Básquet - Boedo

Domingo 16 de Agosto de 2020 - 13:56 hs

La historia de Luciano y Luis González

Nos metemos en la intimidad de la familia González. Por un lado tenemos a Luis, el Chuzo, el padre, uno de los máximos goleadores de la historia de la Liga Nacional, campeón con Atenas y de una trayectoria envidiable.

Cuando las raíces son los mismas, los caminos suelen tomar rumbo similares. En La Liga hay varios casos de estos. Está en la sangre, en los genes, en ese legado que uno, el padre, triunfante y con un recorrido ejemplar, le deja a su hijo, que toma la mochila y cargado de sueños va en busca de su propia historia. Hará el camino a su manera, de su forma, con su estilo, lo escribirá con su propia pluma, pero siempre es una valiosa guía tener como padre a un gran ejemplo.

En este sentido #HijosDeLiga relatará la historia de los González.

Por un lado tenemos a Luis Alberto, el padre. El Chuzo fue un goleador letal, uno de los máximos anotadores de la historia de la Liga Nacional, notable jugador que fue uno de los íconos más importantes entre la segunda parte de la década de los 80' y la primera mitad de los '90. Fue el primer goleador nacional que tuvo La Liga, en la temporada 1988, jugando en aquel entonces para Echagüe de Paraná y con 28,9 puntos de promedio (896 puntos en 31 PJ).

Recordado por su eficiencia y la estética como tirador, también dejó una huella grande dentro de la segunda categoría, la Liga Argentina, como el jugador con mejor promedio de puntos, con 23,5 tantos en 106 partidos, habiendo disputado tres temporadas en la división. Fue campeón de Liga con Atenas de Córdoba en la temporada 1990, aquel Griego de antología que marcó una era dentro del básquet. Con el verde cordobés también fue campeón sudamericano en 1993, además de subcampeón nacional en 1989 y en la 1992/93.

Jugó en Ferro Carril Oeste, San Miguel, Unión de Santa Fe, los ya mencionados Echagüe y Atenas, Peñarol de Mar del Plata, Sport Club de Cañada de Gómez y Regatas San Nicolás. Sin dudas un recorrido por demás prestigioso, que se completa por supuesto con múltiples presencias en torneos con la selección argentina, donde se computan preolímpicos, panamericanos y sudamericanos. Prestigiosísima trayectoria, que tras su retiro como jugador siguió manteniendo un fuerte vínculo con el básquet desde su rol como entrenador y formador, desarrollando incluso proyectos deportivos. Empresario y emprendedor, sin dudas es uno de los grandes símbolos y referentes de la rica historia de la Liga.

Por otro lado tenemos a Luciano, el hijo. El Chuzito, apodado así justamente por la decantación de su padre, es uno de los jugadores de mayor jerarquía dentro de la actualidad de la Liga Nacional. Escolta solidario, jugando incluso en la misma posición que Chuzo aunque polifuncional ya que hasta jugó tanto como alero y como base gracias a sus capacidades técnicas, Luciano tuvo una formación por demás importante a través de estos 30 años, siendo profesional desde 2007.

Como puntos destacados en la carrera del Chuzito se pueden mencionar el Súper 20 que ganó la pasada temporada con San Lorenzo de Almagro, como así el subcampeonato de La Liga en la 2018/19 defendiendo los colores de Instituto de Córdoba, además de ser subcampeón del Súper 20 del 2017 también con la Gloria. Con el Ciclón también logró el tercer puesto en la FIBA International Cup que se disputó en Tenerife a principios de este año, y el subcampeonato en Liga Sudamericana en 2018. En las últimas semanas confirmó su pase al Flamengo de la NBB, un grande de Brasil y del continente.

