El estudio de Tomás Abraham es entrar en la literatura, la música, la luz. Descubrir su pensamiento también. El momento de belleza de la primera impresión frente a ciertas obras es el origen del mundo que crea el filósofo y profesor en cada uno de los "ensayos de admiración" que componen Mis héroes, recién publicado por Galerna.
"Admirar te fortalece, admirar te expande, porque admirás a alguien que te hace crecer, sos más grande por el otro. Te hizo pensar, te dio ideas, te dio belleza, te iluminó", dice el autor de más de veinticinco libros de ensayo y la novela La dificultad. En Mis héroes pone en práctica esa admiración y cuenta, en apariencia, la historia de personajes fascinantes. En verdad, a través de ellos da vida a su propio pensamiento sobre letras, arte, cine, historia y música. No importa cuántas veces se hayan escuchado las canciones de Bob Dylan, leído La mujer justa de Sándor Márai y El túnel de Ernesto Sabato, o visto La dolce vitade Federico Fellini: bajo la mirada irreverente de Abraham la experiencia será salir de uno mismo para descubrir el placer de un territorio creado con letra de Foucault y música de Deleuze.
En el ensayo sobre Glenn Gould en Mis héroes entrelaza su vida con la idea de que "es la encarnación del alma platónica".
Claro, escribí sobre Glenn Gould porque me enamoré. Me prestaron un día su música, no conocía su aspecto, lo puse, empecé una caminata y no llegué adonde iba. Dije: ¿qué es esto? ¿Bach? Lo quise conocer y me encontré con esta especie de James Dean canadiense, con este personaje totalmente loco, solitario, paranoico, fóbico. ¿Por qué yo empiezo a hablar sobre Gould con lo que me pasó? En el ensayo cuento que lo puse, me paré y lo entendí. Después todo viene porque ya estoy involucrado. Fluyen las palabras. Esa caminata es la base, tiene que estar en todo. Le sigue una etapa de búsqueda. Leí todo lo que pude, en inglés, en francés, gente que lo conoció, biografías. Ahora tengo una biblioteca Gould. Fui componiendo una vida con la música. Me interesa todo él, desde su paranoia, su físico, su asexualidad, su ingenuidad. Pero no puedo escribir diciendo "me impresioné, me encanta". Eso no le interesa a nadie. Tengo que crear una obra sobre un golpe, sobre una impresión. Esos golpes los sentí con todos. Con Fader, lloré. Y escribí sobre su luz blanca. Es decir, no puedo dividir emoción de pensamiento. Ni siquiera uso esa palabra, para mí es pensamiento a secas. Todo se basa en una impresión que tengo que elaborar, desarrollar y desplegar para darle una forma, que esa impresión se transmita en las palabras, en un lenguaje directo en el análisis.
El lector va acompañando su análisis y descubre la idea al mismo tiempo que usted lo hace en la escritura .
Sí, qué mejor que esa especie de viaje compartido. Necesito y quiero contar una historia. Cuando hablo de alguien no hago un ensayo académico. Te cuento a Márai, qué es ser húngaro, qué le paso. A mí me interesa el mundo que él me cuenta, lo conozco porque el ceremonial burgués fue mi educación. Sobre la base de ideas, impresiones, tengo que crear una historia. El que escribe tiene que inventar cada palabra. La imaginación es la base de cualquier actividad creativa. Es la base del pensamiento. Siempre consideré que tenemos que entender las cosas que estudiamos y leemos. Entender significa poder relacionarlas con uno mismo. Es decir, no someternos al texto para descifrarlo con el solo fin de repetirlo. La tarea es otra, expresarse. Yo no leo, estudio. Finalmente el libro se va y quedan únicamente las huellas de aquello que a mí me dice algo. Con eso empiezo a establecer una conversación, a ver qué me suscita y por lo tanto qué pensamientos me provoca.
¿Esa búsqueda lo lleva a materializar su pensamiento a través de experiencias cotidianas?
