El viejo Paraná hace memoria y recuerda las historias del pasado. Esas que hablaban que un día hasta el mítico Santos de Pelé cayó en la cancha de Colón en 1963.
Los años pasaron, llegó el descenso pero el Cementerio de los Elefantes volvió a ser el estadio invencible de Primera División.
En una semana se comió a dos grandes que venían haciendo pinta. Primero fue el Boca del Bambino: 1-0 y a festejar. Después siguió el Central de don Angel: 2-0 y la invitación al delirio.
En la cancha, un pibe lleva la cinta de líder en su brazo izquierdo. Es el capitán del barco de Colón, un chico que tiene una historia de 22 años.
Doña Eusebia Vázquez solía someter a uno de sus nueve hijos al más terrible de los castigos. Cuando Hugo Benjamín rompía por enésima vez sus zapatillas en los potreros del barrio 46 Viviendas, la esposa de don Sixto Ibarra se hacía oir:
-i Hoy no vas a jugar a la pelota con esos atorrantes!
Sin embargo, un rato más tarde, el ruego llegaba desde la calle:
-iDele, señora! Préstenos al Hugo que jugarnos contra el otro barrio por la vaquilla... ¡Dele, que con el Hugo no podemos perder!
Cuando la noche caía piadosa para amortiguar tanto calor formoseño, Hugo Benjamín Ibarra, quien por entonces tenía esos pocos años que se confunden con minutos, regresaba con la parte de la vaquilla que habían ganado en el torneo libre y don Sixto esperaba con las brasas encendidas porque él también estaba seguro de que, si el Hugo jugaba, los muchachos no podían perder...
El amor por la pelota -y también por la camiseta de Boca- es genético para los Ibarra. Ellos, como la mayoría de los pibes de El Colorado -una localidad ubicada 200 kilómetros al sur de la capital formoseña-, querían ser jugadores. Embelesado por las imágenes que la televisión traía desde México, Hugo se anotó en la Escuelita de Fútbol del club Nacional. Corría 1986 y Diego Armando Maradona llevaba a la Selección Argentina a la obtención de su segundo título del mundo. El lo veía enorme, casi tanto como a los 2,30 metros del Gigante Jorge González, el basquetbolista, el ciudadano más ilustre del pueblo. Recién en 1995, cuando Diego volvió al fútbol enfrentando a Colón en la cancha de Boca, pudo comprobar de cerca que, en realidad, hasta él era más alto que el genio...
El verano de 1989 lo encontró al ¨Netgro¨ -como se lo apoda- de vacaciones en la casa de un hermano que se había ido a vivir a la capital provincial en busca de un porvenir más venturoso. Los del club Defensores, un equipo formado por policías, lo invitaron a practicar y, cuando lo vieron jugar, apenas lo dejaron volver a rescatar su ropa. "Yo no me quería quedar porque tenía que rendir una materia en la escuela. Si cuando fui a buscar mis cosas a El Colorado, le dije a uno de mis hermanos que vaya en lugar mío... Él fue, pero igual me mandaron a llamar y quedamos los dos..."
Fue Daniel Olivares -ex jugador de Colón en la década del '70- quien lo hizo fichar para Defensores y el que descubrió que la camiseta número 10 del club formoseño le estaba quedando chica...
-Negro, ¿te querés ir a jugar a Colón de Santa Fe?
-Sí, pero... ¿dónde queda? Explicaciones mediante, Hugo Ibarra se instaló en la pensión sabalera en marzo de 1992, unos días antes del 1° de abril, la fecha en que iba a cumplir 18 años. "Allí pasé los momentos más duros y también los más lindos. La primera noche recién pude dormirme a las cuatro de la mañana. Nos dieron de comer los primeros quince días y después, chau... Nunca más. La rata más chica nos cebaba mate, pero ya me había propuesto no abandonar..."
La sonrisa se le ensancha cuando recuerda que "mandábamos a los más lindos a seducir a las chicas del barrio FONAVI, que está detrás de la cancha de Colón, y, cuando a alguno le abrían las puertas de una casa, caíamos todos a comer..."
Hugo estaba dispuesto a resistir. Acaso guiado por su frase de cabecera: "Dios te da oportunidades y no hay que desaprovechar-las". O quizás porque "el día de mañana pensaba decirles a mis hijos que había hecho todo para llegar". Pero la buena voluntad de un hermano estuvo a punto de echar todo a perder. El muchacho había llegado a Santa Fe también con sus sueños de fútbol a cuestas y no aguantó eso de hacer changas o atender el paddle del club para poder comer. Se volvió a El Colorado y se despachó con doña Eusebia:
-Mamá, el Hugo se está c... de hambre.
El Negro nunca les había dicho a los viejos tan terrible secreto para que no se preocuparan. Y cuando se fue a pasar las fiestas navideñas a su pago, don Sixto lo increpó:
-Volvete para acá que a nosotros nunca nos faltó nada. Por lo menos aquí vas a comer...
En eso estaban cuando sonó el teléfono. Desde Santa Fe, José Luis Silva se presentaba como nuevo encargado del Fútbol Amateur colonista y prometía que todo iba a cambiar. Aferrado a la nueva promesa, su bolso se cargó otra vez de ilusiones: "Ese señor que había llamado no mintió. Junto al Profe Hurtado eran capaces de poner plata del bolsillo de ellos para que nosotros estemos bien..." Jugó de ocho, de cinco y de diez ("pero de cuatro no quería jugar ni loco"). Hugo se convirtió en la figura del equipo sabalero que participaba en la Liga local. Hasta que el director técnico uruguayo Ildo Maneiro lo hizo debutar en Primera División en 1993. Con el primer triunfo en un clásico ante Unión, empezó a responderse las preguntas que se hacía en los potreros de El Colorado. "¿Cómo sería ser ídolo? Para mí, un jugador así era algo de otro planeta..." Cuando Nelson Pedro Chabay llegó para intentar la epopeya del ascenso, lo encaró y le dijo:
-Usted juegue allí, de cuatro...
Él no le respondió: "A mí me daban cualquier camiseta y entraba -recuerda-, pero en ese momento pensé que el tipo estaba loco. ¡Qué c... hace éste?!', decía para adentro".
Pero el uruguayo tenía razón. Llegó el ascenso a Primera División en 1994, la convocatoria a la Preselección Argentina Sub-23 en 1995, la capitanía en 1996 y la consolidación como ídolo local en 1997.
Atrás de él hay un equipo que tiene siete puntos, después de una semana larga de festejos. Dos triunfos en su estadio y un empate frente a Platense en Vicente López. Por eso, cuando la noche del domingo se iba diluyendo, el formoseño juntó a sus compañeros y todos le dedicaron la victoria a los Sabaleros. Tres puntos más que se quedaron en el Cementerio de los Elefantes, allí donde le pintan la cara a cualquiera.