Un poco después de los 22 años, y recién casada, descubrió con dolor que a su marido, el militar brasileño Enrique Demetrio Fuller da Costa, con el que tendría tres hijos y un acceso irrestricto a las veladas de alta sociedad limeña, le parecía un espanto que ella siguiera soñando con cantar y componer canciones.
Una década después del matrimonio con el hombre que encantaba a sus padres, un ingeniero en minas y una dama de esa misma alta sociedad, María Isabel Granda Larco tomó la decisión de divorciarse del uniformado extranjero qué, ignorando su talento, la quería en la casa, criando hijos y supervisando las tareas del numeroso personal doméstico de la residencia.
Sin quererlo, Fuller da Costa estaba dándole una gran mano a la historia de la cultura latinoamericana: obligada a mantenerse por su propia cuenta, y mientras el mundo al que pertenecía le daba la espalda, María Isabel se convirtió en Chabuca Granda, y durante los siguiente treinta años compuso e interpretó algunas canciones que se ganaron la eternidad.
Chabuca escribió el que está considerado “el segundo himno nacional” peruano, “La flor de la canela”, la nave insignia de un valioso repertorio en que brillan otras piedras preciosas como “José Antonio”, “El puente de los suspiros”, “Cardo o ceniza” o “Fina estampa”, mientras iba convirtiéndose según pasaba el tiempo en un alto símbolo de la emancipación femenina, aunque a un duro precio, personal y económico.
Pagó caro la osadía de ser ella misma y haber decidido independizarse de los mandatos familiares y las voluntades de un marido formado en una lógica prusiana: mientras sus canciones, su voz y su presencia física eran apreciadas en la Argentina, donde vivió y grabó hermosos discos, España y México. En Perú la ignoraban.
En momentos de pleno éxito internacional, en una ocasión, regresó a Lima para ofrecer un recital y la convocatoria fue de apenas 50 personas, contó hace cinco años Susana Roca Rey, productora de "A Chabuca”, un disco en el que figuras como Ana Belén, Rubén Blades, Iván Lins, Jorge Drexler, Pasión Vega, Juan Carlos Baglietto, Pedro Guerra, Kevin Johansen y Joaquín Sabina concretaron primorosas versiones de algunos temas de su obra.
Las transgresiones de Chabuca fueron varias, incluso en lo artístico: sus primeras canciones son una evocación de la en apariencia armoniosa Lima colonial, acaso por relatos heredados de sus padres de la alta burguesía, pero luego trabajó mucho un repertorio de canciones sociales, incluyendo un disco en homenaje al poeta combatiente Javier Heraud, y más tarde se volcó de lleno a la música afro peruana.
En un país con estratos sociales muy diferenciados, en que la cultura negra y la cultura andina –la de los descendientes de esclavos y pueblos originarios- estaban en un segundo plano para el establishment, la educadísima y refinada autora de los temas de los que todos estaban orgullosos hizo lo que nadie de su clase había concretado hasta entonces, en una fusión de alta belleza, que además daría le vuelta al mundo.
En 1977, por ejemplo, mientras estaba de gira, el mejor guitarrista flamenco de todos los tiempos, Paco de Lucía, se quedó pasmado por el swing que destilaba de la actuación que en su homenaje concretaban Chabuca Granda y uno de los músicos afrodescendientes que solían acompañarla, Caitro Soto, que tocaba el cajón y era una figura clave de la música negra peruana.
Una vez terminado el homenaje, que se desarrollaba en la mansión del embajador en Lima de España, Paco le compró a Soto aquel sencillo instrumento inventado por los esclavos y se lo dio a su percusionista, Rubem Dantas, quien lo estrenó una semana después durante un concierto en Madrid, en el momento en que estaba naciendo una nueva era del flamenco, con el ascenso de Camarón de la Isla hacia el estrellato eterno.
