Cultura - Reflexiones sobre series

Miércoles 31 de Agosto de 2016 - 07:25 hs

Que se joda el espectador comprometido

El guionista de “The Wire” y “Treme” quiere un espectador activo y crítico. Dice que Los Soprano y Breaking Bad son de esas series que al final no terminan de explicar lo que querían sino contando lo que el público quiere.

Actualizado: Miércoles 31 de Agosto de 2016 - 07:27 hs

David Simon dice que su frase exacta fue “Fuck the casual viewer!”, que se joda el espectador casual. Parece que alguien tergiversó el original y así quedó, con esa variación, inmortalizada como la más famosa de la antología de frases del creador de The Wire, repetida en los titulares de prensa y utilizada para nombres de blogs sobre y series, tanto en su versión en castellano como en inglés: “Fuck the average viewer!”. Que se joda el espectador medio.

La original, la que él pretendía decir, tenía que ver con la periodicidad, con la insistencia del fan: ver, aguantar, llegar hasta el final del producto. Acabar de consumirlo en su totalidad para apreciarlo en su plenitud porque así, y para eso, fue creado. La frase atribuida apela a un espectador activo y crítico, aquel que acepta completar el sentido como parte del trato. Ese que todos los serie-adictos pretendemos, creemos o aspiramos ser.

Las dos versiones se complementan. Las series de David Simon no aceptan espectadores ni casuales ni medios. Piden proactividad tanto como fidelidad. Tal vez la idea de “compromiso” logre aunar ambas: “Fuck the uncommitted viewer!”. Que se joda el espectador no comprometido. Y que viva aquel que se compromete, al mismo tiempo, con el total y con cada una de las partes.

Simon dice, entonces, que no dijo lo que todos citan que dijo, minutos después de que los detectives Jimmy McNulty y Bunk Moreland trataran de reconstruir imaginariamente el recorrido de una bala para hallar su casco y tener una prueba fundamental en el caso que investigan. Son, quizás, los cinco minutos televisivos que mejor explican el fenómeno de las series contemporáneas, su culto. Cinco minutos en los que ambos personajes se dirigen miradas cómplices y no pronuncian otras palabras que no sean “fuck” y “motherfucker”.

Una escena paradigmática, analizada por escritores, periodistas, directores de cine, guionistas, realizadores de TV y filósofos de todo el mundo. En una escena así es donde se juega esta idea del espectador comprometido que pide el guionista: un espectador cómplice, que quiera jugar el juego de la alusión, que rellene las elipsis. Un espectador compañero, que vaya a la par de estos dos policías tan alienados en su trabajo y tan descuidados en sus respectivas vidas privadas.

Un fan comprometido, un seguidor que interactúe. Un legionario que ha llegado hasta acá después de hacer una larga cola para ingresar en el Auditorio del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), un centro cultural especializado en temas urbanos, tipología que le calza como un guante a alguien como David Simon. Y a nosotros, sus fans, que nos queda tan bien su pasado como antiguo monasterio.

Las derivas de la fe se han diversificado bastante, pero parece que los métodos no tanto: hay un púlpito, un micrófono y un orador. Y cientos de fieles escuchando, agotando las entradas, colmando el aforo hasta tal punto que los aparatos para la traducción simultánea no alcanzarán para todos. Nueve de cada diez no superamos los cuarenta años.

Varios años después de “Twin Peaks”, nadie previó este fenómeno de consumo compulsivo de series ni, mucho menos, uno de sus máximos efectos colaterales: realizadores, antes anónimos, ahora devenidos estrellas famosas y gurúes creativos.

David Simon, como era de esperarse, huye de estos tópicos. O, al menos, lo aparenta. Alguien ha puesto en su mesa una botella de vino tinto de la Sierra de Gredos, fabricado con uva garnacha de un pueblo pequeño de la provincia de Toledo. Se llama “Uvas de la Ira” y después de la tercera copa, focaliza en el vidrio e intentar leer la etiqueta. Nadie le traduce la descripción del vino, sólo su nombre. Y él se ríe, entre recio y secote, concentrando toda la expresión en unos ojos tristones. Vuelve a mirar la etiqueta, toma otro trago, decanta el vino, lo paladea, dice que está bien y nada más. “It’s ok, yeah”.

Y dice que la tecnología es revolucionaria pero que los contenidos periodísticos últimamente no lo son, que se aburre mucho y que por eso escribe ficción. Y que si eligen presidente a Donald Trump se iría a vivir a otro país, posiblemente Cataluña. Y que, por desgracia, tiene probabilidades de ganar pero que ni quiere pensar ese escenario.

El compañero de escenario, su entrevistador público, el crítico de cine Toni García Ramón le pregunta que por qué mató a Fran Sobotka en “The Wire” y a Creig Bernette en “Treme”. Simon se limita a reír en silencio, quizás tan acostumbrado a nunca saber qué decir a este tipo de preguntas.

