En 2015, Gillespi convocó a Daniel Melero para llevar adelante un disco propio de la ciencia ficción, lo que denota incluso su título. Desayuno en Ganímedes, además de aunar por primera vez al tándem más surrealista del rock argentino, significa un cambio de clic en la propuesta del trompetista, quien no editaba un álbum de estudio desde 2010. “Fue un parto, en un punto”, afirma el músico, que, tal como lo viene haciendo todos los sábados de mayo, presentará su más reciente trabajo hoy a las 21 en Bebop Club (Moreno 364), acompañado por su banda y algunos invitados. “Sacar otro disco en la línea de lo que venía haciendo habitualmente no me entusiasmaba. Decidí dar un paso al costado del jazz fusión o del jazz rock, donde, muy a mi pesar, terminé cayendo. Nunca pude ser claro en mi mensaje. Pero afortunadamente me pude liberar de eso gracias a Daniel, porque vio otra cosa. Él me dijo que hiciéramos algo entre nosotros dos, y que no llamáramos a nadie, al menos al principio. El resultado fue distinto porque el encare lo fue, y eso me dio oxígeno para pensar en próximos planes”.
–¿Y cómo lo encararon?
–Nos propusimos explotar los instrumentos acústicos, porque en este disco hay una mezcla muy grande de electrónica, procesamiento zarpado y degradación de ciertos instrumentos mediante herramientas digitales. Hay temas que son consecuencia de una cuestión atonal, y a los que luego le fuimos encontrando el pulso, la vida y la mezcla, que, en definitiva, fue muy divertida.
–¿Por qué involucró a Melero como gurú y productor del proyecto?
–En los ochenta nos cruzábamos todos. Así que tenemos una especie de hermandad sencillamente por haber compartido esas noches. Como odio la palabra “código”, diría que hay un lenguaje que nos quedó de aquella época. Antes de embarcarnos en el proyecto tuvimos un par de encuentros. A fines de los noventa, Daniel vino a presentar su disco Vaquero a mi programa en radio La Red. Ese día llevé la trompeta, él trajo la guitarra acústica e hicimos algunas improvisaciones. Años más tarde, en mi espacio en Nacional Rock, repetimos la experiencia, y quedamos en hacer algo por nuestra afinidad en la manera de ver la música y lo que significa realizar un disco. El resto fue en su departamento. Tomamos un whisky, le dije lo que pretendía y me sugirió que le mandara lo que tenía grabado. De las 19 ideas que le pasé quedaron 12. Y la etapa posterior fue ir a un estudio.
–La impronta experimental de este repertorio recuerda el instante en que el free jazz sirvió de inspiración para la creación de la cosmogonía futurista y espacial de la primera generación del tecno de Detroit. ¿Se trata de un saludo a ese período o es pura coincidencia?
–Cuando comencé a tocar la trompeta, hace más de 30 años, me junté con el movimiento de free jazz argentino. Así conocí a Pettinato. En esa época tocaba con proyectos de improvisación colectiva, inspirado por el trompetista Olu Dara (N. de R.: padre de la estrella del rap Nas), quien hacía una música muy minimalista, y luego entré en el mainstream del jazz. Por lo que este trabajo me lleva a mis orígenes.
–¿Habló de esto con Melero?
–Sun Ra tiene un disco que me encanta, Lanquidity (1978), que produce un efecto de ensoñación, y lo hablamos en el proceso de producción. Debido a que Daniel lo consideran el Brian Eno de acá, en un momento, mientras nos burlábamos de eso, recordé unos discos de Eno con Jon Hassell, que demuestran que la trompeta puede tener colores parecidos a los del teclado. Aunque el trompetista está limitado a su técnica, hay algunos equipos para hacer efectos, como los que usaban Lester Bowie, Don Cherry y otros músicos vanguardistas, que establecieron lo contrario. Y nosotros, con la electrónica, nos fuimos al carajo. Estoy tan entusiasmado que armé un set para el vivo con procesamientos.
–Además de poner un pie en la electrónica, Desayuno en Ganímedes flirtea con la música concreta y hasta con el pop. Sin embargo, pese a celebrar la experimentación, nunca descuidó los matices de los temas. ¿Estuvieron atentos a ese equilibrio?
–El trompetista tiene una cantidad de armónicas, en el plano de los medios agudos, que te pueden liquidar el cerebro. Todo eso lo matamos ex profeso en la ecualización. Mientras que la batería parece tocada por un pibe de seis años para tener un color de sonoridad. Además, el disco suena saturado a propósito. De hecho, desde el sello que lo editó (Ultrapop) me llamaron para ver si había un problema con el audio. El verdadero jazz es música en constante revolución y libertad, y que el ser humano trata de sacársela. Y yo estoy en mi búsqueda personal. Comencé una nueva etapa porque lo anterior me aburrió.
–¿Ese espíritu rupturista también lo recogen las letras de los temas?
–Es un disco que tiene más preguntas que respuestas, y no está mal que sea así. Estoy podrido de todo lo que sea evidente.
–¿Siente que este cambio de piel encaja dentro de la corriente del nü jazz?
–Me gustaría que existiera esa escena aquí, pero yo no la reconozco tan fácilmente. Quizá venga más por el lado de los DJs y los productores de audio que de los músicos de jazz. Si bien hay más apertura dentro del género, lo que confirman artistas como los hermanos Loiácono o Ramiro Flores, cada uno tiene que proponer desde su lugar.
–¿Le interesa la ufología?
–¿A qué se refiere?
–¿Por qué invocó el libro Yo visité Ganímedes, de Yosip Ibrahim, para titular su nuevo disco?
–Cuando empezamos a trabajar, Daniel y yo nos mandábamos links de YouTube, con cosas sobre todo cinematográficas, para estar de acuerdo en el aspecto estético. Así que comenzamos con toda la historia de que era un disco que debía venir del espacio, como si fuera para ser escuchado en La Guerra de las Galaxias. De esa forma salió el tema de Ganímedes, del que ambos éramos fans sin saberlo. Y empezamos a pensar en un tipo que está perdido en un satélite o en un asteroide, y eso nos ayudó a convencernos del material y de las mezclas, viéndolo desde ese lugar. No lo vimos desde Buenos Aires y su realidad actual.
Si bien fue publicada en 1972, esa obra está más vigente que nunca.
–¿La humanidad fracasó?
–Esto no va más. Destruimos todo, y ni siquiera fuimos tan inteligentes para crear una cultura evolucionada. La música nueva es peor que la antigua, lo mismo que los recursos intelectuales y la juventud, que quiere pensar menos. Estaría bueno ir a poblar otros mundos, pero en pequeños grupos, con Daniel y algunas minas amigas. No con la chusma de barrio.