquestas de tango. Como “plomo”, el que carga los equipos. Fui “plomo” del maestro Pugliese, de Pichuco,y gracias al gordo Hugo Díaz, ese genio de la armónica, fui “plomo” en el Festival de Cosquín varios años, para grandes del folclore como Yupanqui o la Negra Sosa. Después de la colimba, hice lo mismo en el rock, en aquellos recitales de Obras Sanitarias, con Pappo, Charly y mi amigo Moris.
-¿Te apartaste del tango y de Ferrer?
-De Horacio, nunca. Cuando senté cabeza y me casé en 1984, él fue padrino de mi boda. Te repito, Horacio fue como mi padre. Empecé una empresita fabricando bolsas de plástico, que también vendía. Hasta que en el 2001, la crisis me acostó. Del tango, tampoco me alejé, es mi música preferida. ¿Mis favoritos? A mí me encanta el Polaco, soy un fana de Goyeneche, a su versión de “Chiquilín…” le pone un fervor… Después, “Cambalache” (cada vez más vigente) y “Cafetín de Buenos Aires”.
-¿Cómo siguió tu relación con Piazzolla y Ferrer?
-Ástor murió joven, tenía todo para dar, y como pasaba mucho fuera del país, hacía bastante que no lo veía. Con Horacio mantuve el vínculo pero, claro, las obligaciones y los amores de cada uno nos llevaban por otros caminos. Hablábamos por teléfono, sí. Hasta último momento -falleció en 2014- vivió en un departamento en el Alvear Hotel, era un dandy.
Después del golpazo del 2001, Pablo González no bajó los brazos, insistió con las bolsas de plástico, se animó al rubro gastronómico, se encargó de los espectáculos del Centro Cultural Padre Mugica,que había montado en Banfield el entonces vicegobernador Gabriel Mariotto, y hace unos años empezó a probar suerte haciendo fletes con una furgoneta que compró. Pero apareció el coronavirus y desde el 20 de marzo la camioneta está inmóvil en la cochera de su casa.
“Vacaciones forzadas”, reflexiona ahora Chiquilín, que dice estar “amargado” por cómo se atraviesa la cuarentena. “Más allá de que yo sea peronista, no se pueden olvidar los desastrosos últimas cuatro años, con una desocupación terrible… Por eso me da mucha bronca escuchar a políticos de la oposición argumentar que con la cuarentena se está destruyendo la economía. No es momento para banderías partidarias.
El virus te mata, loco… Nadie está exento, fijate, el intendente de mi partido, Martín Insaurrralde, ¡estuvo internado! ¡Y casi todo su gabinete se contagió… ¡El primer ministro de inglaterra se enfermó! Hay que pensar en la vida de los hijos, de los nietos. La estamos pasando mal económicamente, sin laburo, sin guita. Pero prefiero comer pan duro y salvar el pellejo…No hay que ser mezquinos. Es momento de estar todos juntos. Estoy seguro de que Horacio (Ferrer) habría pensado lo mismo”.