No creo descubrir la pólvora si digo que el país no anda bien. La pobreza es alta y los sueldos no alcanzan para llegar a fin de mes. Nadie, ni el aristócrata ni el burgués más insensible podrían negar este dato evidente de lo real. El problema no es desconocer lo obvio, sino decidir qué hacemos políticamente con ello. Que los sueldos no alcanzan o que en la Argentina hay pobres es algo que yo escucho hablar desde que era niño, es decir, desde hace más de medio siglo. Con la lógica que pretenden imponernos los actuales dirigentes gremiales, deberíamos parar todos los días del año. Esa lógica por supuesto no es real y los propios caciques sindicales lo saben. Es más, podría decirse que su lógica es selectiva. Tan selectiva que la calidad y la extensión de las huelgas dependen del signo político del gobierno de turno. Basta repasar los últimos años para advertir que si el gobierno es peronista la paciencia y tolerancia de los sindicalistas es infinita; pero si no pertenece a ese signo a estos caballeros les asalta una insólita pasión igualitaria y de la mañana a la noche se transforman en abanderados de la justicia social. Desde Lorenzo Miguel y Saúl Ubaldini a Hugo Yasky y Roberto Baradel, hay lo que se dice una impecable coherencia. Coherencia populista claro. Fieles a ese estilo ya lanzaron la primera huelga general. A decir verdad han estado inusualmente pacientes. Con Alfonsín y De la Rúa no se permitieron tanta tolerancia. Tampoco con Illia. En todos los casos las reivindicaciones pretendían ser justas, pero los objetivos políticos eran los de siempre: echar a los intrusos que ocupan la Casa Rosada.
A la huelga compañeros
En todos los casos, los peronistas invocaban e invocan el derecho de huelga, el mismo que negaron en la Constitución fraudulenta de 1949; y cualquier duda al respecto consultar cómo les fue a los ferroviarios que osaron hacerle un paro al gobierno del Primer Trabajador y el Hada Rubia. El derecho de huelga como un absoluto. La huelga concebida como herramienta para desestabilizar o derrocar gobiernos. La huelga como un derecho que no admite límites y mucho menos deberes. En realidad los Baradel de turno no reclaman el derecho de huelga sino el derecho a la salvajada; el derecho a acorralar gobiernos y deponerlos. ¿O alguien puede creer que a estos energúmenos les importa la educación? Es más, no sólo no les importa sino que son los principales colaboradores de la destrucción de la escuela pública. Los índices no dejan mentir. Desde que el gremialismo docente decidió transformar a los maestros en “compañeros”, la calidad de los dirigentes se mide por la cantidad de huelgas que convocan. En ese contexto, la educación pública ha retrocedido de manera escandalosa. Sinceramente no me consta que la actual educación pública de gestión privada sea superior a la estatal, pero sospecho que la decisión de los padres de enviar sus hijos a la privada proviene del deseo de asegurar que los chicos asistan a clase.
¿Al maestro con cariño?
Lo sorprendente de este proceso es la pretensión de los sindicalistas de negarle al gobierno el derecho a defenderse de estos ataques. Curioso. Los Baradel atacan al gobierno de María Eugenia Vidal, por ejemplo, como si fuera un patrón privado que no da aumentos por avaricia o porque disfruta contemplando las necesidades de los trabajadores. Pero aunque a Baradel no le guste hay que decirlo: un gobierno tiene derecho a hacer realidad el principio que día que no se trabaja, día que no se paga. Sobre todo cuando el hábito de la huelga se ha transformado en un complemento de las vacaciones. También está en su derecho a retribuir a los maestros que trabajan para diferenciarlos de los que decidieron no hacerlo. En la misma línea un gobierno tiene derecho a evaluar la calidad de sus trabajadores, algo que los sindicalistas se oponen furiosamente. Y por supuesto, le asiste el derecho a observar el rendimiento de los alumnos, sobre todo cuando las mediciones internacionales nos dicen que hemos retrocedido en toda la línea, tal vez porque más de un maestro parece estar más preocupado en la pedagogía de la huelga que en la pedagogía de los niños.
La escuela anda mal y sin embargo los gobiernos ponen cada vez más plata. ¿Cómo se explica esta contradicción? Seguramente no hay una sola explicación, pero convengamos que se hace muy difícil contar con un sistema educativo bien financiado si hay un promedio de cuatro maestros por puesto y los niveles de ausentismo crecen todos los años. Es verdad que no podemos pretender tener una escuela de lujo en un país que deja mucho que desear. Pero esta verdad no autoriza a agravar todas las variables con un sindicalismo conspirador y faccioso más interesado en conquistar puestos en la burocracia sindical que en asumir responsablemente el desafío de una educación popular e inclusiva. Está claro, sin embargo, que la realidad de los Baradel existe porque hay maestros decididos a convivir con este energúmeno y una sociedad resignada, fatalista y, en cierto punto, cómplice con el virus del populismo.
¿Atrapados sin salida?
¿Cómo se sale de esto? No se sale de la noche a la mañana pero se puede salir. Para ello hacen falta gobiernos que hagan lo que tienen que hacer. gobiernos con ideas y decisiones. Las dos cosas son necesarias, porque ideas sin decisiones es utopía o impotencia; y decisiones sin ideas es autoritarismo o algo peor. En principio no hay renovación de la educación sin el apoyo de la sociedad y de los maestros. Pero no alcanza con ello. Aunque no sea políticamente correcto es necesario decir que al sindicalismo faccioso no se negocia, se lo derrota. Con la ley en la mano y con los instrumentos que brinda el poder. No conozco otro camino. Las palabras de María Eugenia Vidal esta semana fueron aleccionadoras. Todo el apoyo y los mejores sueldos para los maestros que trabajan. Y un debate práctico y profundo acerca de las reformas posibles a la educación. Reformas que toda la sociedad admite, pero que nunca se pueden llevar a cabo porque los ministros deben dedicar todas sus energías para discutir con los Baradel o para arribar a treguas políticas que se rompen cada tres meses. En estos días Baradel recibió un previsible apoyo. La que te dije le brindó su solidaridad incondicional. Nada novedoso por partida doble: porque Cristina Elisabeth apoya al compañero amigo de Esteche y Boudou; y porque ya se sabe que es una oportunista consumada. Inmediatamente se conoció su adhesión los periodistas de buena memoria recordaron cuando desde su célebre atril se refirió a los maestros con su habitual retórica del desprecio. Lo sucedido pone en evidencia, además, una debilidad o un vicio de nuestra clase dirigente. En efecto, todos los gobiernos, han padecido y padecen este sindicalismo lumpen. Como todos los dirigentes, saben que un país serio no puede convivir con un piqueterismo promovido por profesionales del hambre y la pobreza. Una clase dirigente responsable debería ponerse de acuerdo en estos puntos. La lucha contra los promotores de las huelgas salvajes y los piquetes debería estar por encima de las diferencias políticas. El orden como garantía del progreso. El orden fundado en el estado de derecho. Sé que lo que digo es imposible. La política en la Argentina no puede liquidar el faccionalismo porque ella misma es facciosa. Pero irreal o utópico no hay posibilidades de pensar seriamente a la política sin un acuerdo de la clase dirigente alrededor de algunos puntos básicos de convivencia. Hoy este desafío lo debe asumir Cambiemos casi en soledad. La batalla entre el pasado y el futuro es dura. Pero es necesario darla. Necesario y urgente.