El fútbol está colmado de máximas, de frases hechas que se expresan sin análisis casi porque la historia les ha dado entidad. Pero tiene una que es aplicable con facilidad a cualquier ámbito de la vida, porque las conclusiones están presentes al culminar un proyecto, tenga o no una redonda de cuero en medio. Esa sentencia dice que el balance siempre debe hacerse al final, con el diario del lunes.
Tiene mucho de lógica, más aun en una comunidad tan emocional y por momentos tan poco racional como la del fútbol. No es fácil rememorar un buen rendimiento sin resultados, como tampoco lo es exponer defectos tras una victoria. En consecuencia, el desenlace inmodificable es la sentencia definitiva.
Pero en el mientras tanto, el análisis permite ver matices, virtudes y defectos que manifiestan tendencias y que nos brindan fundamentos para defender hipótesis. Si, hipótesis porque este deporte carece de teorías a lo largo de una temporada y porque el cristal por el cual observamos puede tener infinitos enfoques.
Sin embargo, Unión ha mostrado características innegables, que exceden la subjetividad de cada visión. Características que configuraron con el correr del tiempo una identidad futbolística y de conducta grupal. O viceversa. Quién sabe si el orden de los factores altera el producto.
Lo cierto es que el barco ha amarrado en un puerto desconocido hasta aquí, el cual no era destino a inicios de temporada. No lo era en sentido práctico, porque los objetivos deportivos eran otros, y tampoco lo era en sentido empírico porque la coyuntura trunca la intención de soñar muchas veces.
El club y su entrenador se reencontraron por necesidades mutuas y se sinceraron lo suficiente para elegirse nuevamente. Desde ese momento comenzó esta construcción que se mostró sólida desde los cimientos. Una construcción que entendió como se consigue calidad y armonía puertas adentro de un vestuario: trayendo individuales que conduzcan y potencien al grupo y no estelaridades vanidosas que solo brindan un salto de calidad desde su apellido.
Ese fue el primer rasgo distintivo de este plantel: perfil bajo, mensaje simple y trabajo silencioso y constante. Con caciques, claro está, pero de los que se sientan a la mesa con sus indios y no en un altar.
A continuación, sentados ya los parámetros grupales vino lo deportivo, tan mancomunado como lo otro. Con figuras que casi siempre fueron de a dos, en formato de sociedades. Lo que habla de virtudes colectivas. Lo cual es un valor en sí mismo porque se evita la dependencia absoluta de un nombre, más allá de que no todas las ausencias duelan lo mismo. Y en ese contexto, un plantel que asomaba como corto en la previa se transformó en uno con variantes. Variantes que llegaron con sangre Tatengue desde las entrañas del club para quedarse en Primera.
Y más tarde, apareció el carácter para terminar de complementar un ADN que transformó a este grupo en un equipo competitivo, que raras excepciones siempre presentó batalla y estuvo lejos de ser sometido por sus rivales.
Un Unión que lució en la tabla como en el campo durante toda la temporada. Aunque por momentos incluso mereció más de lo que tuvo, poniendo de manifiesto que tiene una idea pero que debe pulirla. Que tiene material pero que debe perfeccionarlo.
Esa unidad de pie a cabeza, esa filosofía de trabajo colectivo le permitió abstraerse de los vaivenes entendibles de un año de futbol y centrarse en sus propios ideales para jugar una final. Para sentir, vivir y jugar una final. Algo tan maravilloso como traumático según lo vaya marcando el ritmo del partido.
Pero cuando uno tiene un plan las contingencias no derrumban sino que solo desestabilizan un rato. Por eso, apoyado en estos atributos y en muchos más que constituyen el tesoro mágico del día a día de trabajo y que definitivamente deben quedar en la privacidad del plantel, ha edificado este presente con aroma a buen futuro.
La temporada se inició persiguiendo objetivos y terminó atrapando sueños. El certamen logró expresarnos –una vez más- que los saltos de calidad pueden construirse en lugar de contratarse.
Y el final de la historia –o de este capítulo al menos- cuenta que Unión en algunos meses ya no será de Santa Fe, sino que será de Argentina cuando cruce las fronteras de nuestro país, del mismo modo que cruzó las fronteras de la desconfianza de muchos cuando emprendió este viaje.
No siempre pasa en el fútbol, pero cuando se obtiene lo que se merece el festejo es doble.