¿Alguien se preguntó por qué la gobernadora de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, es amenazada periódicamente por delincuentes de diversa calaña, mientras que en su momento el señor Daniel Scioli la única amenaza que padecía fue la de su esposa Karina Rabollini quien le aseguró que si no ganaba las elecciones lo dejaba plantado, amenaza que cumplió con su habitual y reconocida escrupulosidad?
Se dirá que esta diferencia entre quien nunca fue amenazado y quien es amenazada día por medio no habilita a arribar a conclusiones ligeras, pero con el perdón de todo ese “detalle” a mí me resulta más que sugestivo y es, de alguna manera, el punto decisivo de diferencia entre el candidato oficial del peronismo y, para que no queden dudas al respecto, el actual vicepresidente del Partido Justicialista.
¿Por qué a Vidal la amenazan y a Scioli no? La respuesta es tan obvia que escribirla pareciera faltar el respeto a la inteligencia de los lectores, pero como en este país a veces es necesario destacar lo obvio, correré el riesgo de apelar al sentido común que pareciera ser el menos común de los sentidos. Vidal molesta y Scioli no. Así de sencillo. Con el compañero Daniel los jefes de la Bonaerense, los porongas aliados a la trata de blanca, la piratería del asfalto, el narcotráfico y los negocios con los presidiarios estaban por lo menos cómodos, disfrutaban de la libertad de delinquir con la certeza que desde la máxima responsabilidad del poder no sólo miraban para otro lado, sino que en más de un caso eran cómplices, cuando no jefes de las bandas mafiosas.
Lo que digo carece de valor jurídico, pero pretende advertir sobre detalles que algo intentan mostrar, algo pretenden destacar, alguna señal dan. Tampoco pretendo que quienes votaron a Scioli con la certeza o la convicción de que fortalecían un proyecto nacional y popular, se arrepientan o cambien de opinión -no soy tan extravagante- , simplemente aspiro a que reflexionen o se interroguen en voz baja acerca de la proeza intelectual que representa considerar al compañero Daniel el abanderado de la justicia social en la provincia que exhibe los niveles de delitos y pobreza más altos del país.
Archivemos piadosamente en el olvido el esfuerzo por equiparar a Scioli con la causa del progreso. Sólo el delirio alienado de la causa K y el descarado cinismo populista pudieron transformar a quien con argumentos pedagógicos y clínicos Elisa Carrió calificó como un imbécil, en algo así como un líder tercermundista. Pero si bien a Scioli no había que exigirle lo que obviamente nunca fue, sí correspondía reclamarle que por lo menos gobernase, es decir pusiera límites a la corrupción o impidiera que un aguacero inundara ciudades y pueblos.
María Eugenia Vidal es tal vez la expresión más visible del cambio político que pretende representar Cambiemos. En política siempre es riesgoso adelantar juicios, pero en el caso de Vidal vale la pena hacerlo porque su presencia lo merece, porque hace falta personalizar que es posible otra manera de concebir la política y en definitiva el ejercicio del poder.
Nada extraordinario. Vidal no pretende presentarse como una diosa, como una dama de hierro, como un ángel azul o un ángel exterminador, y, mucho menos, como una iluminada que se supone infalible y pretende ir por todo. En las diferentes entrevistas y declaraciones insiste en que su principal objetivo es tratar de respetar con la mayor fidelidad posible a quienes la votaron e incluso a quienes no la votaron pero también quieren una provincia más justa, más decente, más libre.
Una persona es un estilo, una manera de estar, de expresarse, una actitud que se manifiesta en gestos, palabras y sobre todo en hechos. Diez meses largos en el ejercicio del poder permiten abrir una opinión acerca de una dirigente. Esa opinión sin duda que evalúa los aciertos y los errores, pero también ese cotidiano de la política que se manifiesta en la relación que establece con la sociedad, con sus propios funcionarios y con los opositores. En todos los casos, Vidal aprueba las asignaturas con las mejores notas.