Bueno, un lacaniano, un hegeliano, te hablan en una jerga teoricista, una especie de pantano en donde vos vas repitiendo palabras que se remiten unas a otras y hacen un círculo. Vas dando vuelta y en ningún momento saliste de la calesita para verla. Este teoricismo académico es lo que hay que romper para agarrar algo. Pasé la vida en el Seminario de los Jueves, desde que empecé como profesor en la UBA. Cuando venían para ser ayudantes, jefes de trabajo prácticos, les decía: "Bueno, señores, nos vamos a poner a estudiar porque ustedes no saben nada y yo tampoco". Les preguntaba qué pensaban de lo que decían otros filósofos. No era fácil que dijeran qué pensaban. Estuve en el Mayo francés, que era un quilombo, así que estudié como pude. Soy un autodidacta que siempre buscó maestros, iba corriendo atrás de Foucault, por ejemplo. Es muy difícil pensar, pensar es trabajar. Se piensa cuando hay un problema. Tenés que aceptar que hay una dificultad, un obstáculo. Te tenés que sentir presionado, te tenés que sentir inmóvil. No todo el mundo quiere eso, es más fácil creer. Estoy rodeado de gente que dice "yo soy kirchnerista", "yo soy peronista", "yo soy liberal". Todos son. Es una cosa que me vuelve loco, la gente no es nada, nadie es nada. Todavía creen que existen las ideologías, compran en saldo alguna y dicen "permiso, yo soy". No todo el mundo quiere pensar, porque para pensar tenés paradojas, contradicciones y las tenés que trabajar. La dificultad concreta que encuentro en el hecho de que no se piensa es que la gente decidió que es más importante ser un "militonto". Hay una tradición filosófica que ha trabajado mucho sobre la incertidumbre, sobre la ignorancia, sobre el no saber. Sobre eso se produce.
En el ensayo sobre Amélie Nothomb habla sobre esa idea al relacionar su frase "el sentimiento como búsqueda" con la curiosidad y el hambre.
A mí me gusta la palabra curiosidad, porque es una palabra que tiene que ver con el género animal, con la supervivencia. Los animales son territoriales, están muy atentos al espacio porque tiene que ver con el peligro, con la seguridad. Somos animales, la curiosidad es parte nuestra, saber es vital. En este sentido, es esencial mantener activa la curiosidad; si no, te volvés un aburrido, un ideólogo, uno que repite lo que ya sabe porque va sobre terreno seguro, perdés vida. La curiosidad es siempre agregar, no para acumular sino para estar en movimiento. Es lo que te salva del tedio, lo que te da entusiasmo.
¿Y qué le entusiasmó de Amélie Nothomb?
Amélie Nothomb es como Glenn Gould: bella. Hay mucha belleza en este libro. La incluí entre mis héroes por su inteligencia de vida. La inteligencia es un tema que me interesa. Es cautivadora. La inteligencia es un modo de mirar, es un modo de ver. Eso se nota tanto en lo que dice como en lo que no dice. Tiene algo de malicia, la persona inteligente no es buena, tampoco es mala como cruel, sino que no se guía por la compasión. Hay algo de risa en la inteligencia, algo de juego, algo de no tomarse en serio, de ver y de no estar perturbado.
Con la risa sorprende al lector, por ejemplo escribe "el otro maestro de Gould fue una aspiradora".
Me alegro, porque tiene que haber eso, la risa. La aspiradora hacía tanto ruido que él descubrió su oído interno. Es un buen encuentro entre el lector y el que escribe. Sin risa no hay pensamiento. Hay ciertas cosas que son las piedras basales del pensar, una es la risa y la otra es la palabra "no". Decir no. Uno siempre dice que no a algo. No importa a qué. Hay un no primordial, te permite empezar a decir algo: tu sí. Pero primero tiene que haber un acto de irreverencia. Salís de algún paraíso, sin duda, está en la Biblia, no tiene que ser de leche de miel, puede ser un paraíso de dolor al que te adaptaste. La risa es la vida. Sartre decía: "El espíritu de seriedad es propio del burgués". es uno de sus conceptos. No quería ser artista, que para él era de las formas más irrisorias de la burguesía. Como decía Glenn Gould de los conciertos: "no quiero ser un bufón". La risa disuelve el ser. No sos nada. Amélie Nothomb la tiene, es un diablo y una escritora. Ella crea esta forma de frases breves y contundentes, imágenes fuertes, este ser protagonista de cosas. Es tan real, tan verdadera. Esa es la pregunta que me hizo. Cada uno de estos héroes me dispara temas.
¿Cuáles son las preguntas que le despierta Tulio Halperín Donghi sobre la historia nacional?