Es que, además de la fama, los realizadores de televisión tienen que lidiar también con nuestros reproches permanentes, el acoso del fan herido al que le mataron alguno de sus personajes favoritos, ese que queríamos tanto y que nos acompañó durante años y sobre el que ahora tenemos que hacer el duelo mientras la serie continúa y la seguimos viendo sin él.

Con un simple levantamiento de hombros, Simon intenta decirnos que así es la vida, con su camisa lisa color celeste claro y jeans, arqueando las cejas de la cabeza calva. Tiene el look ideal para ser detective privado, de esos olvidables que resultan ideales para seguir a una misma persona durante semanas enteras sin que esta lo note ni mucho menos lo recuerde.

En el hall del Auditorio del CCCB bebemos cerveza cortesía de la marca Moritz. David Simon ya debe estar dentro de un automóvil con rumbo al Celler de Can Roca, un restaurante en Girona con tres estrellas Michelín y considerado hasta hace pocos meses el mejor del mundo. Aquí en el hall hay un trío haciendo música de New Orleans, de la que suena en la serie “Treme”, salvo por la canción del final (menos mal que no la escuchó nunca David Simon): “Cuando los santos vienen marchando”. Es la más conocida de la ciudad, la que odian los músicos de la serie porque están hartos de tocarla para a los turistas que siempre piden esa canción.

De todas formas, la bailamos, porque la noche se acaba y a esta altura, con tanta cerveza gratis, da un poco igual. Además, David Simon debe estar haciéndose un festín en lo de los hermanos Roca y mañana volveremos a encontrarnos. Así que dejemos que los santos sigan marchando, nomás.

David Simon hizo dos series largas filmadas en dos ciudades cuya fisonomía marcan sus respectivas tramas. Cinco temporadas para la Baltimore de “The Wire”: tráfico de droga, mafias portuarias, educación pública, periodismo y corrupción política. Y tres temporadas del trauma post-Katrina con su correspondiente catarsis musical en la New Orleans de “Treme”. 

Y también tres mini-series de una sola temporada: “The Corner”, una radiografía de los bajos fondos de Baltimore entre la heroína y la extrema pobreza; “Generation Kill”, la adaptación televisiva de la incursión del periodista de Rolling Stone, Evan Wright, en un batallón norteamericano en la Guerra de Irak en 2003; y “Show me a hero”, sobre la imposibilidad de acabar con las tensiones raciales en una ciudad del estado de Nueva York a finales de los 80. Y antes de todo, trabajó veinte años como periodista para el periódico The Baltimore Sun.

Ahora mismo se encuentra en pleno rodaje de su próximo proyecto, donde retrocede aún más en el tiempo y se mete con los inicios de la industria de la pornografía en la Nueva York de los años ‘70. Se llamará “The Deuce”, la protagonizará James Franco y la estrenará HBO en 2016 o comienzos de 2017, como es habitual en todos sus proyectos de televisión.

La crítica es bastante unánime: ninguna ha podido superar a The Wire, que sigue siendo su Stairway to Heaven, su Gran Gatsby, su Ciudadano Kane. The Wire es una serie coral en todos los sentidos: su trama, el protagonismo de sus personajes y hasta su producción, con David Simon junto al escritor y ex detective de homicidios, Ed Burns, encabezando un equipo de guionistas con George Pelecanos y Richard Price, entre otros. Un policial en el que no existen las jerarquías lingüísticas entre policías y ladrones: los dos hablan igual, de principio a fin.

No hay pudor ni temor de meterse con temas escabrosos, complejos, sin resolución: la última palabra quedará siempre para el espectador. Cómo olvidar el proyecto “Hamsterdam”, la fábrica abandonada que un jefe de policía les cede a los narcos y a los adictos para que se reúnan allí y limpiar de violencia y asesinatos las calles de Baltimore.

Y por si esto fuera poco, algunos de nuestros escritores favoritos han hablado, escrito o compartido detalles de su adicción personal con la serie. Podría nombrar a Rodrigo Fresán, Hernán Casciari y Jorge Carrión, en mi caso, pero la lista sería interminable.

“The Wire” fue emitida al mismo tiempo que se iba configurando una verdadera sociología alrededor de las series de TV. El tema ocupaba cada vez más importancia en las conversaciones entre amigos y el periodismo de TV pasaba a tener un subgénero, el de las nuevas teleseries.

Se publicaban cada vez más libros sobre el fenómeno. Y se abrían, claro, blogs en todos los rincones del mundo. La mayoría quedaron en la nada y unos pocos comenzaron a crecer, hasta tal punto de convertirse en festivales. Es el caso de “Serielizados”, un encuentro anual en Barcelona sobre el universo de las series de TV que este año tuvo a David Simon como principal atracción.

