La Mujer Maravilla es un personaje con mucha historia. Heroína medular del panteón de DC comics, su personaje paseó a lo largo de los años por dibujos animados e incluso tuvo su propia serie televisiva, pero a diferencia de sus dos compañeros de la conformada Trinidad (Batman y Superman, obviamente), su debut en el cine aún era una deuda pendiente. Y finalmente a casi ochenta años de su nacimiento (y luego de una deslucida participación en Batman vs. Superman), Diana se convierte en la gran protagonista de su propio film. Dirigida por Patty Jenkins y protagonizada por Gal Gadot y Chris Pine , Mujer Maravilla marca un acertado primer acercamiento al mito de la amazona guerrera, con varios aciertos, pero también con algunos pasos en falso. Repasamos en esta nota lo mejor y lo peor de esta esperada película.
Lo mejor
Gal Gadot
En Batman vs Superman su participación había sido una verdadera decepción La inclusión a presión de Diana en una trama totalmente desdibujada, la reducía a lo que parecía más un capricho del guión que a la búsqueda por integrar un personaje que debía enriquecer la trama. La Mujer Maravilla iba y venía, aparecía y desaparecía y su aporte concreto no era más que en la pelea final. Y Gal Gadot, a la que muchos consideraron una mala elección de casting, hacía lo que podía con un rol que francamente no le daba una razón de ser, pero todo eso cambió con la llegada de su film solista. Allí logra una interpretación cálida que no tiene absolutamente nada que ver con lo visto en Batman vs Superman. Gracias al guión, ahora sí, ella logra encontrar el tono adecuado a su Mujer Maravilla y viaja desde la ingenuidad hasta la valentía de una guerrera, haciéndole honor a al espíritu que en el cómic siempre caracterizó a esta heroína. Así como puede decirse que Superman siempre será Christopher Reeve, o Iron Man, Robert Downey Jr, indudablemente con esta película Gadot logra convertirse en la Mujer Maravilla definitiva, a la que muchas actrices, el día de mañana deberán mirar como modelo a seguir (o del cual tomar distancia).
El por qué de las peleas
La Mujer Maravilla es ante todo una guerrera, entrenada desde su más tierna infancia en la Isla Paraíso por amazonas expertas en el arte del combate. Claro que eso no le impidió instruirse, pero su corazón es el de una luchadora. Es por este motivo que las escenas de acción en el film debían no solo ser bellas desde su ejecución, sino que también necesitaban tener una razón de ser y exhibir una elegancia que jamás podrían tener, por ejemplo, las de Escuadrón Suicida. Es así que cada una de las peleas que muestra la película se convierten en momentos clave para la heroína, instancias que revelan de qué manera evoluciona el temple combativo del personaje. Desde ese primer enfrentamiento en las costas de Paraíso (en el que se queda petrificada ante al ataque alemán) hasta esa batalla perfecta en el que prácticamente ella sola libera a un pueblo, Diana evoluciona en su forma de pelear y la directora Patty Jenkins trabaja con precisión cómo la lucha marca el nacimiento y la confirmación de esta guerrera natural.
Una heroína imprescindible
En la última edición de Cannes, Jessica Chastain dijo: "Creo que si tenés narraciones hechas por mujeres también tendrás personajes femeninos más auténticos" y algo de esto se encuentra en este film. Marvel no pudo (o no quiso) hacerlo y DC poniendo dos mujeres al mando de una película, consiguió su mejor pieza dentro del nuevo universo de superhéroes que comenzó con El hombre de acero. Era necesario que La Mujer Maravilla aterrizara en el cine y en medio de un aluvión de superhéroes masculinos, la llegada de una mujer que pueda jugar de igual a igual es un bienvenido cambio de paradigma. Diana protagoniza una historia de guerreras en un momento en el que es totalmente positivo que las niñas miren modelos que escapen al de las trilladas princesas. Y más allá de eso, la virtud del personaje se encuentra en su capacidad por convertir y modificar la mirada masculina.