Más allá de estos últimos clubes mencionados, el Chuzito tuvo un reconocido paso por cada uno de los escalones de nuestro básquet nacional, pasando nivel por nivel hasta convertirse en el jugador consolidado que podemos ver en la actualidad. Jugó en Echagüe de Paraná y San Martín de Corrientes dentro del marco de la Liga Argentina, y ya en la máxima división pasó por Obras Basket, Sionista de Paraná, La Unión de Formosa, Atenas de Córdoba, Quimsa y los mencionados Instituto y San Lorenzo. Fue elegido y distinguido como el Mejor Sexto Hombre de La Liga 2018/19. También jugó en el Minas Tenis Clube, en la 2011/12 de la NBB brasileña. Por supuesto que también tuvo participación con la celeste y blanca, recordando que en formativas jugó tanto Premundial U18 como Mundial U19; además de que en la mayor jugó Panamericanos del 2011 y en noviembre del 2018 jugó en una de las ventanas clasificatorias del pasado Mundial FIBA de China 2019.

Hablar de Luis González es hacer mención a uno de los jugadores más desequilibrantes que tuvo la Liga Nacional en sus primeros años. Surgido del club Parque de su Villaguay natal, cuando a los 13 años detectaron rápidamente sus condiciones con Carlos Elizalde como pilar, su carrera conllevó un ascenso escalón por escalón, pasando también por seleccionados locales, provinciales y nacionales (campeón sudamericano en 1981), hasta que quizá uno de esos primeros saltos fuertes se daría cuando pasó al Ferro de León Najnudel, antes del nacimiento de los #35AñosDeLiga.

Si bien no jugó Liga Nacional con Ferro, fue parte del proceso de construcción camino a la Liga Nacional. Pasaría a San Miguel, para luego recalar en Unión de Santa Fe, dirigido en aquel entonces por Flor Meléndez y en lo que fue el primer año de La Liga, en 1985. Volvió a Entre Ríos para jugar en la capital provincial, defendiendo los colores de Echagüe de Paraná por tres temporadas, dentro de la cual nos topamos con aquella campaña del 88 donde consiguió un abrumador registro de 28,9 puntos por noche. Todo esto haría que recale al siguiente año en Atenas, parte de quel equipo que entre sus filas tenía también a Héctor Pichi Campana y Marcelo Milanesio.

Con Atenas ganó títulos y fue protagonista en varias oportunidades, tanto a nivel nacional como internacional. En el Griego disputó dos temporadas, la de 1989 y la liga corta de 1990, para luego pasar a Peñarol en la 90/91. Luego siguieron Sport Club (91/92), un regreso a Atenas (92/93), Regatas San Nicolás (93/94) y las últimas tres campañas de su carrera con Echagüe, hasta que se retiró tras la 96/97. Jugó casi 15 temporadas a nivel profesional, dejando una huella imborrable en la memoria de todos, más allá de que el propio Chuzo confiesa que la fuerte autoexigencia y la presión que se ponía lo hizo sentir en su momento como que siempre le faltó lograr más.

"Siempre sentí que estuve en deuda con el básquet. Siempre pensé que tenía mucho más para dar y que no di el 100%, por más que me rompía el alma. A veces pasé por momentos difíciles donde uno nunca dejaba de darlo todo, pero a mí me pasó de sentir que siempre uno jugaba mal. Entonces recuerdo que cuando volvía a mi casa casi no dormía, me acostaba y me acordaba de todas las jugadas que había hecho ese día, metiendo 30 o metiendo 10. Al otro día, lo que yo erraba, lo repetía en un entrenamiento 10-15 veces y me puteaba solo, no podía creer cómo podía errar esos tiros. Nunca lo contaba, pero era la forma de mejorar que tenía".

"A mí me ayudó mucho que cuando empiezo a meterla mucho en Echagüe, empiezan las defensas combinadas de cuadrado y uno o de triángulo y dos, más que nada la primera. Entonces yo me comí los mejores defensores de la Liga, desde Luis Oroño hasta Aguilar, De La Fuente... pero no me los comía solo, sino en cuadrado y uno. Los entrenadores no tenían un sistema para eso. Es más, en los bloqueos los agarraba a mis compañeros y los tiraba en contra para que me bloqueen mejor, cortina en movimiento. Muchas veces los entrenadores me paraban en una esquina y jugaban 4 vs 4, era cuadrado y uno, y yo me quedaba quizá con el mejor defensor del rival y jugaban los otros cuatro (risas). Me pasó en Echagüe, en Regatas... en varios lugares".