Y aquí lo tengo, a escasos metros, sentado y con otra camisa lisa, esta vez azul pastel, con un plot de Omar Little de fondo, el gangster gay que robaba a los narcos en “The Wire” y cuya figura ilustra, en parte, la pregunta que elegí hacerle al guionista, la única que podré hacer.

—Cuando escribió “The Wire”. ¿Se imaginaba que personajes como “Bubbles”, “Mc Nulty” u “Omar” llegarían a alcanzar esta inmortabilidad? No digo héroes ni modelos, sino simplemente inolvidables, al nivel de los grandes personajes literarios. ¿En qué parte del proceso creativo se dio cuenta de que eran grandes personajes?

—No conozco a nadie que sea inmortal, pero entiendo muy bien lo que quieres decir. Yo creo que se han convertido en íconos. Debido a varias cosas. Y una de estas fue la historia, que pudo desarrollarse a lo largo del tiempo y, entonces, se podía conocer a esos personajes. La historia dura un tiempo y la gente convivió con los personajes durante todo ese tiempo. La otra cosa importante es que intentamos reflejar a personas que conocíamos, personas sobre las que yo había escrito: policías, chicos. Eran como patrones de personas que habíamos conocido. No reflejaban a nadie en concreto sino varias cosas que habíamos visto. Y luego tienes a los actores que son buenos y confías en ellos, el casting fue muy bueno. Si me preguntas si yo imaginaba que alguna vez estaría aquí en Barcelona hablando de una serie de 2008, la verdad es que no. Simplemente queríamos llegar al final de la historia, este era nuestro objetivo: acabemos la historia y luego pongamosla en la estantería a ver qué sale.  

David Simon vocaliza como si fuera un conductor de radio. Su tono es monocorde y si no aburre es porque hace chistes, no se toma tan en serio a sí mismo como para creerse una estrella de rock pero sí para defender su trabajo. Cuando habla no mueve brazos ni piernas, no se sirve de ninguna extremidad para reforzar conceptos. Lo que sí mueve son los ojos. Lo noto con más claridad ahora, en nuestro segundo encuentro.

Estamos en el Bar Velódromo, un espacio mítico de Barcelona que nació en la década del ’30 y que acogió tertulias literarias y mítines políticos clandestinos y que fue restaurado en 2009. Un atractivo del bar son las cartas que se renuevan cada mes como si fuesen revistas y que se pueden llevar para coleccionar, con colaboraciones de escritores como Quim Monzó, Kiko Amat o Jordi Puntí.

Minutos antes del inicio de esta rueda de prensa en petit comité (solo 8 periodistas por turnos de poco más de media hora) David Simon revisaba sus emails en su laptop Mac y comía con la boca abierta unas uvas moradas. Estaba desde las diez de la mañana atendiendo a la prensa, había parado para almorzar y seguiría con entrevistas hasta las siete de la tarde.

Simón dice que su serie sobre los inicios de la industria pornográfica es una historia del trabajo y del capital, que será sobre ese momento en el tiempo en el algunas personas sientan la base de algo que se convertiría en un negocio millonario y con el que hemos crecido todos.

Dice que él es de izquierda pero que la mayoría de gente de su país no lo es y que el Congreso norteamericano está comprado por el Capital (usa la palabra “Capital” a cada rato) y que cualquier presidente que llegue se encuentra con una situación sistémica en la que no puede hacer muchas cosas.

Y que es un mal espectador de series, que vio “The Soprano” y “Breaking Bad” cuando habían terminado porque sabía que eran de esas series que al final no terminan de explicar lo que querían sino contando lo que el público quiere.

Y que sólo acepta recomendaciones de series de su mujer, la escritora Laura Lippman, o del propio George Pelecanos.

Y que su objetivo es que la gente le diga que sus series han terminado como han empezado, algo que se puede ver en una de cada diez series que se filman en el mundo.

Y que a él también le rechazan proyectos, pese a que siempre pudo acabar sus series sin que el tema de la baja audiencia haya sido nunca un problema para un monstruo empresarial como HBO. Y que la misma HBO le rechazó proyectos, como el de la serie sobre Cisjordania que quiso hacer con actores y guionistas palestinos e israelíes, a lo Barenboim, y que no pudo venderlo.

Y que quiere hacer una serie sobre la Brigada Lincoln, un grupo que luchó para el bando republicano en la Guerra Civil Española y que contó entre sus filas con George Orwell y Josip Broz, “Tito”, quien luego sería presidente de la Yugoslavia comunista.

Y que está hablando con la BBC para hacer una serie sobre la historia de la CIA pero que es muy caro el proyecto, sobre todo luego del 11S. Y que si estuvieran David Chase o Scorsese detrás todo sería más fácil, pero que no lo es para David Simon.