No soy yo el que lo digo, son las más diversas manifestaciones de la política y la sociedad las que así lo expresan. Los procesos de calificación de una dirigente son complejos, pero en ese proceso de idas y venidas, de aciertos y errores, un juicio comienza a perfilarse. Para bien o para mal que el Morsa Fernández, por ejemplo, sea hoy evaluado como el paradigma de la política corrupta y mafiosa no es arbitrario; podrán marcarse con más o menos énfasis los matices, pero en lo fundamental el juicio es justo, justo y preocupante porque ese personaje despreciable, viscoso y siniestro fue durante por lo menos doce años uno de los soportes principales del régimen de poder que asoló a la Argentina.
Con la misma certeza puede decirse que María Eugenia Vidal se perfila como la expresión de lo opuesto al Morsa y al compañero Daniel. Impecable formación profesional, impecable trayectoria como funcionaria, impecable en su compromiso y en la relación entre el compromiso y los actos. Puede que en el camino haya habido errores, pero los aciertos se imponen con holgura. Un político es un ser humano y por lo tanto no es infalible; pero la sociedad no le exige infalibilidad sino honorabilidad, coherencia, capacidad para tomar decisiones y coraje civil para corregir cuantas veces sea necesario.
No es tan difícil entenderlo, pero no es sencillo hacerlo. Un político -y María Eugenia lo es en el sentido pleno de la palabra- es alguien que debe lidiar todos los días con intereses, ambiciones, aspiraciones legítimas e ilegítimas, pero sobre todo debe lidiar consigo misma para no ceder a los cantos de sirena del poder, a la tentación de considerarse imprescindible, a ceder al facilismo de la demagogia sin perder por ello capacidad para sensibilizarse ante las escenas de dolor que las sociedades reproducen con demasiada frecuencia.
Como la política suele ser el territorio donde todos los errores pueden reproducirse con relativa impunidad y frecuencia, no faltan quienes especulan en que María Eugenia sea la candidata presidencial de Cambiemos para 2019. Como se trata de una mujer que no ignora las claves con las que se conjuga el poder en el mundo que vivimos, seguramente la idea se le hizo presente o algún incondicional se la sugirió en voz baja. Hay motivos para creer que no cederá a esa trampa que suele tender el poder.
Vidal sabe que en todo caso, su mejor campaña presidencial pasa por la calidad de su gestión en la provincia más complicada de la Argentina. El futuro dirá luego acerca de su destino, pero si mal no la conozco me atrevo a creer que ella sabe muy bien que la política, se conjuga en tiempo presente y que las ambiciones deben ser contenidas e interpeladas diariamente.
Creo que con sus luces y sombras y, sobre todo, con sus diversos tonos grises, en provincia de Buenos Aires no sólo se juega el destino de millones de personas, sino el desafío de cómo concebir la política en el siglo XXI. El incipiente liderazgo de Vidal parece inscribirse en esa línea, una línea que incluye una manera de relacionarse con la oposición, establecer acuerdos e incluso sostener diferencias, porque bueno es recordar que si somos pluralistas en serio debemos admitir que el derecho de la oposición incluye la obvia decisión de oponerse al oficialismo de turno.
Con la prudencia del caso sostengo que el peronismo renovador liderado por Sergio Massa es el que mejor configura esa oposición ideal que asegura la gobernabilidad sin renunciar a sus legítimas aspiraciones. Un simpatizante de Cambiemos puede que presente una larga lista de objeciones a la persona de Massa, a la gravitación de algunos de sus dirigentes o la sinceridad republicana de quienes durante años jamás manifestaron inquietudes de ese tipo, pero más allá de esa legítimas objeciones, debemos admitir que en esta Argentina real, el escenario político de provincia de Buenos Aires es el que más se acerca a ese ideal de república democrática elegido por la sociedad en los pasados comicios.