Si con “The Dark Side of The Moon” Pink Floyd cambió el paradigma del rock en 1973, Radiohead en 1997 sacudió al mundo con su brillante “Ok Computer”, una obra que marcó un antes y un después en la composición y el sonido de un sinnúmero de bandas tanto británicas, estadounidenses como argentinas.
Es por ello que la vuelta al estudio del quinteto de Oxford era esperada desde hacía dos años, cuando comenzaron a circular los rumores de un inminente lanzamiento, desmentido en diversas oportunidades por todos sus miembros.
El 1 de mayo pasado el grupo liderado por el cantante y guitarrista Thom Yorke eliminó todos sus rastros de internet y 48 más tarde dio a conocer el primer corte difusión de su futura placa: “Burn The Witch”, una canción que presenta una orquestación de cuerdas y la intachable voz de Yorke en todo su amplio y exquisito registro vocal.
Desde la composición, Radiohead ya se mostraba como una banda, donde se nota la mano de los guitarristas Johny Greenwood y Ed O'Brien en los arreglos espaciales, y el rol del bajista Collin Greenwood y del baterista Phil Sellway en la rítmica dentro del formato canción, muy alejado a lo solista del vocalista.
Dos días después, siempre a través de su página de internet, el grupo daba a conocer “Daydreaming” y el revisionismo se hacía aún mas evidente: en el video Yorke camina por paisajes que recuerdan a la tapa del inolvidable y sintético “Kid A” (2000) y a la fotografía del mencionado “Ok Computer”.
Era cuestión de días para saldar todas las dudas, porque el domingo pasado el grupo editó su disco número once y las redes sociales, junto a las páginas de descargas, comenzaron a hervir con la información, sobre todo si se tiene en cuenta el costo de 11 dólares para la edición digital (la física sale el 17 de junio).
Y este nuevo trabajo no decepciona por dos motivos, el primero de ellos es que la mitad de las canciones son producciones que el grupo ya realizaba desde los comienzos de la formación, como “True Love Waits”, una pieza a dos pianos y bajos de ultratumba que contrastan con el desesperado agudo de Yorke.
Con “A Moon Shaped Pool” el grupo eligió continuar en el sendero de “In Rainbows” (2007) y “The King of Limb” (2011), donde el clima de los sintetizadores y los delays se impone por encima de los rasgueos y los arpegios
El segundo motivo es que Radiohead no se repite, sino que profundiza el camino trazado desde el irrepetible “Amnesiac” (2001), en la búsqueda de una sonoridad que trasciende al rock, con una instrumentación que se apoya cada vez más los efectos de oscilación, a la vez que se alejan de la distorsión.
Con “A Moon Shaped Pool” el grupo eligió continuar en el sendero de “In Rainbows” (2007) y “The King of Limb” (2011), donde el clima de los sintetizadores y los delays se impone por encima de los rasgueos y los arpegios que muestran canciones como “Burn The Witch”, “Identikit” o “Present Tense”.
Aquella batalla desatada en “Hail to The Thief” (2003) entre el Raiohead del britpop en “Pablo Honey” (1993) y “The Bends” (1995) y el neurótico y electrónico de “Kid A” y “Amnesiac” pareciera estar terminada, con una decisión salomónica para los fanáticos.
En los últimos tres discos Yorke, O'Brien y los Collin se meten en las secuencias, los teclados y los pedales, pero dejan lugar para que de fondo siempre suene una guitarra y para repartir los tiempos de las canciones dentro de las métricas del rock, con rítmicas seguibles en las manos y pies de Sellway.
“A Moon Shaped Pool” es una síntesis perfecta de lo que fue Radiohead desde su formación en 1995: un búsqueda incansable por superarse, por sonar original, por renovarse constantemente, pero sonando siempre como debe ser, a lo Radiohead.