Y dice también: “La mayor parte de mis personajes tienen sus motivos para hacer lo que hacen. La moral es aburrida, está sobrevalorada. El bien y el mal están en nosotros, siempre. Hay cosas buenas y cosas malas, claro, pero a mí me interesa mucho más ver como el poder y el dinero se mueven en el mundo real. No me gusta saber si son personas buenas o personas malas, sino personas que actúan y que tienen sus ambiciones. Y esto es mucho más interesante para mí que el bien o el mal. ¿Cómo funciona el sistema en estas personas normales, que no son ni buenas ni malas? Esto es lo que a mí me interesa”.

Esa idea encierra una de las claves fundamentales para entender toda su obra. Da igual a quién se lo dice, porque este encuentro face to face será una experiencia colaborativa y compartida entre periodistas, un método obligado por el poco tiempo y la enorme demanda.

De todas formas, semejante mecánica no deja de estar relacionada con la de la circulación pirata, caracterizada por ser una experiencia colaborativa y compartido entre todos los internautas (subtituladores que hacen su trabajo por amor al arte, usuarios que recomiendan tal o cual enlace, generosos que dejan disponible su bando de ancha en The Pirate Bay aún después de que su capítulo ya se ha descargado por completo).

En esta comparación busco un poco de consuelo, es verdad. Pero no sólo eso, también me sirve para entender el porqué del éxito de David Simon. Y es que quizás le deba más de lo que él mismo cree ala piratería digital. Y “The Wire” vuelve a ser el paradigma: su audiencia fue mínima durante los 5 años de emisión en HBO y comenzó a masificarse progresivamente dentro del circuito pirata, cuando el usuario tenía acceso a las temporadas completas y se podía cumplir con lo que Simon y su equipo pretendían: verlas de principio a fin, ahora de un solo tirón. Mis amigos, conocidos, amigos de conocidos, yo, todos la vimos por descargas piratas. Todos nos hicimos serie-adictos gracias al Utorrent.

Todo esto, claro, antes de Netflix y de la caza de brujas que se inició en todo el mundo contra las descargas ilegales por internet.

El último episodio de la visita de David Simon a Barcelona transcurre en el Arts Santa Mónica, otro antiguo monasterio devenido centro cultural, ubicado al final de las Ramblas, a pocos metros de la estatua de Cristóbal Colón y todo el séquito de prestamistas españoles y catalanes que contribuyeron para su expedición en América.

Será justo después de proyectar en pantalla grande “The target”, el primer episodio de la primera temporada de “The Wire”, que tiene una de las mejores primeras escenas de la historia, ya no digamos de la TV o del cine, sino de la narrativa mundial. 

El periodista Antoni Bassas lo acompañará en una charla sobre política norteamericana y David Simon dirá, a cada rato, que “I’m leftie” y que vota a Obama.  No puede ocultar su debilidad por el presidente de Estados Unidos, quien dijo en 2015 que “The Wire” era su serie favorita  y e invitó a su autor a la Casa Blanca.

“Es un hombre brillante. Es muy inteligente, rápido e ingenioso. Te relacionas con él más allá de esta capa de mierda oficial que hay siempre. Cuando se apagan las cámaras, te encuentras con un tipo con el que parece que has jugado toda la vida al póker”, dice Simon.

La organización del festival decide emitir un fragmento de la serie “Newsroom”, de Aaron Sorkin, para hablar sobre el rol del periodismo. Es una escena bastante tensa en la que una estudiante rubia, bella, de segundo año de universidad, pide a un panel de periodistas si por favor podrían definir en una oración por qué creen que Estados Unidos es el mejor país del mundo. No pregunta si creen que lo es o no, da por sentado que lo es. El protagonista de la serie, Will McAvoy (Jeff Daniels), después de muchas vueltas, dice que no lo es y desmonta ese auto-convencimiento norteamericano con un discurso demoledor y anti-heroico, en la misma sintonía que “El ala oeste de la Casa Blanca”, la producción anterior de Sorkin.

Dice Simon: “Realmente me cuesta pensar en esta retórica del mejor país del mundo. Eso no significa que odie a mi país. Me encanta mi país, pero por otros motivos de los que se suele hablar. Precisamente las cosas que me hacen más o menos patriota no tienen nada que ver con el arte de gobernar. Hay cosas en el temperamento americano que me encantan y que no veo en otras partes del mundo. Aunque sea por la música afroamericana, una cosa que nomás podía surgir en Estados Unidos. Esta amalgama de culturas que es mi país, eso es lo que me gusta”.

Simon se calza una gorra negra y se va del Arts Santa Mónica. Se despide de los organizadores y se pierde por las Ramblas. En unos segundos se pierde entre los turistas, vendedores, algunos yonquis. Visto de lejos, parece una persona común.

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Fuente: Revista Anfibia