El grupo postuló que estas aplicaciones, tan presentes en las relaciones actuales, generan control y también descontrol sobre uno mismo y la pareja, modifican y moldean el estado de ánimo al disparar, entre otros síntomas, los celos excesivos. Cuando alguien espera hay alguien que se hace esperar, pero eso no es fijo: en las relaciones amorosas los sujetos cambian y las dinámicas se modifican, señalan los sociólogos del Instituto de Investigaciones Gino Germani Maximiliano Marentes, Mariana Palumbo y Martín Boy, autores del trabajo Me clavó el visto: los jóvenes y las esperas en el amor a partir de las nuevas tecnologías, que se enmarca en un proyecto que problematiza las esperas –en tres aspectos: el amor, el trabajo y la salud- y dirige el investigador del Consejo Mario Pecheny.
“Los tres estudiamos temas de amor romántico y violencia y nos interesó problematizar el contexto de redes sociales como forma de relacionarse, no como ruptura del lazo social sino en su impacto en los vínculos”, señala Palumbo. “Para nosotros las redes no son negativas: con ellas la gente se suma, se relaciona, se recontra erotiza. Solo que a veces, como permiten tanto control también hacen que el sujeto se descontrole más: nos hacen sentir que el otro no está haciendo lo que se espera”, agrega.
“Antes había más paciencia y era imposible estar sobre el otro”, amplía Boy. “Las esperas en los vínculos eran irremediablemente tediosas: se mandaba una carta que tardaba días o semanas, y luego la respuesta que tardaría otro tanto. Ahora, con la tecnología, las esperas ya no concilian con la idea de tiempos largos, y la necesidad de inmediatez genera escenas de conflicto, discusión, ira, bronca, desamor; pero cuidado: también la resolución de escenas con esos condimentos pueden derivar en una mayor fusión entre los amantes, reconciliaciones que reestablecen el equilibrio en el `vos sos el centro de mi vida, si te hice esperar fue sin querer, no a propósito`”.
“Lo que pasa hoy en día –coincide Marentes– es que hay muchas formas de mitigar y derribar esa espera. Pero a la vez es un engaño: creemos que podemos romper esa espera rápidamente, pero como a la vez no se rompe, si yo puedo ver que el otro no me está respondiendo, se fabrican otras esperas, más dolorosas”.
Las nuevas tecnologías pueden ser armas de doble filo si de amor se habla: los emoticones, o incluso poner un “me gusta” a una persona potencialmente peligrosa puede generar un conflicto con la pareja. Pero también pueden llevar a la erotización, por ejemplo, con el sexo virtual o con las reconciliaciones tras los conflictos por la espera.
“Si se plantea `me clavaste el visto, entonces me hacés esperar`, esa espera es negativa: dejo de ser el sujeto más importante para el otro, eso desata una discusión o escena de violencia. Pero luego eso se resignifica, y se reerotizan los jóvenes: a partir de eso vuelven a construir su vínculo”, explica Boy.
“En este punto, se nos ocurrió complejizar esto de que la violencia no es amor, porque dentro del amor siempre puede estar la violencia en distintas escalas –desde controlar el celular del otro, movimientos del otro, pensar al otro como una propiedad y todo lo que eso provoca-. Y cómo eso se reactualiza con estas nuevas herramientas”, continúa.
“Desde esa perspectiva –indica Mariana Palumbo- quisimos aportar a pensar la violencia desde lo académico. No son violencias extremas, como los feminicidios, pero sí son primeras violencias, más cotidianas e invisibilizadas, que deben tenerse en cuenta. Como son parte de lo amoroso la gente no se escandaliza, pero al analizarlo y verlo seriado se ve un problema: las redes sociales disparan los celos y control en la espera, con mucha vehemencia y de modo vertiginoso”.
Entre los dilemas de la actual vida tecnologizada, hay uno que es trending topic: ¿revelar o no revelar la contraseña de Facebook al ser amado? “Se toma como una prueba de amor. El amor romántico tiene muchos elementos violentos, de control y celos. Pero también, a partir de estas prácticas violentas, los jóvenes reactualizan su amor porque si finalmente brindan su contraseña, dan a su pareja una señal de confianza”, indica Palumbo.
Pero al margen de las visiones objetivas, los científicos se abocaron a esta investigación por sentirse en parte reflejados. A Marentes lo mató la espera. Al momento de comenzar la investigación estaba conociendo a alguien, iban a encontrarse en una plaza a la salida de su taller literario, pero por alguna razón su pretendiente se atrasó. “Esperé 40 minutos, lo divertido fue que me quería hacer el que estaba tranquilo y por dentro tenía un nivel de ansiedad que me sacó de mi costado zen y me hizo vivenciar todo lo que venía describiendo en términos analíticos”.
Palumbo, al comenzar el trabajo estaba soltera y “stalkeaba” a los hombres que le gustaban: “Medía los tiempos de cuándo me respondían, cuánto tiempo esperar para ver a tal persona, los veía conectados en Facebook y me ponía ansiosa. Y con los amigos, aunque tardaran en responder, yo no hago nada de eso. Entonces, trabajar con esto me hizo replantearme por qué con la pareja sí lo hacemos”.