Cuando eché una mirada a la platea antes del concierto la concurrencia se veía tan geriátrica que estuve tentado de comenzar a cantar los números del bingo”, dice el cantante, guitarrista y compositor Donald Fagen en su relato de una gira al final de su carrera. Hacía tiempo que no leía algo tan amargo, agudo y punzante. Sobre el paso del tiempo, sobre nosotros, sobre ellos. Primero la sonrisa, claro.
Tal vez se trate de un capítulo más de lo que el crítico inglés Simon Reynolds llama “retromanía”, la obsesión de la cultura pop con su propio pasado y que simplemente se está haciendo más evidente en las librerías. El hecho es que en los estantes y escaparates desde hace algún tiempo se pueden ver hermosas ediciones de memorias de distintos artistas de rock. Algunos títulos llevan años de publicados en su edición original pero recién aparecen, como las “por fin traducidas memorias” (por llamarlas de algún modo) del desaparecido Frank Zappa. Los 25 años de demora parecen indicar el cuidado e interés por un título clásico y, de hecho, la viuda de Zappa solo accedió a la publicación cuando se garantizó la misma tipografía utilizada en la edición en inglés, así como la no traducción de las letras, que se conservaron en el original. Es un hermoso libro de arte.
Más flamantes son las memorias de Neil Young, o las memorias/ensayo de Kim Gordon,La chica del grupo , bajista legendaria de Sonic Youth. Más antiguo es el primer volumen de las Crónicas , de Bob Dylan, y Vida , de Keith Richards, parcialmente parte del mismo fenómeno aunque demasiado tomado por el personaje de su propia leyenda. A pesar de que no hay versión castellana, por su lucidez oscura agregaría a la lista la colección de artículos y memorias de gira de Donald Fagen, uno de los cerebros de Steely Dan, Eminent Hipsters , de donde está extraída la cita del comienzo. Por último, no por eso el menos importante y porque no es un fenómeno solo de artistas extranjeros, Crónicas e iluminaciones , las conversaciones entre Luis Alberto Spinetta y el novelista Eduardo Berti, reeditadas y revisadas luego de la muerte delmúsico.
Un primer rasgo en común: el artista no cuenta su historia al fan sino que se coloca como testigo privilegiado de una época y da testimonio. Así Bob Dylan con el barrio neoyorquino Greenwich Village, en los 60, Frank Zappa con Los Angeles por esos años o Kim Gordon con el East Village quince años después. El artista de rock sale así de su gueto.
“No quiero escribir un libro pero voy a tener que hacerlo”, sostiene Zappa en el comienzo de sus antimemorias. También dice algo parecido Donald Fagen. “No soy otro rockero en búsqueda de legitimación”. En su caso, comenzó a escribir por orden médica y para salir de una depresión. Los artistas de la cultura popular se piensan a sí mismos, reflexionan sobre su obra, sobre el azar y la necesidad que los llevó adonde llegaron. En el proceso iluminan las condiciones que posibilitaron ese ascenso, las razones de haber tomado algunos caminos y no otros. Al final del día, son un poco menos artistas populares para llegar a ser simplemente artistas.
Editado ahora pero ya con 25 años, el libro de Zappa está de algún modo –aunque sea por la negación– más conectado con las “memorias escritas para el fan ”. Por ello, y porque se trata de Frank Zappa, se expone en guerra abierta contra el clisé y las hagiografías impulsadas por el periodismo especializado; aquí y allá hay comentarios negativos sobre la historia oficial creada por medios como la revista Rolling Stone , por ejemplo. Por el sentido del humor y el gusto por las anécdotas bizarras e iluminadoras, estas memorias podrían tratarse de las falsas –y no tan falsas– biografías que tanto gustaban a Kurt Vonnegut. Para pagar el alquiler, su padre dejaba que el ejército le probara en la piel distintos químicos; además, como los Zappa vivían cerca de una fábrica militar de gas mostaza, todos en la casa tenían su propia máscara de gas. De hecho, el escritor beatnikWilliam Burroughs no podría contarlo mejor. Hay una expresión en inglés, name-dropping , algo así como tirar nombres , que refiere a esa manera en que algunos lanzan como por casualidad nombres de celebridades que conocen. Hay un poco de ello en el libro de Kim Gordon, al estilo “estábamos en una reunión cuando llegó William Burroughs”. Zappa, por el contrario, creció efectivamente en el universo Burroughs-Vonnegut-Thomas Pynchon.
