“Eran tres y me estaban pegando”. Así empieza “Vivir en la salina”. Es el primer cuento publicado por Elvio Gandolfo, en 1970. Al narrador le pegan para saber quién es, y por qué ha viajado hasta ese lugar donde no hay trabajo y cuya única virtud era alejar a todos los que quieren residir en él. No sabemos quién narra, qué hace en la salina, cuáles son sus planes. Nunca lo sabremos. Sí que conseguirá trabajo, y cómo transcurrirán, indefinidos, sus días en la salina.
Ahí lo que pasa es mínimo, casi muscular: la vida en la barranca, cortar y cargar bloques, visitar a las mujeres del pueblo, enfermar, soñar. Es un mundo donde lo que sucede tiene su lógica pero esa lógica no exhibe sus motivaciones. No las exhibe en el comienzo, en esa golpiza que busca inútilmente encontrarlas, y menos aún en el final, quince años de paulatino abandono más tarde, cuando casi se ha olvidado que en algún momento las hubo.
De manera magistral, una y otra vez los cuentos (en algunos utiliza el nombre de Meursault, como el narrador, ajeno a la motivación de sus actos, que protagoniza El extranjero de Camus) parecen señalar que no importa de dónde vienen ni adónde van los relatos, porque son siempre lo que sucede en el momento. Son siempre la frase (en una tercera posición, equidistante del objetivismo musical de Saer y del objetivismo cotidiano y neurótico de Levrero) abriéndose camino en la incertidumbre.
Tal vez por eso la impresión de temporalidad laxa, propia, de “zona” particular, que generan sus relatos, como si estuviesen desprendidos; de ahí quizá el uso del imperfecto (“me pegaban”) en lugar del indefinido (“me pegaron”), en la salina. Gandolfo narra la presencia de lo ausente, un escamoteo esencial que transforma, o crea, un mundo.
“La oscuridad bajo la mesa” es el relato que abre este Vivir en la salina. Cuentos completos . En él, nada de psicologismo. El protagonista vuelve un rato antes del trabajo, está en el piso de su casa, detrás de unas sillas, buscando unas carpetas, cuando llega su mujer con otro hombre, comienzan a tener relaciones sobre una mesa, y él se queda observando fascinado hasta que la pareja se retira. Vidas de pueblos o ciudades chicas, barrios, migraciones cortas, oficinas y departamentos, bares. Amores mal avenidos, cuerpos en conflicto con la proximidad. Las referencias de la cultura que aparecen son los cómics, las revistas de divulgación, las formas y las figuras del policial, los mundos distópicos de la ciencia ficción.
Los cuentos jamás se demoran ni tropiezan con la acción. Algunos son asombrosamente lineales, otros curvan la línea de la escritura creando momentos diferentes. O se deslizan de lo argumental más duro y se confunden con memorias, evocaciones personales apenas cifradas, en el borde de lo no ficcional, adheridas a lo real desde atrás, como una estela. Hay cuentos en los que fluyen las acciones y cuentos en los que fluyen los pensamientos de un sujeto. Tal vez haya una leve inercia de la observación, una demora en la palpabilidad del lenguaje, en la búsqueda de “la sombra de lo verdadero”. El cuento de un compositor de canciones es una canción de climas, sutil. En “Los pasos en las huellas”, un agente de la SIDE está habitado por un siniestro deseo de muerte. Por momentos, en la fabulación de estos cuentos se adivina un impulso a desbocarse, como si el relato quisiera lanzar una tremenda carcajada.