A Mario Vargas Llosa le temblaban las piernas cuando en 1963 la radio parisiense en la que trabajaba como traductor de noticias lo mandó a entrevistar a Jorge Luis Borges . Todavía se ríe cuando recuerda una de las respuestas que le dio: "Le pregunté qué era para él la política. Me dijo: «Es una de las formas del tedio»". Pasó medio siglo y el Nobel peruano mantiene viva la fascinación por Borges, el autor que lo expuso en su juventud al conflicto ideológico de admirar a su opuesto: un escritor que rechazaba el compromiso político en la literatura, que no le interesaba asumir su tiempo ni usar las palabras como armas.
"Borges es probablemente el único escritor contemporáneo de nuestra lengua equivalente a los grandes clásicos del idioma, a Cervantes, a Quevedo, a Góngora", expuso ayer Vargas Llosa durante la conferencia que dictó en la Universidad Complutense de Madrid como cierre del curso de verano Borges en su siglo, convocado en sintonía con el 30º aniversario de su muerte.
Durante más de una hora, Vargas Llosa retrató al Borges que llegó a conocer, la huella que dejó en el arte universal, su imaginación infinita y hasta se permitió citar de memoria el principio de "Los teólogos", su cuento preferido. "Uno de los aspectos más interesantes es su originalidad. Borges no tiene antecedentes. Y sus fuentes son inabarcables: literatura argentina, francesa, británica, filosofía, religión, ciencia. Todo al pasar por Borges se volvía literatura. Era una máquina que transformaba todo en literatura."
Quizá con algo de ironía borgeana, Vargas Llosa opina que "Borges es una pésima influencia". Lo explicó así: "Es tan radicalmente original que sus imitadores se delatan a sí mismos". Aunque finalmente, ante la pregunta de uno de los alumnos del curso, admitió que quizás algo de Borges se haya filtrado en su obra: "Lo he leído tanto que alguna huella habrá dejado en mí, aunque esté en las antípodas de lo que yo soy como escritor".
A esa diferencia se enfrentó Vargas Llosa en la Lima de los años 50 cuando la crítica argentina Ana María Barrenechea le descubrió a él y a sus compañeros de estudios la obra con rasgos de perfección de ese escritor cuyo nombre ni siquiera le sonaba.
"Recuerdo que me creó un conflicto enorme. Yo era sartreano. Creía en el escritor comprometido, en que las palabras eran actos y debían influir en la historia. Y de repente me encuentro con este hombre desinteresado de su tiempo, que habla de política de manera despectiva, que vivía en una especie de irrealidad, pero que lo leía y quedaba embrujado." Nunca más dejó de volver a esas páginas. Quizá por eso le costó tanto pararse frente a él en París. Con los años -ya convertido él también en una figura mundial- pudo tratarlo más. Pero siente que nunca lo conoció realmente. "Jamás tuve la sensación de que hablaba con Borges, sino que lo hacía con la persona literaria detrás de la cual él se escondía."
¿Cómo era ese personaje? "Cuando le llega el reconocimiento su obra más importante ya está escrita y él está casi del todo ciego. Es una persona tímida, retraída. Y él decide, de cara al público, esconderse detrás de ese hombre cargado de ironía. De alguna manera hace una de sí mismo una creación literaria".
Vargas Llosa aludió a la "vida llena de frustraciones" de Borges. "Para él la literatura sustituyó la vida. Su vida fue leer, pensar, crear. El resto es una rutina, poblada de frustraciones vitales." Encuentra, por eso, "cierto patetismo vital" en su obra: "Hay zonas que son inexistentes, como el sexo. Y el amor incluso está presente en la literatura de Borges siempre como una ausencia".
El Nobel peruano disiente con quienes criticaron a Borges por ser poco latinoamericano. "Yo creo que fue uno de los primeros escritores latinoamericanos que le demostró al mundo que podía escribir sobre todos los temas, sobre Shakespeare por ejemplo, y hacerlo con absoluta originalidad. En esa universalidad hay algo latinoamericano: la libertad de no tener el peso de una tradición literaria que lo aplastase." También distingue algo argentino en la curiosidad global de Borges, criado en una Buenos Aires próspera, y que "de una manera un tanto patética" quería ser París o Londres.
Sobre el mito del Borges apolítico, Vargas Llosa matiza que sí tuvo posiciones férreas contra el nazismo y contra toda clase de nacionalismo. Recordó que durante la guerra de las Malvinas dijo aquello de que la Argentina y Gran Bretaña "eran dos pelados que pelean por un peine". Pero no se privó de señalar un aspecto criticable: su "debilidad por las dictaduras militares". Marcó s "la equivocación más grande de su vida, que fue aceptar una condecoración de Pinochet".
Se despidió con una anécdota de aquella primera entrevista. Recuerda que le preguntó qué cinco libros se llevaría a una isla desierta. Borges le habló de enciclopedias, obras científicas que le resultaban incomprensibles, tratados de historia. Pero nada de poesía: "Él decía que tenía su mente poblada de versos. Su memoria era tan prodigiosa que se sentía una antología en sí mismo".