En las redes sociales solemos publicar sólo el lado luminoso de la vida. La selfie en la que mejor salimos, la comida más pintoresca que comimos y el momento más divertido del fin de semana. Nunca una foto en pijama, una sobra de pizza recalentada o un martes a la mañana tapados de trabajo. Por eso es que las redes sociales fueron acusadas mil veces de no representar bien las diferentes aristas de la vida, y así deprimir al que solo las mira desde afuera. Un estudio reciente afirma que esto es así porque los que publican fotos en redes son más felices que los que no.
La investigación, publicada en el Journal of Personality and Social Psychology el 6 de junio tiene como título: Cómo sacar fotos aumenta la sensación de disfrute de las experiencias. El argumento base del equipo comandado por los psicólogos Kristin Diehl (Universidad de Carolina del Sur), Gal Zauberman (Universidad de Yale) y Alixandra Barasch (Universidad de Pensilvania) es que, al frenar nuestra marcha para capturar el momento, aumentamos nuestro compromiso con la actividad: le ponemos un valor agregado; nos apropiamos del momento; le prestamos atención de otra forma.
Del plato a Instagram
Si estamos hablando de comida, se puede sumar el informe publicado en febrero por el Journal of Consumer Marketing que aseguró que sacar fotos antes de comer hará que pensemos que la comida es más rica. ¿La razón? Retrasamos el momento de la comida, y la espera genera una expectativa positiva. Por otro lado, un informe de 2013 publicado en el Journal of Consumer Psychology explicó que ocurre lo contrario si hablamos de platos que vemos fotografiados en las redes y después vamos a probar: la expectativa creció demasiado y es muy probable que no nos parezca tan bueno como esperábamos.
En contra de esta postura, el chef estadounidense David Bouley le dijo a The New York Times que sacar fotos es "un desastre en términos de momentum". Puede hacer más feliz al que está por comerse el plato fotografiado, pero el resto de la mesa y hasta el restaurante entero sufre las consecuencias del flash y la espera. Para Bouley, hacer que la experiencia sea memorable en la época de las redes sociales es muy difícil.
La foto primero, la experiencia después
Pero el estudio reciente no se quedó solo en las fotos de platos. Realizaron 9 experimentos sobre 2000 personas en diferentes escenarios, desde museos a ferias. La mitad de los participantes tenían que sacar fotos de todo y la otra mitad no. Los que dijeron disfrutar más de todas las experiencias fueron los del primer grupo. Lo curioso es que cuando las cosas no salían tan bien (en uno de los casos, durante un safari vieron cómo un grupo de leones atacaba a un búfalo), los que no tenían que fotografiar dijeron haber sido más felices.
Así, sacar fotos nos hace disfrutar de la experiencia pero, si ésta es mala, retratarla nos hace aún más infelices al respecto. Se debe a que lo que hacemos es prestar más atención y vivir más comprometidos con lo que tenemos en frente. Sea malo o bueno.
Del narcisismo a la baja autoestima
Las selfies merecen un inciso aparte. Por un lado, son una herramienta ideal para el narcisismo (que hasta puede llevar a la muerte) y un arma muy dañina para la falta de autoestima, por otro.
El año pasado, un estudio de la Universidad de Ohio se basó en 800 hombres de entre 18 y 40 años para determinar que quienes subían más fotos de sí mismos a internet tenían más tendencias de narcisismo y psicopatía que los que no. En detalle, descubrieron que eso estaba ligado en muchos casos a una inseguridad subyacente.
De la otra vereda está el movimiento que habla de las consecuencias de los retratos constantes. Muchos relacionados a que tanta foto hace que el cuerpo se vea cada vez más como un objeto. El debate salió a la luz el año pasado cuando la adolescente australiana con medio millón de seguidores explicó llorando por qué cerraba su cuenta de Instagram. Después de eso, jóvenes de todo el mundo manifestaron que se sentían inseguras cada vez que posteaban fotos buscando la perfección y esperando aprobación.