Así como la comida nos brinda felicidad, la falta de ella puede generar emociones desagradables. Ese comportamiento irracional se explica por la química de nuestro cuerpo.
Cuando comemos, los alimentos se descomponen en proteínas, grasas y azúcares (glucosa). Estos últimos representan la fuente de energía más rápida para las células y el combustible principal para que nuestro cerebro funcione las 24 horas del día.
Cuando los niveles de glucosa disminuyen, el cerebro detecta, gracias a los mensajes que recibe del sistema digestivo, que se está terminando la energía disponible y envía señales para que comamos pronto.
Qué pasa en nuestro cuerpo
1- El sistema digestivo avisa que el estómago se está vaciando a través del nervio vago. Esto suele ocurrir dos horas después de haber ingerido nuestra última comida.
2- El estómago se contrae para hacer pasar lo que queda de comida al intestino delgado, produciendo el característico sonido de “rugido de barriga”.
3- Se libera ghrelina, la hormona del hambre.
4- El páncreas produce insulina, reduciendo los niveles de glucosa en la sangre y generando una sensación de debilidad y confusión.
Qué ocurre cuando esperamos demasiado tiempo para comer
Si no comemos en mucho tiempo, el cerebro le ordena al cuerpo que comience a usar sus reservas para contrarrestar el hambre que sentimos, activando una serie de mecanismos:
- El páncreas segrega glucagón, una hormona que libera azúcar en la sangre.
- La glándula pituitaria controla los niveles de la hormona del crecimiento.
- Las glándulas suprarrenales liberan cortisol y adrenalina, las hormonas del estrés, ya que el cerebro le dice al cuerpo que algo no anda bien y que debe prepararse para huir o enfrentarse a una amenaza.
De dónde viene el mal humor
No todos los organismos reaccionan igual en casos como este, pero si sos una persona muy sensible a los bajos niveles de glucosa, los cambios hormonales afectarán fuertemente tu estado de ánimo. El neuropéptido Y, un químico cuya función es, entre otras, regular el hambre, está controlado por los mismos genes de la agresividad, por lo que un desbalance del mismo puede hacerte propenso a tener una respuesta de ese tipo ante el hambre.
Otro síntoma es el antojo desmedido por comer alimentos llenos de azúcares. El cerebro desea reponer la energía de la forma más rápida y ve en estos la oportunidad perfecta para hacerlo. Sin embargo, lo más probable es que terminemos excediéndonos y que causemos el efecto contrario una vez hayamos saciado nuestra hambre.
La insulina, la hormona reguladora del azúcar en la sangre, se libera en grandes cantidades cuando el páncreas recibe el mensaje de que hay un exceso de glucosa, reduciendo nuevamente los niveles. Esto provoca que, en poco tiempo, puedas volver a sentir hambre.
Cómo evitar los síntomas
Hay cosas que podés hacer para mantener estables tus niveles de glucosa y no convertirte en un ogro cada vez que la comida tarda un poco más de lo esperado:
1- Cuando sientas hambre, comé algún bocadillo saludable como rutos secos, yogur o frutas.
2- Incorporá a tu dieta alimentos que te permitan reducir los niveles de las hormonas que producen estrés. Deben ser ricos en calcio, magnesio y triptófano, como papas, bananas y lentejas, entre otros.
3- Evitá las comidas demasiado procesadas. Los alimentos más nutritivos evitarán los picos de glucosa y te darán una mayor sensación de saciedad por más tiempo.
4- Reducí la velocidad a la que comés. Esto le dará tiempo al cerebro de procesar que los alimentos están entrando al sistema digestivo, lo que le permitirá aprovecharlos mejor.
5- Dormí bien. La falta de sueño causa un mayor apetito al día siguiente y reduce las hormonas que nos hacen sentir satisfechos.