La poesía amorosa en lengua española tiene, en América Latina, figuras indiscutibles. Entre las poetas mujeres, desde sor Juana Inés de la Cruz hasta Gabriela Mistral, pasando por Juana de Ibarbourou y Alfonsina Storni, la escritora Idea Vilariño (Montevideo, 1920) ocupa un lugar destacado. Con prólogo de Milagros Abalo, la edición de Poemas de amor en el sello chileno Ediciones Universidad Diego Portales recupera un libro central en la producción de la poeta uruguaya. Dedicado a Juan Carlos Onetti, el conjunto de poemas asimila la experiencia de la historia de amor intensa y difícil entre ella y el autor de El astillero.
Vilariño integró con Onetti, Mario Bendetti, Ángel Rama, Ida Vitale, Carlos Martínez Romero y Armonía Somers, entre otros escritores, la generación del 45, cuya influencia fue decisiva para el desarrollo de la literatura de su país y de la región. Ella fue además docente, compositora y traductora de William Shakespeare, William Henry Hudson y Raymond Queneau: una intelectual a la vieja usanza. Escribió varios libros de ensayos, pero se la reconoce sobre todo por sus libros de poemas: No, Pobre mundo, Canciones y Poemas de amorson algunos de ellos. A partir de una entrevista con dos periodistas de su país, en 1998 se estrenó el documental Idea, con dirección de Mario Jacob, lo que acercó la poesía de Vilariño a las nuevas generaciones de lectores. En 2000, la editorial uruguaya Cal y Canto publicó su poesía completa. En 2004 obtuvo el premio Konex Mercosur a las letras y, cinco años después, falleció en Montevideo, su ciudad natal.
La cadencia de los poemas de Vilariño, con algo de conversación interior y de plegaria profana, facilitó que los cantantes populares más importantes de Uruguay, Daniel Viglietti y Alfredo Zitarrosa entre otros, musicalizaran varios de ellos. Sobre la poesía de la autora de Paraíso perdido, la poeta y narradora Silvia Arazi comenta: "La poesía de Idea Vilariño me produce sentimientos encontrados. Y hablo de sentir porque pocos poetas como ella se leen con las vísceras, el corazón, el cuerpo todo. Admiro su poesía descarnada, íntima, siempre intensa, sus versos tan musicales -tanto que muchas veces parecen pedir que se los cante-, su forma de tratar los abismos del sentir con la sutileza de un pintor chino. Admito, también, que a veces debo suspender su lectura -tomar aire, cruzar a la verdad del sol- quizás porque me enfrenta de un modo brutal con el horror de la ausencia, la soledad y la muerte, tres señoras cuyas miradas queman y, muchas veces, me obligan a bajar la vista.No te veré morir, dice Idea Vilariño con audacia poética en Ya no, ese poema de despedida dedicado a Onetti, su gran amor. En esos últimos versos, de un modo magistral, nos habla de presenciar la muerte del ser amado como un bien, un momento de fusión suprema. El momento, tal vez, de mayor intimidad posible entre dos seres. No te veré morir, pienso ahora, dirigiéndome a ella, Idea, una mujer que supo hacer una erótica del dolor y de la ausencia y que escribió poemas que ya la hicieron, de algún modo, inmortal".