En la actualidad, la meditación es una disciplina en pleno auge, especialmente en el mundo occidental. Desde que en la década de los 60 el movimiento hippie popularizara algunas de las técnicas de la espiritualidad oriental y las incorporara en el cambiante y acelerado mundo globalizado, este tipo de percepción de la realidad y de la vida no ha hecho sino ganar adeptos.
Pero ¿en qué consiste la meditación, exactamente? Y... ¿Cuál es el origen de la meditación? En este artículo indagaremos en el origen de esta disciplina e intentaremos trazar una línea cronológica que nos lleve desde sus inicios hasta la actualidad.
Los orígenes de la meditación: los vedas
Los orígenes de la meditación se encuentran en la India. Al menos, así lo prueban los textos más antiguos que se han encontrado en los que se la menciona, aunque se cree que la tradición es mucho más antigua y podríamos remontarla 5000 años atrás. Se trata de los llamados textos védicos o vedas, escritos en el subcontinente indio hacia el II milenio a.C.
¿Qué son los vedas? En sánscrito, la palabra veda significa literalmente “conocimiento”. Dentro del hinduismo se considera, por tanto, que estos textos escritos en sánscrito recogen la revelación sagrada y, por tanto, son esenciales para la religión hinduista.
Los vedas están formados por 4 grandes textos: el Rigveda (el más antiguo), el Samaveda, el Yajurveda y el Atharvaveda. En ellos, el origen de todo se reduce a la Unidad (el ekam sánscrito), que más tarde daría origen a la pluralidad “engañosa” que percibimos en el mundo. Este concepto de unidad originaria, junto con el orden cósmico que todo lo mueve (la rita) es la base de los vedas y, por extensión, de la religión hindú.
Los textos védicos no solo presentan una visión concreta del mundo y del cosmos, sino que también cuentan historias de dioses y diosas (puesto que la religión hindú es politeísta), así como de hechos históricos concretos. En conjunto, los vedas representan una cosmogonía y una visión espiritual completa.
La tradición védica y la meditación
¿Qué tienen que ver, pues, los vedas y el hinduismo con la meditación? Ya hemos comentado que son los textos más antiguos en los que encontramos referencias a esta práctica, con un sentido muy concreto: tomar consciencia del ciclo interminable que es la existencia.
Para la religión hindú, todo está en constante movimiento. Si algo diferencia esta religión de otras religiones (como, por ejemplo, el cristianismo) es su creencia en la eternidad de las acciones cósmicas. Es decir, mientras que el cristianismo es más bien lineal (el mundo empieza con la creación y acabará con la segunda venida de Cristo), en el hinduismo nada se detiene y todo se mueve en una rueda constante e inagotable.
En este concepto se circunscribe, por supuesto, la creencia en la reencarnación. Así como en el cristianismo el alma es una y, una vez muerto el cuerpo, esta será juzgada en el mas allá, en el caso del hinduismo el alma humana está en constante encarnación. Cada vida corresponde a un estado de purificación, a la que llevamos todo el karma de las vidas anteriores, es decir, la energía de nuestras acciones pasadas. De cómo nos comportemos en la vida presente y del karma que dejemos dependerá nuestra siguiente reencarnación.
Así pues, la meditación originaria hindú tenía como principal objetivo la concienciación de este ciclo interminable, y se acompañaba, por lo general, de ayuno y abstinencia. La meditación se ejercía concentrando la mente en un objeto concreto y repitiendo el mantra (la palabra sagrada) que correspondía.
La contemplación sagrada
La meditación hindú era una contemplación de tipo espiritual. Encontramos referencias a ella en el dhyana de los textos védicos, que se podría traducir como “moverse hacia la mente”. El objetivo era, pues, encaminar la mente hacia la realidad del cosmos y profundizar en su mecanismo.
Desde esta perspectiva vemos la diferencia entre esta contemplación y nuestra palabra “meditación”. Este último término proviene del latín meditatio, que vendría a significar algo así como pensar antes de acometer algo. Está clara la diferencia entre una y otra: mientras que en Oriente la contemplación es algo espiritual, la meditatio latina nos retrotrae a una especie de templanza, a la contención de las acciones en pro de una actitud prudente y reflexiva.
Será precisamente por influencia oriental, que impregnará profundamente al cristianismo y al judaísmo (y, más tarde, al islamismo), que, en los primeros siglos de nuestra era, en Europa, se comience a ver la meditación como algo relacionado con la sacralidad y la unión con Dios. Así, los primeros eremitas que se retiran al desierto o a la montaña en completa soledad, lo hacen para meditar en el sentido más “oriental” de la palabra.
También es en este sentido que lo hacen los primeros monjes y monjas, cuando se agrupan en cuevas o pequeños eremitorios para dedicar su vida a la contemplación. No vano, hay que tener presente que el movimiento monacal procede de la parte más oriental de Europa, en pleno contacto con las religiones orientales.
Ya en la Edad Media vemos que la meditación está plenamente identificada con la religión. Los que meditan dirigen su pensamiento a Dios y se apoyan en textos sagrados, ya sea la Biblia o los libros de los diversos doctores de la Iglesia, o también en hagiografías o vidas de santos. Vemos cómo el concepto de meditación medieval es muy parecido al que se desarrollaba en Oriente en el II milenio a.C.
Una nueva meditación para una nueva época
En los albores del mundo contemporáneo este tipo de meditación pierde su fuerza, quizá fruto de la radicalización del positivismo y, sobre todo, por la creciente capitalización de la sociedad. Sin embargo, durante el siglo XIX, en la época romántica, encontramos el concepto de “contemplación” relacionado con la relación del hombre y la naturaleza, en clara consonancia con la antigua contemplación religiosa que intentaba descifrar el funcionamiento del cosmos.
Un claro ejemplo de ello es el famoso cuadro del pintor Caspar David Friedrich Caminante ante un mar de nubes, donde el viajero solitario se queda contemplando ensimismado la maraña de nubes que flotan entre las cumbres. En este caso, es el yo individual, la consciencia del ser humano en tanto que individuo, frente a la inmensidad del mundo.
Las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX son quizá las más materialistas de la historia; al menos, en Occidente. En el ámbito artístico e intelectual se producen múltiples reacciones ante esta falta de espiritualidad que no hace sino crecer. En la década de 1960, el movimiento hippie resucita las olvidadas técnicas orientales, si bien bastante adaptadas a su filosofía, y pone de nuevo en boga la espiritualidad y la meditación.
En la actualidad, la meditación está muy presente en nuestra sociedad globalizada. Se trata, sin embargo, de una meditación muy diferente de la que se originó en la India hace milenios. Porque si bien algunos colectivos que conocen sus raíces la utilizan para una elevación espiritual, en la mayoría de los casos la meditación se ha reducido a una simple técnica para relajarse y controlar una mente desbocada.
Es el caso, por ejemplo, del mindfulness, creado en la década de 1970 por Jon Kabat-Zinn (1944). Si bien el profesor Kabat-Zinn es un gran conocedor de las técnicas orientales, como el yoga y el zen, su técnica de Reducción del Estrés Basada en la Atención Plena (REBAP) está focalizada a disminuir la ansiedad que el tipo de vida occidental produce en las personas, por lo que está muy alejada de la idea primigenia de desentrañar los principios del universo.