El año pasado explotó la polémica con el #OscarsSoWhite y así volvió a ponerse en el candelero un problema que viene dando vueltas desde los inicios de la industria cinematográfica, y va más allá de la frivolidad de la alfombra roja: la “diversidad” y la falta de oportunidades para los actores y realizadores que forman parte de alguna minoría.
En La Cosa 229 (tal cual fue publicada en marzo 2016, por si se despistan) nos hacíamos eco de este asunto y analizábamos una situación que sigue siendo despareja cuando se trata de géneros.
Somos animalitos de costumbres. Opinólogos certificados y, siempre que tenemos la oportunidad, corremos a ponernos la camiseta y convertirnos en defensores acérrimos de la injusta causa de turno. Nos indignamos al ver como, año tras año, la Academia de Artes y Ciencias de Hollywood ignora olímpicamente a las minorías (y a las mujeres, que no son una minoría, pero corren con la misma suerte) a la hora de sus nominaciones, pero no nos damos cuenta que este problema va mucho más allá de una ceremonia anual y que la falta de “inclusión” o “diversidad” de los Oscar es simplemente un reflejo (o consecuencia) de la industria cinematográfica en general.
Este año parece que la gota finalmente rebalsó el vaso y varias estrellas llamaron al boicot, no tanto como para cancelar una frívola entrega de premios, sino para que el público (y los medios) se hicieran eco de un problema que no mejora con el tiempo. Así el #OscarsSoWhite se volvió una tendencia en las redes sociales y en boca de todos, una “controversia” que a pocos días de la ceremonia en cuestión, ya se había extinguido como tantas otras noticias pasajeras. Igual nos queda la reflexión, y algunos cambios que la organización promete poner en marcha antes del año 2020. Una mínima sacudida en los estándares de la Academia, porque tampoco es cuestión de hacer ajustes tan radicales, ¿no?
A.M.P.A.S. (Academy of Motion Picture Arts and Sciences) es un microcosmos, una organización dividida en 17 categorías -siendo la de los actores la que engloba al mayor número de votantes- con unos seis mil miembros en su haber. De estos, y acá empiezan los datos escalofriantes, el 94% son caucásicos, el 77% hombres y el 86% mayores de 50 años (el promedio de edad da 62). Si nos concentramos sólo en los intérpretes, los números no son tan diferentes: 87% blancos, %58 masculinos y el promedio de edad da unos 60 pirulos. En cuanto a las minorías: el 6% son afroamericanos, menos del 4% hispanos y apenas un 2% son de origen asiático.
Ok, basta de matemáticas. Ahí no vamos a encontrar las soluciones. El problema principal radica, posiblemente, en la mentalidad de todos esos señores blancos y mayores que no saben que en la variedad está el gusto y jamás se van a atrever a salir de su “zona de confort” y sus ajustados patrones, salvo que se trate de dar rienda suelta a su celebrada corrección política. Habrá que hacerle caso a los dichos de Emma Thompson que destacó, de forma muy acertada: “Enfrentémoslo, la Academia está conformada en su mayoría por hombres blancos y ancianos. Así que esperamos a que se mueran o los matamos de a poco. No hay muchas opciones, ¿no?”.
No podemos pedirle a la Academia un cambio que debe empezar en la sociedad y, en particular, dentro de la industria fílmica. No se trata simplemente de llenar “casilleros” con actores y realizadores afroamericanos por conveniencia política –si en el año 2014 no ganaba “12 Años de Esclavitud” (12 Years a Slave, 2013) alguien podría haberlos acusados de racistas o algo mucho peor- o por quedar bien con esta u otra minoría, se pide objetividad e igualdad de oportunidades sin importar la raza, el sexo, la etnia, la religión o el estilo de vida. Ver que los veinte intérpretes nominados y los cinco directores son más blanquitos que la nieve (siendo Alejandro González Iñárritu la excepción latina) abre, una vez más, la puerta hacia la sospecha y la controversia del #OscarsSoWhite.
¿Qué pasó con Creed: Corazón de Campeón (Creed, 2015), Letras Explícitas (Straight Outta Compton, 2015) o Idris Elba y Beasts of No Nation (2015), que lograron muy buenas críticas y reconocimientos en otros círculos? Estos son sólo algunos ejemplos y, la verdad, son bastante pocos porque, como ya dijimos este es un problema de fondo que arranca con las oportunidades que se les da a estos actores y directores en una industria dominada por esos hombres mayores y caucásicos que buscan historias rentables para gente como ellos.
Si las etnias han sido ignoradas por tanto tiempo, ni hablar de las mujeres que, sin ser una minoría, año tras año son relegadas a categorías previsibles como Mejor Vestuario (cuatro de los cinco nominados de este año, por ejemplo) o Dirección Artística, claro que deberíamos agradecer el hecho de que se premian las actuaciones femeninas.
En 88 años, desde la primera ceremonia de los Oscar, sólo una mujer (Kathryn Bigelow) se alzó con el galardón a Mejor Director a pesar de que hubo muchas posibles candidatas. Brenda Chapman y Jennifer Lee también lo lograron gracias a la categoría de animación, pero no olvidemos que sus codirectores también son muchachos de pelos en pecho.
El motivo por el cual se deja de lado a tanto talento femenino sigue siendo un misterio, pero la falta de oportunidades laborales e igualdad de condiciones que sufren las mujeres en la industria se refleja peligrosamente en estos “concursos de popularidad” televisados.
Cuando se anunciaron las nominaciones de este año y las críticas no se hicieron esperar, la presidenta del A.M.P.A.S., Cheryl Boone Isaacs, salió a anunciar una serie de medidas para darle el empujón final a este asuntito de la diversidad. Un ambicioso plan que implica duplicar el número de miembros no blancos y femeninos antes de 2020. Para ello, y tomando sólo como ejemplo a la rama de los actores, la Academia debería invitar a 14 intérpretes afroamericanos por año, nueve asiáticos o hispanos y tres mujeres por cada nuevo miembro masculino. Claro que también deberán “blanquear” ciertas políticas (y exhibir mayor transparencia) sobre los votantes y la forma de acceder a sus membresías.
Muchos creen que los juicios artísticos no deberían caer bajo la influencia racial o de género, pero hablar de diversidad no significa que, de ahora en más, sólo hombres y mujeres de color van a poder levantar sus estatuillas en alto. Los cambios son lentos y las oportunidades no se multiplican de un día para el otro. Lo importante es la discusión y el entendimiento, y llevar a cabo políticas que beneficien a todos en el buen nombre del arte y el entretenimiento donde cada sector del público se pueda sentir identificado.