El anuncio de la madrugada del 23 de enero de 2020, que decretaba el “cierre temporal” del transporte hacia y desde Wuhan encontró a la población desprevenida. Cinco de sus 11 millones de habitantes se habían marchado ya, para disfrutar de las vacaciones del Año Nuevo lunar o para huir de un virus que sonaba cada vez más alarmante, o lo harían en las próximas horas. “Estaba despierta porque no podía dormir, y lo primero que se me pasó por la cabeza cuando vi el aviso fue salir corriendo yo también”, reconoce Yun, experta en logística de 43 años.
En aquel momento, China reconocía más de 500 contagiados y 17 muertos por aquel nuevo coronavirus. Para Yun, los primeros días se fueron en aprovisionarse de alimentos, tratar de averiguar la situación real y procesar lo que estaba ocurriendo: “No había usado mascarilla hasta ese momento, no me había dado cuenta de que la crisis fuera tan seria”. Entonces, el confinamiento era aún tan solo perimetral. El tráfico estaba prohibido salvo excepciones, aunque había libertad de movimientos. En menos de una semana, el cierre se había extendido a casi toda la provincia de Hubei, de 60 millones de habitantes.
“Varios doctores amigos de la familia pedían ayuda, pensaban que la situación era grave”, recuerda esta ejecutiva, que acabaría coordinando la recepción de donaciones japonesas para los desbordados hospitales de Wuhan, donde los casos se multiplicaban, el material se agotaba y los médicos no daban abasto para tratar un mal de curso incierto. Familiares desesperados suplicaban ayuda para asistir a sus enfermos, para encontrar hospitales. La situación era similar en otras localidades más pequeñas de la provincia. Un número indeterminado de personas murieron antes de recibir asistencia, o de ser catalogados como pacientes de Covid. Wuhan se convertía en una ciudad fantasma.
Zhou Xianwang, el alcalde de Wuhan y criticado por haber permitido un banquete popular en el que participaron 40.000 personas días antes del bloqueo y con el virus ya desbocado, admitía entonces que las advertencias municipales “no habían sido suficientes”. Zhou ha sido sustituido esta semana en el Ayuntamiento, el último de los principales líderes locales de aquel momento en dejar su cargo.
El 29 de enero, Ni Haoyu, ensamblador de circuitos eléctricos de 21 años, se sintió enfermo. Tenía fiebre, e iba a peor. Un escáner pulmonar confirmó que padecía covid. “Me llevaron a un centro de aislamiento, no a un hospital porque no había plazas”, explica. No llegó a tener síntomas graves, pero sí los suficientes como para que casi un mes después, el 26 de febrero, finalmente quedara ingresado en un hospital provisional.
Cuando Ni obtuvo cama, la situación ya se había estabilizado. El Gobierno chino había enviado decenas de miles de médicos militares y personal sanitario para reforzar los hospitales en Wuhan; se habían construido dos a velocidad récord. Y el confinamiento perimetral se había convertido en aislamiento a domicilio estricto, sin posibilidad de salir más allá de sacar la basura. Los comités vecinales quedaban encargados de hacer cumplir el confinamiento y adquirir y repartir los alimentos en cada complejo residencial. Una serie de medidas que acabaría sirviendo de base para el “modelo chino” de lucha contra la pandemia.
El confinamiento concluyó el 8 de abril cuando ya la ciudad apenas contaba con un puñado de casos activos. La vuelta a la normalidad fue gradual: en muchos complejos residenciales, los primeros días solo se permitió a sus habitantes salir unas horas, lo necesario para rellenar la despensa. Las primeras tiendas abrieron con precaución, sus empleados cubiertos con trajes protectores. Los restaurantes solo podían vender comida para llevar.
Para Ni, dado de alta en marzo, y que debió pasar aún 14 días en cuarentena antes de volver a casa, pisar la calle fue un momento memorable. “Miraba a todo el mundo con el que me cruzaba, intentando reconocer sus caras. Cada esquina del barrio, que conozco tan bien, se me hacía extraña. Un desconocido se me acercó para preguntarme dónde estaba la estación de metro. Le contesté sin pestañear. Y después me di cuenta de que se lo había dicho mal”.