Me da una idea de los conflictos, tiene una buena visión de los intereses en juego, sin juzgar a los participantes. Me muestra que aquí hay contradicciones, paradojas. No se basa en un tema de virtudes y vicios, sino en este rompecabezas de fuerzas en conjunto, en donde los protagonistas no tienen la precisa porque están adentro del estuche, entonces no ven, ni manejan las variables. Eso lo hace en 1810, me muestra el mundo. La historia es la política del pasado. Así como yo leo los diarios acá y no me trago lo que me vende cada uno en el mundo de la creencia, sino que estoy viendo el sistema y tengo que leer entre líneas, él lo hace con el pasado. No pasa por el juicio moral. En general los historiadores argentinos son moralistas, tiene certificado de buena conducta el rosismo, certificado de buena conducta quien está con el pueblo y contra la oligarquía, certificado de buena conducta el que está con la civilización y contra la barbarie. Es una hagiografía: una historia de santos y malditos. Bueno, este tipo se escapa, tiene una visión irónica, distante, escéptica. Me gusta que me la exponga porque es el modo en que vivo mi presente. La historia es juntamente lo que no se repite, pero hay algo que sí parece repetirse: las pasiones, las ambiciones, la locura por el poder.
En ese sentido ¿qué le lleva a compartir el sueño de Sarmiento por una Argentina de 180º?
Como decía Walt Whitman de los Estados Unidos, todo es ancho, expansivo, esa es la Argentina de Sarmiento. El no era Hitler, no era un evolucionista de la biología, no hablaba de las razas en el sentido que quería la raza aria, le gustaban los rubios porque laburaban de sol a sol en busca de oro. Su idea de educar es tan básica que tiene que ver con aprender. La gente cree que educar es decirle al otro lo que tiene que hacer. Pero la educación es traer maestros, poder leer los carteles publicitarios para poder comprar remedios, alfabetizar. La Argentina se puso guardapolvo y se abrió. Amo esta idea de tener trabajo, de tener tecnología, de tener telégrafos, de tener trenes, que la gente conquiste la tierra, que la gente haga cosas. La Argentina del quehacer, no de la siesta colonial. No estoy hablando de vivir para trabajar, estoy hablando de una cosa prometeica, no contemplativa. Sarmiento nace en San Juan en un pueblo de 20 casas, no conocía Buenos Aires, no conocía ninguna ciudad. Era como Robinson Crusoe pero nacido en la isla. ¿Cómo pudo haber soñado con eso?
¿Hoy, qué observa en la Argentina a través de la ventana que abre con la mirada de Halperin Donghi?
Hay un problema, como dije. Hay que pensar. Pero no alcanza con pensar; en política además hay que hacer, tener herramientas. Veo pocas posibilidades. Tengo cosas para advertir. El tema hospitalario tiene que ser fundamental. Pienso cada vez más que la salud es el tema uno. Van a tener que poner mucha cabeza en lo social. Hay que tener ambiciones casi desmedidas en eso. Hay que invertir en desarrollo humano. No sé si tienen la gente, las ideas y la voluntad, si sienten la necesidad de que eso sea prioritario. Advierto esas cosas para que mejoren. Es muy importante que no vuelvan estos frívolos que andan todo el tiempo metiendo cizaña. Esa gente le ha hecho mucho daño al país, los que frivolizaron los años 70, todos los viejos de mi generación. Le piden a Macri que dé una alternativa simbólica y un relato. Así no se hace, no lo tiene. Para relato compren un mártir, un héroe, inventen una gesta, pero él no tiene eso. Lo que puede es hacer cosas más o menos bien. En cuanto a la épica, al relato, todo eso es pamplina. Se gobierna para las mayorías, se depende electoralmente de ellas, y hay que pensar que las mayorías vivan bien. En cuanto a los fines, han convergido, el mundo ya no es bipolar. Nadie quiere una sociedad comunista, ni los comunistas. Tampoco un capitalismo salvaje donde cuatro tipos tengan todo. Así que más o menos estamos de acuerdo en este ideario de clase media, educación, salud, viajar, poder tener un sueldo que te permita algo.
¿Podría ser el paraíso que descubre en las películas de Woody Allen?
Claro. ¿Quién no quiere vivir ahí? Incluso para sufrir, como él. Es el paraíso de la clase media. ¿Está mal? ¿Cuál es el otro universo? El que dice "seamos todos pobres, si no tenemos iPhone, hablamos con los vecinos". Eso es mentira. No hay relato, hay valores. Pero los valores no son los de los políticos. No es ideología, no somos paquidermos, no somos coherentes, podemos ser trotskistas y machistas. Sos vos con tu familia, con tus relaciones laborales. Los valores se practican.
En "Acerca del profesor N. E. Perdomo" inventa dos personajes. Uno de ellos es Tomás Abraham. ¿Qué buscaba con ese juego de dobles?