Como decíamos, los últimos años como jugador profesional para el Chuzo fueron en Echagüe, donde disputó en conjunto un total de seis temporadas. La segunda etapa se dio ya con 32 años y en el TNA, donde el nacido en Villaguay decidió volver a un club donde había pasado grandes momentos pero sabiendo que su retiro estaba a solo un par de años de concretarse.

"Me volví a Echagüe para los últimos años, venía de estar en Regatas de San Nicolás el año anterior. Me acuerdo que el Huevo Sánchez me había llamado para ir a Andino, que fue la temporada donde estuvo Manu en La Rioja (1995/96). Me subían el dinero que me ofrecían, cada vez más, pero yo ya había tomado la decisión de irme a Echagüe, porque también tenía decidido retirarme a los 35 años. Hincha de River, y Francescoli había dejado a esa edad, quería a esa edad dejar el deporte y no que el deporte me deje a mí, como dijo Enzo. Pero nadie lo sabía, solo lo sabía yo".

¿Cuál es la imagen de su hijo? Luciano por su parte tiene algunos vagos recuerdos de la etapa de jugador de su padre. El Chuzito nació en 1990, por lo cual vio al Chuzo en lo que sería prácticamente la segunda etapa de su carrera. Fue ese año donde su padre salió campeón con Atenas, y de hecho solo tenía algunos meses cuando se consiguió aquel título. No obstante, los recuerdos en sí comienzan a llegar cuando fue más consciente, y con esto hablamos de la época de los últimos años de la carrera con su mencionado regreso a Paraná.

"No tengo el recuerdo tan vívido porque mi viejo los primeros años andaba de un lado para el otro de esas mudanzas cuando jugaba en Atenas, Peñarol, años en los que no tengo memoria porque era muy chiquito. Donde sí empiezo a tener un poco más de recuerdos es cuando mi viejo se viene a Echagüe. Sin dudas era consciente de que mi viejo jugaba en el primer equipo y que iba mucha gente a verlo, pero no era tan consciente del nivel de mi viejo, de lo importante que era. Para mí eran todos buenos jugadores, todos eran lo mismo, y no podía diferenciar el uno del otro si eran buenos, regulares, más o menos... cuando era chico para mí era imposible diferenciar eso. Lo que sí tenía claro es que mi viejo jugaba y sé que eso me motivaba muchísimo a mí para ir a entrenar y hacer un montón de cosas para intentar imitarlo".

Por supuesto que esa imagen de chico también fue tomando una mayor forma con el paso de los años. Y es que, como todo hijo, Luciano cayó en la clásica curiosidad de saber cómo jugaba su padre, mientras a su vez iba tomando más consciencia de cuestiones técnicas del juego y podía tener una opinión mucho más formada de la que tenía de niño. Independientemente de esa referencia, está claro que el Chuzito siempre observó a su padre como un ejemplo y modelo a seguir. En ese sentido, en todo momento de su desarrollo buscó imitarlo.

"Con los años me fue dando un poco de curiosidad y he visto algunos partidos de mi viejo en sus mejores años, para ver realmente quién era mi viejo. Es muy fácil que te lo digan, pero yo tenía esa curiosidad de verlo cómo jugaba, realmente quería verlo y, entendiendo obviamente los cambios que fue teniendo el básquet con los años, y la verdad es que el loco jugaba bárbaro, la rompía. Creo que a todos los que tenemos papás que fueron jugadores nos pasa lo mismo, como que uno siempre tiene esa imagen de ídolo de su papá y quiere hacer lo mismo. Y el hecho de tener esa imagen de mi viejo me motivaba muchísimo, quería imitarlo y ser como él, y hasta diría que en mi cabeza era normal y súper natural eso".

