Se atrevieron a soñar, ahora no quieren despertar. Independiente del Valle se consagró campeón de la Copa Sudamericana por primera vez en su historia. Los ‘Rayados’ se convirtieron en verdaderas leyendas, tras conseguir un torneo internacional en tan poco tiempo como club profesional y sin contar en sus vitrinas con trofeos a escala local.
Detrás de Independiente se ocultan miles de historias, desde los más chicos hasta los protagonistas del mayor logro del club de Sangolquí. ¿Alguien podría imaginar que, quien hace tres años tuvo que dejar de lado el fútbol y dedicarse a la venta de mangos, podría hoy llevarse el título como el mejor jugador de la Sudamericana?
Ese es el caso del arquero Jorge Pinos, de Quevedo. Entendió aquel adagio que reza: ‘al mal tiempo, buena cara’. Tras ser engañado por un grupo de empresarios que lo llevaron a Brasil, Pinos retornó a Ecuador, pero no tenía opciones para vincularse a un equipo de fútbol y la vida le deparó un camino distinto.
Gracias a un amigo, consiguió un trabajo de conductor en un circo de Quevedo, llamado Las Pelusas, mientras encontraba una oportunidad en un club. Su esposa, Carmen Castro, estuvo junto a él, apoyándolo, como lo hizo en Asunción, con un beso cargado de amor.
Pinos, quien fue una de las figuras en el duelo ante Colón, tras atajar el penal de Luis Miguel Rodríguez, parecía no poder creer lo que estaba viviendo. Hace tres años vivía con la sombra de la posibilidad de tener que dejar el fútbol, y ahora levanta la Copa Sudamericana por primera vez.
Cuando las puertas se abrieron y vio la gente acumulada, empujándose unos a otros por conseguir un saludo, una foto o un autógrafo, llenó por un instante sus ojos de lágrimas, las limpió con su camiseta y avanzó hasta la zona de prensa, más de un periodista quería hablar con él.
Enseguida, su rostro plasmado de asombro, cómo que no esperaba tal recibimiento, subió al bus descubierto que esperaba a los jugadores para empezar un recorrido por Quito con la copa, buscó un lugar en la parte frontal, junto al técnico español, Efrén Mera que, por supuesto tenía el preciado trofeo, pero no permaneció mucho tiempo ahí... quizás el cansancio o quizás no salía del asombro, pero encontró un puesto en la parte trasera del vehículo y permaneció las casi tres horas de caravana sentado. Observaba con emoción la gente que, a lo largo del camino, los saludaba y con pitos, gritos y cornetas buscaban llamar la atención de los campeones.
Mientras, del otro lado del bus, siempre al frente, interactuando con la prensa y con la gente que los esperaba en las calles, Cristian Pellerano y Miguel Ángel Ramírez se llevaron el show.
En 180 minutos de viaje no pararon de reír, cantar, bailar, aplaudir y saludar. La euforia se apoderó totalmente de ellos, sobre todo Ramírez, quien, de inicio a fin, tuvo amarrada a su cuello la bandera de su ciudad Las Palmas. Tan solo se la quitó cuando, en plena Simón Bolívar un grupo pequeño le presentó la bandera de España, emocionado y con lágrimas en sus ojos, golpeó su pecho en la zona del corazón con el puño y extendió la bandera. Un profeta en tierras lejanas.
‘Pelle’, como le dicen de cariño a Cristian abrazó a su mentor, quien, como dato, es dos años menor, palmeó su espalda y en sus labios se dibujaron las palabras ‘grande papá’. Llenos de emoción, ambos tomaron el trofeo y lo levantaron mirando fijamente a los fotógrafos que iban en un bus delante de ellos. Los clics y uno que otro entrometido flash aparecieron en escena.
La emoción que desbordaba Ramírez era casi como ver a un chiquillo, esa seriedad que siempre mostró en el banquillo técnico parecía haberse quedado en Paraguay.
Un recorrido peculiar siguió el bus, pero sin duda lo que se llevó el premio fue la adrenalina que se impuso en periodistas y jugadores cuando debían esquivar los cables de los postes. ‘Pelle’ y el profe, quienes estaban parados sobre la silla, cada tanto hacían un movimiento estilo Matrix.