En esta época marcada por la importancia del feminismo como movimiento que busca igualar los derechos de género, una película parida en Hollywood (industria que sigue minimizando el lugar de la mujer) y centrada en cómo una heroína cambia la sensibilidad de un mundo marcado por la percepción masculina, no deja de ser un logro notable. Diana no solo llega al "mundo del hombre", sino que se mete de lleno en un conflicto que, según el film, es patrimonio masculino. Buscando encontrar su lugar dentro una sociedad que no comprende, ella consigue romper el statu quo. Primero lo hace con inocencia (al entrar en una discusión parlamentaria donde la mujer está prohibida), luego desde la confianza que proviene de la sabiduría y, por último, desde la necesidad visceral por ponerle un punto final a la guerra. Desde un primer momento, ella tiene una misión concreta: derrotar a Ares y esa meta que sus compañeros consideran un delirio, poco a poco comienza a resultarles más y más palpable. Y ahí es donde triunfa la lógica del personaje, cuando logra modificar para siempre la mirada masculina para que sus compañeros compartan la visión que ella tiene del mundo.
En última instancia, el gran triunfo de Patty Jenkins fue el de construir un relato anclado en dos planos mayoritariamente masculinos (el bélico y, en segunda instancia, el de los superhéroes) para revertirlos hacia una poderosa mirada femenina que confirma, como decía esa película de Marco Ferreri, que el futuro es mujer.
Lo peor
Un villano que no convence
Diana y Steve Trevor tienen algo en común: son parias en su propia sociedad. En la Isla Paraíso, ella creció a partir de desafiar abiertamente el mandato materno, mientras que el soldado interpretado por Chris Pine también debe darle la espalda a las órdenes de sus superiores. Y esa idea de dos inconformistas que no pueden ignorar su necesidad de corregir lo que está mal, es el eslabón que los une en un plano mucho más poderoso que el simplemente romántico. Ellos se entienden porque ven el mundo de una manera distinta de aquella que les enseñaron y, en ese sentido, para la Mujer Maravilla el deber primordial es el de derrotar a Ares, ese demonio responsable de causar muerte y miseria al mundo. Durante toda la historia, Diana se obsesiona por encontrar y derrotar a esa entidad que parece abstracta y que si bien a ojos de los soldados parece simplemente un delirio, el espectador no puede dejar de percibirlo como un villano simbólico que representa la violencia y muerte absurda que rodea a la guerra (y aquí es cuando la película incluso pareciera coquetear con una cuestión antibelicista). Que durante buena parte del film el villano sea más un concepto que una entidad es una ingeniosa vuelta de tuerca que funciona muy bien... hasta que el villano aparece.
La revelación sobre la identidad de Ares y el enfrentamiento final terminan generando una pequeña decepción y el darle la razón a Diana sobre la existencia del enemigo no necesariamente enriquece su lucha. De hecho, esa necesidad de culminar la historia con una batalla entre la guerrera y su némesis, termina desdibujando el rol de Ludendorff (Danny Huston) y la doctora Maru (Elena Anaya), que durante toda la película hacen un camino que no conduce prácticamente a ningún lado. En este caso, la presencia de un supervillano lejos de darle un sentido a la cruzada de la protagonista, termina desvirtuando su propia causa.
La Isla Paraíso, desaprovechada
El comienzo del film es inmejorable. La infancia de Diana en Paraíso, su entrenamiento secreto bajo la tutela de Antiope (Robin Wright), su educación y su veloz proceso de maduración frente a los ojos de su madre Hipolyta (Connie Nielsen) son momentos breves aunque cargados de emoción, pero lamentablemente el problema radica justamente ahí, en que terminan siendo demasiado breves. El no indagar en esta etapa iniciática es uno de los aspectos desperdiciados de la trama, principalmente por la riqueza que tienen muchas de las amazonas que aparecen. En primer lugar, es una lástima que no se haya profundizado el vínculo entre Diana y Antiope, esa poderosa y orgullosa luchadora que bien podría estar al frente de su propia película. Y algo similar sucede con la sobreprotectora Hipolyta, cuya obsesión por cuidar a su hija se contradice frente a la fácil comprensión que muestra cuando debe aceptar la partida de Diana. La sensación que deja este primer tramo del relato es que faltó contar algo, que hubo baches en los que hubiera sido mejor profundizar y que se desaprovechó la posibilidad de explorar la más que interesante arquitectura de esa comunidad.