La pasión se transmitió por la sangre y Luciano desde muy pequeño ya comenzó a tener un fuerte contacto con el básquet. No podía esperarse menos, ya que el amor por la naranja y la emoción que generaba el hecho de picar una pelota siempre estuvo muy ligado a los González. Y en el caso del Chuzito, todo se dio de manera mucho más automática, casi como si fuese normal, desde la simpleza de crecer en un ambiente familiar con papá de referente y siendo el básquet un estímulo constante.

"No recuerdo tanto, pero me han contado mucho y hay fotos que demuestran que sí, que ya en los primeros años me iba a todos los partidos de mi viejo, de tener el típico arito de plástico con la pelotita de goma colgados en algún lugar de casa como siempre. Cuando mi viejo se viene a Echagüe, ya tenía algo de seis años más o menos y empezaba a jugar con mosquitos. En esas primeras divisiones tengo un recuerdo más fresco, porque ya empecé a tener categorías en formativas y empiezo a encontrarme con la pelota. Tengo algunos recuerdos muy lindos de esa época".

"Me acuerdo de jugar en el playón de la cancha de afuera de Echagüe, esa transición de la pelotita chica a la mediana, empezar a jugar partidos los fines de semanas, toda esa parte la tengo súper fresca. También tengo toda la parte fresca de ir a verlo a mi viejo, porque se retiró cuando yo tenía casi 8 años, en el 97 jugando en Echagüe. Recuerdo haber ido a ver algunos partidos de mi viejo, un montón de fotos de esa época con mi viejo y de hecho la primera camiseta que usé alguna vez cuando arranqué a jugar al básquet a los 4 años se la di a mi viejo porque la tenía guardada, así que tengo un par de recuerdos que son reliquias después de tantos años".

El Chuzo también recuerda aquella primera camiseta que usó Luciano con apenas 4 años. Y es que termina teniendo un valor especial, único, parte del orgullo de un padre viendo a su hijo cómo va dando sus primeros pasos en el básquet, en aquel deporte que tanto han respirado y tanto los ha unido durante todos estos años. Aquella remera con la que el Chuzito arrancó a jugar fue en San Nicolás, cuando su padre militó con los colores de Regatas en la temporada 93/94 de la Liga Nacional. El recuerdo, esa reliquia como bien comenta el hijo, para el padre resulta ser algo tan importante que la enmarcó la puso en su oficina.

"Como una de las cosas más importantes que tengo de recuerdo es su primer camiseta, cuando estábamos en San Nicolás, que la tengo en un cuadrito en mi oficina. Ahí tenía 4-5 años, y esa camiseta está apenas entrás a mi oficina. La guardó la mamá y ahora la tengo yo en un cuadro, que fue cuando arrancó con el básquet y comenzó a transitar este camino".

"Otra cosa que no me olvido es cuando salimos campeones con Atenas. No se me olvida nunca la imagen de tenerlo en mis brazos, tengo esa imagen grabada y de hecho suelo buscarla porque está en un video, en el medio de los festejos mientras todos celebramos en la cancha. Luciano era chiquito. Después lo de siempre, el arito de plástico y una pelota que era más grande que él al principio también (risas), eso estaba presente en todo momento en esa época".

Y así como afloran esos recuerdos, Luciano recuerda los tiempos de muy pequeño siendo un fiel compañero de su padre. Como si fuese un círculo, una cadena que se repite una y otra vez, generación tras generación, con los hijos casi como escuderos de sus padres jugadores, como una sombra que los siguen a todas partes. Al Chuzito le pasaba justamente lo mismo con Luis, como al día de hoy ve ese reflejo suyo de aquella época en algunos hijos de los compañeros de equipo que tiene en la actualidad.

"Me pasaba un montón eso de seguir a mi viejo a todos lados, a las comidas con el equipo, a los asados, de esas cosas lindas además de los partidos me acuerdo. Incluso tenía eso de meterme en los vestuarios, como pasa hoy con los hijos de compañeros míos que quizá estamos todos dentro del vestuario y ellos también se meten adentro. Recuerdo de haber vivido esas cosas, de que terminen los partidos e ir a saludarlo a mi viejo cuando los jugadores iban a saludar al centro de la cancha... esas también las pasé".