En Perdomo me despersonalicé. Como en la novela que escribí el año pasado. La gente me preguntaba si había hecho una autobiografía y yo contestaba: "Sí, de un Tomás muerto". Tengo el suficiente sentido del humor, todavía, como para reírme de mí mismo. En Perdomo hago justamente eso.Hay un personaje que se llama Tomás Abraham, que tiene características un poco ridículas. Perdomo es una especie de testigo, va pasando de un lado a otro buscando un lugar, que no le fue fácil encontrar en el mundo filosófico de una época. Son varias camadas las que constituyeron el campo filosófico nacional. Es una especie de ejemplo de lo que les puede pasar a otros. Creo que expresarse es personal. El pensamiento tiene tono, es temperamental, no es una monografía impersonal donde sigue una rutina. Sin duda, hay una tradición ensayística, filosófica, en donde hay protocolos de escritura.
Sin embargo, su escritura se aleja de esos protocolos.
Es indispensable ser irreverente con la tradición porque sino no podés decir nada. ¿Cómo hacés para expresarte en algún terreno? No estás en un desierto, con vos no nace la humanidad, nacés en un mundo ya escrito; imaginate: 2500 años de filosofía. ¿Qué no se dijo? Bueno, no se dijo nada. Vos tenés que llegar a eso, pero a través de un trabajo. Es mucho más difícil expresarse que expresar lo que dice otro. El discurso universitario te dice: copiate. Es una fabrica de esterilización. Tuve que luchar contra eso también. Fui a la universidad y tuve grandes maestros en Francia. Y de repente sentí que estaba en una jaula, en la jaula escrita por ellos. Lo de ellos era tan genial. ¿Qué podía hacer yo sino tratar de entenderlos? Me ahogaba, yo necesitaba expresarme.
Como hacía en sus duelos Witold Gombrowicz, uno de sus "pensadores bajos".
Gombrowicz me enseñó a despreciar la cultura. Es el gran maestro de la bombonería cultural, del prestigio que te da. Fue muy sardónico. Vivió el mundo de la forma en Polonia y lo vivió en la Argentina. Es un pensador bajo, sublime. Fue un gran maestro de desarticular la comedia, lo que se monta sobre el mundo de la cultura, ese gran teatro del prestigio. Era un esgrimista. Para él, el pensamiento era un duelo con el otro. Cuando combatió con Bruno Schulz, perdió porque de entrada se rindió y Gombrowicz no supo que hacer. Schulz era un judío, un genio de gueto totalmente resignado a que lo castigaran. Gombrowicz lo llamó a la arena a combatir, toro y torero. Schulz le dijo, yo te saludo, te homenajeo, sé que vos querés sobresalir, acepto tu afán de ser distinto, tu enorme voluntad de doblegar, de vencer, de ser. Era una mente enorme, y así, lo dejó sin herramientas.
¿Podría ser ese desafío el que le impide, después de haber escrito sobre un autor, volver a leerlo?
No se puede volver atrás, debe ser porque es una gran pasión. Necesito otros encuentros, necesito conocer más gente. Puede ser como un viaje: uno vuelve a lugares que lo maravillaron, pero a mí me falta por recorrer. Yo ya dije mi palabra sobre aquel con el que conversé durante tanto tiempo. Necesito de los otros para poder expresarme. Entonces, una vez que me expresé con alguien ya no me sirve, sigo en diálogo con otro. Eso es estudiar: estar en permanente conversación.
Biografía
Tomás Abraham nació en Rumania, pasó su adolescencia en Buenos Aires y se formó en filosofía y sociología en Francia. Profesor universitario, durante diez años animó el Seminario de los Jueves, un grupo de estudio y discusión de filosofía. Autor de casi 30 ensayos, en 2015 publicó la novela La dificultad.LA FOTO. "Sartre es el filósofo que despertó mi vocación. Leí su novela Los caminos de la libertad y quise ser Mathieu, quise ser filósofo. Al mismo tiempo Sartre es a quien estoy leyendo ahora y sobre quien también escribo estos meses."Tomás Abraham nació en Rumania, pasó su adolescencia en Buenos Aires y se formó en filosofía y sociología en Francia. Profesor universitario, durante diez años animó el Seminario de los Jueves, un grupo de estudio y discusión de filosofía. Autor de casi 30 ensayos, en 2015 publicó la novela La dificultad.LA FOTO."Sartre es el filósofo que despertó mi vocación. Leí su novela Los caminos de la libertad y quise ser Mathieu, quise ser filósofo. Al mismo tiempo Sartre es a quien estoy leyendo ahora y sobre quien también escribo estos meses."
Por qué lo entrevistamos
Porque con su nuevo libro subraya el compromiso con un pensamiento original, al que se llega por un camino arduo