"Fue como un reguero de pólvora”, narró De Lucía, que en muchos conciertos memorables haría que el cajón peruano heredado de aquella experiencia llamara la atención en el mundo entero. “A los seis meses en todas las casas flamencas de España había un cajón. Hoy parece que es algo que ha existido toda la vida, pero en realidad se lo debemos a aquella noche inolvidable con Chabuca y su gente”.
Chabuca, que había nacido en 1920 y estudiado en los mejores colegios religiosos, ganó en 1948, cuando llevaba seis años de casada, un concurso de canciones organizado por la Municipalidad del Rímac con el vals “Lima de veras”, cuando ya casi estaban olvidadas sus incursiones juveniles en la música, como integrante de coros y cantando con amigas en los salones, ya que se había convertido en “la señora de un militar”.
Aunque hoy pueda parecer increíble, al enterarse del éxito, su marido la acusó de “conducta deshonesta”, ya que la parecía traición que compusiera valses criollos y se hubiera anotado sin su permiso en el concurso, en el comienzo de los problemas que acabaron con el divorcio y le generaron, decía, “unas ganas inmensas” de continuar en la ruta que la llevaría en 1950 a dar luz a “La flor de la canela”, la canción que escribió como regalo de cumpleaños para Victoria Angulo, una mujer afroperuana cuya elegancia la deslumbraba.
Este hermoso vals peruano le debe su nombre famoso a una expresión que por entonces estaba completamente en desuso y se utilizaba en la era colonial para ponderar la exquisitez o la excelencia, según se desprende de un libro llamado “Tesoros de la lengua castellana o española”, en que autor el Sebastián de Covarrubias puntualizó en 1611: "Para encarecer una cosa excelente solemos decir que es la flor de la canela o Flor de la canela, lo muy perfecto.
“A Chabuca no se la puede definir, como tampoco se puede hacerlo brevemente al Amazonas”, dijo alguna vez su amigo, el poeta César Calvo, que viajó con ella por el mundo y pensaba que había nacido con una doble genialidad, para la música y la poesía. “Solo, zambulléndose en el río. Lamentablemente nunca me zambullí en Chabuca. Fue un río permanente que sigue arrollándome. No permitió que nadie se humedeciera. con sus lágrimas”
La historia se da tiempo, a veces, para corregir viejos errores, más vale tarde que nunca: en 2017, la obra musical de Granda fue declarada en Perú Patrimonio Cultural de la Nación, y las celebraciones del centenario en 2020 fueron grandes, en un país que hoy tiene las esperanzas puestas en que también sus atávicos problemas sociales empiecen a recorrer un camino menos desventurados que los anteriores.
La relación de Chabuca con la Argentina fue intensa –en Buenos Aires, donde residió varios años hay un paseo en La Recoleta con su nombre, un conocido restaurante que la evoca, recuerdos de amistades, de su risa contagiosa, de actuaciones inmejorables- y es posible que hubiese querido morir aquí, aunque eso ocurrió en Miami, donde había viajado en 1983 para afrontar una operación por un grave problema en el corazón, que le había producido un infarto durante un show en Colombia
Trasladados a Perú, sus restos fueron acompañados por un cortejo fúnebre, integrado por artistas peruanos y argentinos, desde el Convento de los Descalzos hasta el Cementerio del Ángel, donde el entonces presidente Fernando Belaúnde presentó sus respetos y el alcalde Eduardo Orrego entregó las llaves de la ciudad a sus herederos, los hijos de aquel militar que la destrató por dedicarse a la música.
"Dispón de mí, amadísima Argentina”, escribió en la época de la Guerra de Malvinas. “Debe de haber alguna manera de entregar por ti mi vida a los 61 años, que para una guerra parecerían inservibles, pero te considero una causa justa y apropiada de morir por ella. Nada puedo decir para ayudarte a conseguir la paz, si tú has mostrado al mundo tus hijos y sus padres como el ejemplo más exacto del honor y del amor y de la voluntad por su tierra. La crueldad y sinrazón de tu enemigo serán castigados por la historia. Dios te ayude, amadísima Argentina. ¡Qué país eres! Te amo".