Si el rock tuvo alguna vez una cita con la historia, ese encuentro acaba de ocurrir. Bajo la luz de la luna llena, en una noche de Viernes Santo, Mick Jagger tomó la bandera cubana que alguien del público arrojó al escenario de la Ciudad Deportiva, y al ritmo de "Brown sugar" recibió la ovación que ni él ni muchos del medio millón de espectadores que atestiguaron la escena olvidarán jamás. En uno de los pocos lugares del planeta donde no se los conoce en detalle ni se sigue sus pasos con devoción, los Rolling Stones se mostraron a la altura de su leyenda y conquistaron uno de los grandes bastiones de la cultura afroantillana, el comunismo y la salsa. A través suyo, el poder de la música logró derribar uno de los últimos muros inventados por la política. Y el impacto resultó tan potente, que ahora, como pocas veces en los últimos años, la sociedad cubana puede sentirse libre de enfrentar la inesperada posibilidad de reconstruirse con nuevos cimientos.
De Altamont (donde un fan atacó a Jagger sobre el escenario) a Copacabana (la playa en la que reunieron a más de un millón de espectadores), los Stones pueden presumir de haber sobrevivido a todo tipo de percances y aventuras. A la lista ahora deben agregarle una ya mítica presentación gratuita en La Habana, en un ambiente que seguramente hasta anoche no habían soñado jamás. Anunciada para las 20.30, jóvenes y familias cubanas comenzaron a acercarse a la explanada del show poco antes de las 11, no tanto para guardar un lugar como para ahorrarse la ansiedad ante lo que sabían que sería un acontecimiento único. Y de a poco, desde el mediodía, llegaron todos los que se identifican más con el espíritu rockero que con tal o cual ideología política. Punks cubanos con arrugas y canas dignas del Buena Vista Social Club, hippies canadienses y sudafricanos, empresarios estadounidenses de paso en La Habana, revolucionarios jubilados y niñas convencidas de que un concierto es el escenario ideal para practicar el arte de jugar a ser mujeres empezaron a cruzarse, y en ese descubrimiento mutuo se reconocieron como miembros de una gran familia global.
Un picnic multicultural
Los rockeros cubanos mostraban con orgullo las camisetas y chalecos hechos con sus propios manos, donde brillaban bordados con la lengua rollingoniana o con la tipografía de Led Zeppelin. Los turistas aterrizados desde distintos lugares del planeta se empeñaban en confraternizar con los recién llegados a la tribu del rock, y entre unos y otros armaron en un par de horas algo muy parecido a un vibrante picnic multicultural. El diálogo internacional que Cuba no tuvo con el resto del mundo durante al menos cuatro décadas, lo vivió en esas horas de espera bajo el escenario donde tocarían los Stones. De hecho, por un instante pareció que si los encargados de dirigir los destinos de los países tuvieran la disposición a entenderse que había entre los asistentes a ese show, el mundo podría ser un lugar más civilizado. Y de veras fue así el mundo unas cuantas horas, mientras una cubana le explicaba cómo vivía a una catalana, un rastafari de Camagüey le contaba su historia a un punk de Nueva Zelanda, y una chica con aretes con imágenes del Che Guevara le hablaba de la Revolución a otro que traía puesta una camiseta de Chayanne.
"Esto es increíble y me parece genial que los Rolling Stones toquen gratis aquí, donde desde la medicina hasta la educación son gratis", dijo a LA NACION Eugenio, de 82 años, ex fotógrafo del periódico Prensa Libre, antes de desaparecer entre la multitud para hacer unas fotos como en sus buenos viejos tiempos. A sus pies descansaba en el pasto Sonia Rubalcaba, de 52 años, que llegó a Ciudad Deportiva acompañada de su esposo, su hija de 13 años y una amiga de la niña. "Yo escucho rock desde que era chica -dijo-. Recuerdo que había un programa radial que se llamaba Now, y ahí a veces ponían a los Bee Gees, o a Chicago. Entiendo que la gente fuera de Cuba tiene más opciones y más información de muchas cosas, pero yo no los envidio. Claro que me gustaría viajar, pero irme, como hace otra gente, no. Aquí tengo mi mar, mi cielo. Y a mi gente, que nunca pierde el buen humor ni las ganas de ayudar a los demás".
Los temas
Apenas pasadas las 20.30, después de horas en las que la música ambiental pasaba de Jimi Hendrix a los Stones y de ahí a B.B.King o The Doors, las luces se apagaron y un video especialmente realizado combinó imágenes clásicas de los Stones con otras icónicas de Cuba, como los cochazos de los años '50, los habanos y las siluetas de morenas infartantes. Entre aullidos y saltos, el público recibió los primeros acordes de "Jumpin' Jack Flash", una de las poquísimas canciones de la banda -junto con "Satisfaction" y "I miss you"- que los cubanos reconocen fácilmente.
Tras "It's only rock and roll", Jagger se animó a revelar lo que era un secreto a voces, y en perfecto spanglish dijo: "Sabemos que nuestra música no se escuchó en Cuba durante muchos años. ¡Pero ahora estamos aquí!". En parte por ese desconocimiento, "Angie" y "Midnight rambler" pasaron sin despertar especial entusiasmo, aún cuando se veía que Jagger, Richards, Wood y el impávido Watts sentían que eran parte de un momento inigualable. Con el correr de las canciones, la presunta frialdad de los cubanos se exhibió como lo que en realidad era: un asombro casi infantil ante lo imponente del show, un respeto mayúsculo hacia lo que no habían visto nunca, y que ahora se desplegaba ante ellos como un regalo de otro mundo.
La euforia recién se desató durante la última parte del show, con la seguidilla que empieza en "Gimme shelter", pasa por "I miss you" y "Start me up" y termina con una extraordinaria versión de "Sympathy for the devil". El final, con la intervención del coro cubano Entre voces (que días pasados interpretó los himnos cubano y estadounidense para los oídos de Barack Obama ) en una épica "You can't always what you want", y "Satisfaction" con la Ciudad Deportiva transformada en pista de baile, se metió en la piel de miles de personas y muy probablemente permanecerá allí mucho tiempo.
"Esto fue lo mejor, magnífico, todavía no puedo creer lo que vi -dijo la morena Danahe Gutiérrez, de 32 años, apenas terminado el concierto-. Ahora me quedo con mucha ansia de que vengan más bandas como esta. ¿Qué mal hacemos nosotros los cubanos para que no quieran venir?". Sin saber que a metros suyo alguien se hacía esa pregunta, el joven farmacéutico Santiago Martínez ensayó una respuesta: "Lo que acabamos de ver fue algo único. ¿Quién nos iba a decir a nosotros los cubanos, que luchamos tanto cada día, íbamos a poder vivir algo así? Ojalá sea el primer eslabón de una cadena que nos cambie a todos a partir de esta noche. Los Rolling Stones no son política; son alma, espíritu, algo muy bello. Está claro que nos hace falta un poco más de libertad, para que venga el que quiera venir. Cuba es un país libre y soberano, ni nos tienen que tener miedo, ni nosotros temer a los demás". Mientras él hablaba, camiones y camiones de policías rodeaban y acompañaban a quienes salían del recinto. Y desde algún lugar, a lo lejos, sonaba el eco de un vieja canción de AC/DC.