Alejandro Margulis, autor del libro “Gilda, la abanderada de la bailanta”, se refirió al mito que representa la cantante. “Estamos hablando de una gran artista que hizo dar vuelta un fenómeno popular como la cumbia, que desde su lugar de mujer marcó un camino diferente y un modo de plantarse que anticipó muchas reivindicaciones”, comenzó.
Además, aseguró que “estamos hablando de un fenómeno que pasa raras veces en las historias de los pueblos, que es el surgimiento de una creencia, de una pasión muy fuerte por alguien que en vida era una persona divina y que una vez que falleció se transformó en un ícono con muchas facetas”.
Margulis evaluó que lo que hace especial a Gilda es “una conjunción de cosas” que se dio en una época ávida de ideales.
En cuanto a su vida, contó que era “una chica de clase media, con las mismas aspiraciones de tener una familia y desarrollarse como persona de cualquier chica, súper argentina”. También que nació en el barrio porteño de Devoto y que su papá era empleado municipal y su mamá daba clases de piano.
Gilda trabajó desde muy joven como maestra jardinera y a los 20 se casó con un chico de barrio. Durante diez años llevó una vida familiar, cantando y componiendo sus canciones pero sin sobresalir particularmente, hasta que a los 30 se presentó a un aviso que pedían vocalistas y a partir de entonces empezó su carrera musical. “En muy poco tiempo, menos de cinco años hizo todo el circuito de los covers y luego empezó a sacar sus discos y a ser una referente nueva en el mundo de la bailanta”.
“Gilda cambió la bailanta porque le puso estética: cantaba bien, afinaba, era una mujer solista, (cosa que prácticamente no existía), hacía sus propias letras, que eran muy profundas a nivel de empoderamiento de la mujer y de reconocimiento de la cumbia”, evaluó, y aclaró que siempre fue imponiendo el género “con mucha humildad y constancia”.