“Ese año trabajaba los fines de semana en una banda de cuatro llamada Joe Perrino and the Mellotones, en el Club Sahara de San Bernardino, poco después me mudé a Cucamonga”. Podría ser el comienzo de una novela de Thomas Pynchon, La subasta del lote 49 , por ejemplo, o la reciente Vicio propio . Pero no, es el libro de Zappa. Y no hace falta saber que fue un gran guitarrista.
Poco después Zappa fue juzgado por “conspiración para realizar material pornográfico” y llevado a prisión, donde pasó algunas semanas. Los personajes e historias relacionados con las drogas y la psicodelia tampoco tienen desperdicio, tanto como el mundillo delshow business . Y aquí un dato que parece contradecir todos los mitos: un sello estuvo dispuesto a perder dinero invirtiendo en un grupo de desconocidos que se inspiraban en una mezcla de rhythm & blues y Edgar Varèse. Y no solo perder la primera vez, sino la segunda. ¡Y todos en la banda eran muy feos! Así y todo, Frank no estaba contento –con razón– y es conocido por sus peleas con los sellos. Pero las historias son más complejas que la distinción entre buenos y malos.
Las memorias de Neil Young empiezan con una escena familiar: él junto a su esposa y sus dos hijos abriendo un paquete. Son memorias hechas y derechas. El libro es un hermoso objeto repleto de fotografías en blanco y negro muy evocadoras. Young también escribe casi por prescripción médica. En 2011, cuando comenzó a hacerlo, se encontraba tan sobrio como no lo estaba desde sus 18 años. Alcohol y marihuana... Aunque sea bueno para la salud, no está seguro de que las canciones vayan a fluir sin las sustancias y por ese temor, justamente, escribe. Sí fluyen los recuerdos de todo tipo mientras nos abre la puerta a su intimidad de millonario hippie. (“Dale dinero a un hippie y cualquier cosa puede suceder.”) Su garaje con 35 autos clásicos, su estudio de grabación privado en un viejo granero en su estancia, su obsesión con la técnica y la tecnología. Su “obsesión”, en suma.
“Al menos son hombres y toman whisky”, dice Keith Richards que dijo cierto policía. Esperaban encontrar un baúl lleno de drogas pero solo encontraron 60 botellas de whisky con los más insólitos nombres.
Vida , el libro de sus historias junto a los Rolling Stones, abre con un buen cuadro de los Estados Unidos racistas, su parte prepotente y todavía ultraconservadora de los primeros años 70. Es un curioso contraste observar lo que era ser un Rolling Stone en el corredor “bíblico”, como se llamaba a la carretera de los Estados sureños que no debían tomar, para evitarse problemas.
Cada uno de estos libros es a su manera una novela de iniciación, una clase de educación sentimental: el joven poeta que llega a la gran ciudad, el inventor loco, el cowboy solitario, el rebelde sin causa, la chica de la banda. Se pueden leer bajo esta clave y como testimonios de época. Sucede también que sus autores son los autores cuyas canciones colonizaron nuestra memoria.
EN PRIMERA PERSONA
La verdadera Historia de Frank Zappa
Frank Zappa, Malpaso
La Chica del grupo
Kim Gordon, Editorial Contra
Memorias de Neil Young. El sueño de un hippie
Neil Young, Malpaso
Crónicas Vol 1
Bob Dylan, Global Rhythm Press
Spinetta, Crónica e iluminaciones
Spinetta/Berti, Planeta
Vida
Keith Richards, Península