 

Si bien hoy podemos encontrar a un Chuzito afianzado, consolidado como jugador y gozando de rendimientos muy altos, la realidad es que para que todo este presente se construya existió un pasado que debió surtir. Y hablamos de todo un recorrido desde muy joven, desde que se inició en Paraná pasando por los distintos torneos locales, ligas provinciales y a partir de ahí empezar a tomar un vuelo nacional, que también fue escalonado pasando por la ex Liga B, el TNA/Liga Argentina y un salto a la Liga Nacional donde también debió acomodarse con el paso de los años.

El propio Luciano recuerda la importancia tanto de su padre como de toda su familia dentro de este camino, desde el acompañamiento constante pero también desde la experiencia que podía aportarle el Chuzo por haber tenido vivencias similares. En ese sentido, el Chuzito agradece que cada escalón que fue pisando en el básquet le sirvió para ir madurando y entendiendo cómo buscar su mejor juego.

"En mis inicios sobre todo, mi viejo fue una muy importante fuente de consulta porque después de estar juntos en la Liga Provincial me fui a jugar Liga B en Unión, y ahí también me ayudó porque estaba Seba Uranga como entrenador. Mi carrera se fue dando así, escalonada y paso a paso. Y estoy mucho más que agradecido de que se haya dado de esa forma porque más haya de no haberme salteado ningún paso y de la enseñanza que tuve en todo momento, me hizo valorar muchísimo el camino que recorrí hasta ahora. Como consecuencia de todo este camino termino jugando hoy Liga Nacional, y fui pasando de niveles, dándome cuenta de los cambios que había y entendiendo cómo tenía que actuar para seguir subiendo de nivel y encontrar mi mejor versión posible".

¿La decisión por ser jugador? Natural, demasiado natural. Y es que, como decíamos previamente, la cantidad de estímulos tan fuertes que recibió el Chuzito desde muy chico hizo que en ningún momento debiera verse en la necesidad de elegir este camino, sino que todo fue tan simple que desde los primeros años de su infancia confiaba en convertirse en un jugador profesional. Los resultados están mucho más que a la vista, ante un jugador que tiene casi 10 temporadas en la máxima categoría y se mantiene en el nivel más alto desde 2010. Eso también lo fue confirmando con sus progresos y con las señales que el mismo deporte le fue dando.

"Desde muy chico me di cuenta que quería ser jugador de básquet y dedicarme a esto. Cuando me di cuenta de algunas cualidades como para poder ir jugando al básquet, sin crearme falsas expectativas, fui entendiendo que quizá me destaca en el torneo local y notaba que mi viejo tenía cierto interés en mí por lo que me llevaba a entrenar algunas cosas extras... entonces ahí es como que me fui dando cuenta que podía proyectarme como jugador. En el medio algún llamado de la selección de Paraná, después selección de Entre Ríos, ya con 13-14 años, y eso me permitió irme midiendo un poco más a nivel nacional y me fui dando cuenta de que tenía algunas posibilidades y que era algo que realmente quería hacer".

"Desde chico siempre quise ser jugador. Disfrutaba muchísimo jugar, los viajes con el equipo, disfrutaba mucho competir, representar a las distintas selecciones y todo lo que conlleva esa parte de la formación de cada chico. Fue totalmente natural, se fueron dando cosas paulatinamente y nunca hubo un cambio abrupto en el medio que tampoco me lleve a tener que decidirlo, sino que fue casi hasta sin darme cuenta de que iba a suceder. Incluso fue todo súper escalonado, y de hecho estoy muy contento de que haya sido de esa forma".

El Chuzo por su parte cuenta cómo eran esos primeros años de maduración deportiva de su hijo. Si bien entendía que tenía condiciones para explotar, sabía que era cuestión de mantener un trabajo constante, dedicación y compromiso para que ese talento pueda exprimirse. Por eso también es que supo guiarlo, ya fuese cuando lo dirigió para Liga Provincial como así también cuando comenzó a dar pasos más sólidos con la llegada que el propio Luciano menciona en Unión de Santa Fe. No obstante, el padre también es consciente de que el camino no fue sencillo, que Luciano debió pasar momentos deportivos complicados de afrontar, pero que felizmente todo terminó encausándose positivamente con la constancia y la maduración.

