Presenciar un partido de fútbol puede ser perjudicial para la salud. Una identificación excesiva con un equipo de fútbol repercute en la salud física y mental y puede causar ataques al corazón, violencia verbal, agresiones, enfados familiares, no poder conciliar el sueño, ansiedad, peor rendimiento en el trabajo y reacciones emocionales desproporcionadas.
Las personas se suelen identificar con un equipo de fútbol por la necesidad de encontrar el sentido de pertenencia. Además, en el caso del deporte, esta afición se suele transmitir de padres a hijos y las experiencias en edades tempranas dejan una importante huella emocional. También permite crear lazos entre las personas que lo disfrutan juntas.
Una identificación emocional estable y compartir esta forma de ocio con amigos, familiares y desconocidos permite al aficionado disfrutar y fomentar la liberación de endorfinas, las llamadas 'hormonas de la alegría', que pueden ayudar a reducir el dolor y aumentar el bienestar emocional.
En el caso de los estadios, el contagio emocional aumenta debido a las neuronas espejo, que controlan la empatía y la imitación entre las personas. Estar rodeado de mucha gente protege el anonimato y permite conductas negativas, como el insulto. La masa, en vez de recriminar, suele mostrar su apoyo, al igual que ocurre cuando se protesta por una jugada sin haberla visto, solo porque los demás lo hacen.
Algunas personas tienden a enfadarse y transmiten estas emociones a sus hijos, que absorben y reproducen estas conductas. La rabia, el rencor, la envidia y la impaciencia pueden desembocar en ansiedad, estrés, rigidez mental, falta de empatía y dificultad para comunicarse, además de incrementar las tensiones respecto al equipo rival.
De esta forma, se crea un estado de intranquilidad e inseguridad y también pueden aparecer ataques de ira, que están relacionados con la depresión y los trastornos de ansiedad y suponen un riesgo de sufrir infartos, obesidad e hipertensión.
Gritar, insultar, amenazar, lanzar objetos y destrozar mobiliario implica una carencia de habilidades para la gestión emocional. La frustración que generan las expectativas no equilibradas lleva al desastre emocional. Asimismo, responsabilizar al árbitro de un mal resultado es la respuesta cuando uno se siente impotente y amenazados.