"Luciano me decía de chico que se iba a ir a Europa a jugar básquet, y yo lo cargaba con que como lejos iba a ir a jugar a la calle Europa (risas). Siempre dijo que quería ser jugador y así fue. Si me preguntabas a mí, a los 14-15 años lo veía con condiciones pero todavía no ponía una ficha importante en él. Me ofrecen irme a Villaguay a jugar Liga Provincial y llevo dos chicos de Paraná, con Luciano siendo uno de ellos, como el 11 y 12 del equipo. En ese momento se estimuló muchísimo entrenando ahí, con casi 16 años y donde creo que hace un quiebre también en que iba a dedicarse a esto".

"Después se lo lleva Sebastián Uranga a Unión de Santa Fe. Ahí, también con Antonio Ferrari, creo que tuvo el crecimiento técnico-individual porque le dieron la confianza y dio un salto de calidad importante. Pero no significaba la realidad que vivía deportivamente, más allá de lo mucho que mejoraba. Luciano tuvo que remarla casi toda la vida, y mucho. Juega C, Federal con Unión, después vino Echagüe donde jugaba poco y era suplente en el torneo local de juveniles, y situaciones así hasta que recién en los últimos años es como que se le empezó a dar todo mucho mejor".

"Una vez, de chico, me dijo que si iba a ser así de duro y complicado quería dejar de jugar. Le dije que no, que tenía las condiciones pero el tema es que la vida es así, que se tenía que romper el alma entrenando todos los días y lo vea. Su carrera deportiva fue así siempre de dura, es muy loca su historia. Una situación dura que tuvo que pasar fue cuando lo cortan de Obras y se tuvo que ir a Minas, y hubo un momento en el que se quería volver. La realidad es que le estaba yendo muy bien deportivamente pero jugar como extranjero con 20 años era una locura, y me acuerdo que me pedí vacaciones de mi trabajo para irme 10 días a verlo, y ahí se acomodó un poco todo. Esas fueron dos situaciones duras, y tuvo varios años complicados en el sentido deportivo".

Dentro de este paso a paso que se respetó a rajatabla para el Chuzito, pasando por todos los niveles, demostrándose que podía llegar e incluso con el básquet poniéndolo a prueba en varias situaciones particulares que le tocó vivir deportivamente. Claro que acá hay un arco por demás importante, que es el pilar que representa su familia, pasando por su padre en particular por ser la voz más experimentada dentro de la materia, pero sin olvidar a su madre Fabiana y sus hermanos, Ayelén y Emiliano.

El Chuzito mismo cuenta cómo fue sobrellevando los momentos no tan felices, a veces generados desde la ilusión misma de buscar algo más y otras veces topándose con la realidad y hasta cierta frialdad que tiene el profesionalismo dentro de una carrera con tantos años. En este sentido, si bien también conllevó un proceso de maduración en todo sentido, hoy termina encontrándose con una realidad por demás importante, de la mano que a su vez estos últimos años todo ha encajado a la perfección tras tanto sacrificio.

"Me costó un montón. Siempre, y en los primeros años más todavía, estuve muy apoyado en mi familia, en mis viejos, porque me costaba. Uno tiene todas esas expectativas, es joven, y por ahí las cosas no se me daban de la forma en las que uno quería que sí después se terminaron dando en estos últimos años. Pero han pasado varias temporadas en el camino. Mis expectativas quizá cuando era más chico eran unas y no las conseguía, y después se terminó consiguiendo en los años posteriores".

"Sin dudas que hablo mucho de mi viejo y la importancia que tiene incluso al día de hoy acompañándome porque desde siempre estuvo como mi apoyo en todo, mucho más en los comienzos, como para mantenerme en la línea inclusive, sin creerme que era el mejor como así también si tenía que jugar tres años en el TNA como lo hice saber que no estaba mal, que fue esa etapa mía entre los 17 y los 20 que estuvo buenísima, una gran experiencia para mí y después termino yéndome a jugar la Liga. También entiendo que si se dio así por algo será, y estos últimos años recién ya logré hacerme cargo de un montón de cosas y ya no mirar tanto para el costado, ponerme una meta y darle para adelante. Fue un largo camino, hoy ya tengo 30 años y soy consciente que dentro del camino he madurado un montón de cosas desde el juego y demás, me siento cómodo en ese sentido y cuando tengo que hablar con mi viejo, sea de básquet o de lo que fuese, elijo los momentos y trato de encontrar un equilibrio".


Siguiendo con esta línea de cómo se ha ido desarrollando la carrera del Chuzito, por supuesto que encontrar en su padre a un jugador histórico y tan emblemático para la Liga Nacional resulta ser una condición que debió exprimirse. El escolta que jugó la última temporada en San Lorenzo explica que cuando era muy joven y con apenas 14 años decide irse de Echagüe a otro club de la ciudad como Talleres, donde ya estaba dirigiendo su padre en la categoría mayor de la institución.

Y esto terminó siendo una vuelta de rosca acertada para Luciano, que pasó a jugar a una institución donde iba a tener mayores oportunidades en una edad donde sentía la necesidad de jugar más. Por eso, no solo jugaba en su categoría, sino también en la de cadetes y juveniles. Con su padre al lado incluso comenzó a entrenarse mayor cantidad de veces por semana, y ese periodo le sirvió para fortalecerse y mejorar varios aspectos técnicos que luego iría puliendo más con el paso del tiempo.

"A los 14 años aproximadamente me voy a Talleres de Paraná, donde mi viejo dirigía la primera división. En ese momento venía de Echagüe y jugaba solo en mi categoría, y cuando me fui a Talleres pasé también a jugar en categorías más grandes incluso llegando a jugar en juveniles que eran dos categorías más que la mía por un tema de cantidad de jugadores. Echagüe tenía su cantera y yo quizá no tenía tanto lugar, y en ese momento mi viejo me aconsejó cambiarme de club. Lo hice y creo que fue una de las mejores decisiones que tomé, porque sentía que me iba a estancar un montón jugando en una sola categoría y me dio un panorama bárbaro".

"Mi viejo también me empezó a inculcar que entrenando tres veces por semana es irreal si querés seguir por este camino, así que empezamos a sumar unos turnos a la hora de la siesta después del colegio. A los 14-15 años también empecé a ir al gimnasio, y ya en ese entonces fui haciendo cositas que antes no hacía, porque antes eran esos tres entrenamientos por semana y jugar, nada más. En ese momento también se empezó a jugar el famoso picadito, el 3x3, ahí en el club así que esos dos años que estuve en Talleres de Paraná fueron espectaculares y me sirvieron para crecer un montón, teniendo a mi viejo ahí al lado ayudando tanto a mí como a todos los demás, porque incluso llegó un momento que todos los chicos de mi categoría también sumábamos entrenamientos a la hora de la siesta después del colegio".

Todo esto tiene una óptica similar pero de todas formas necesaria de destacar, si tenemos en cuenta la faceta del Chuzo como entrenador, donde ahondó mucho más sus conocimientos que ya tenía en su periodo de jugador, sabiendo incluso cómo transmitirles cierto tipo de conocimientos a sus hijos. La importancia de detectar hasta los momentos, de cómo y cuándo, y que todo el progreso se vea plasmado dentro de un proceso también, para saber hacia dónde ir en cada elección y cada sensación.

En definitiva, Luis escribió una carrera bastante similar a la de Luciano en cuando pasar por momentos bisagra dentro de su historia como jugador, desde decidir irse del estelar Ferro de los '80 para jugar en San Miguel, pasando también por Unión donde ya en 1985 jugó la primera Liga Nacional. Luego el recorrido siguió por Echagüe, Atenas, Peñarol y demás equipos, pero ese comienzo tampoco fue sencillo para el Chuzo y lo explica con las historias que fue viviendo también.

"El ser padre de un jugador de básquet que pasa por todas estas situaciones, de ir paso a paso, de haberla luchado siempre y sabiendo que fue muy difícil para Luciano, es una mezcla de orgullo y me encantaría que muchos jugadores pasen por esa misma situación. No me refiero al sufrimiento sino en el ir escalando por categorías".

"Ser profesional implica mucho y en ese sentido traté de entenderlo con Luciano. Es muy particular porque a mí también me costó mucho ser profesional, porque cuando yo me voy del gran Ferro de todos los tiempos, con Cortijo, Oroño, Uranga, Darrás y Maggi, hablo con León y le digo que tenía ganas de jugar. León fue claro conmigo y me dijo que iba a jugar dentro de 3 años en Ferro, pero que le parecía muy bien que quiera jugar. Entonces me recomendó a un club como San Miguel, que recién había ascendido, donde ayudó a armar un equipo y nos habíamos ido varios chicos que en ese momento estábamos en la selección argentina juvenil. Allá estaba Becerra, el tío de Luis Scola, yo no lo conocía tanto pero era un gran jugador y en esa época ya se estaba retirando. De ahí a Unión de Santa Fe donde también me tocó remarla, porque me lleva Flor Meléndez y de golpe llega el Negro Romano así que la remaba desde atrás otra vez (risas), a veces jugábamos un rato juntos pero si tiraba un tiro de más chau, y más porque el Negro era mi ídolo, así que más respeto aún le tenía".

"El proceso que a mí me tocó pasar como jugador me sirvió para después convivir un poco en paz con Luciano en el sentido de entender cuándo se tiene y quiere hablar de básquet. A mí me encantaría hablar mucho más de básquet con él, pero lo respeto, sobre todo los silencios. Si gana sin importar cómo juega podemos hablar al otro día, no pasa nada, pero si pierde por ejemplo directamente no lo llamo porque sé lo que pasa por la cabeza del jugador que pierde. Si tiene ganas claro, todo lo que quiera, y eso lo hice todo el tiempo. Luciano sabía que cuando quisiera hablar de lo que sea me tenía a disposición, eso lo hablamos, tenga o no tenga razón, pase o no pase, más o menos grave. Mi función como padre es que hable de básquet cuando tiene ganas de hacerlo, y si no quiere hablar de básquet entonces no se charlará. Entiendo que el jugador de básquet tiene dos cosas, la vivencia en soledad y la vagancia en soledad. En ese sentido, Luciano supo moverse bien desde chico, no solo por lo que le hayamos podido inculcar nosotros desde casa sino también porque también tuvo algunos compañeros que más o menos le indicaron por dónde ir".

Independientemente de estar en todo momento para lo que Luciano necesite, como todo padre que se preocupa y desvive por el bienestar de sus hijos, el Chuzo también cuenta cómo era y sigue siendo su postura en cada partido que el Chuzito juega. Los nerviosismos y la emoción siempre presentes, la expectativa, el aliento y el buen augurio por resultados favorables también, pero todo lo demás pasa más desde lo interno, por dentro, sin manifestarlo sabiendo que cualquier otra sensación podría ser contraproducente. Sobre todo en los primeros años, donde hasta podía llegar a ser una presión.

"Cuando Luciano jugaba mini básquet iba a un par de partidos, y más que yo la madre hizo un rol muy bueno donde lo acompañó siempre. Ella quizá con algún grito de aliento, por haber sido deportista y entender que quizá siendo muy chico se podía generar una presión si uno decía más, pero yo no emitía sonido alguno. Es más, si hoy me ves incluso en la Liga viéndolo a Luciano soy igual, no digo nada en el partido o en una cancha. Por más que hayamos jugado al básquet profesionalmente no corresponde decir nada, porque a nosotros como chicos o incluso ya formados como jugadores no nos hubiese gustado que nos hicieran lo mismo".

Fuente: LNB