Para muchos, lo de Colón fue la crónica de un cierre anunciado. Más que nada, por lo poco confiable que se volvió, sobre todo de visitante, donde prácticamente nunca dio la talla. No pudo enderezar una tendencia muy clara en el octogonal, donde primaron todos los locales.
Un fuerte impacto moral, deportivo y estructural para un club que se preparó para volver rápidamente a Primera y tendrá que estar ahora tres meses sin actividad hasta que comience la próxima temporada del ascenso. Un cúmulo de acciones que depararon en este desenlace.
Un quiebre se dio en la fecha 26, cuando la dirigencia optó por despedir a Iván Delfino, a quien le estaba costando encontrarle la vuelta al bache.
Como la brecha con el resto se había perdido se pensó en generar un sacudón y se buscó a Rodolfo De Paoli, que lejos estuvo de mejorar la cosa. Todo lo contrario, apenas ganó dos partidos y perdió cuatro. No empató. Sacó seis de 18 posibles.
El margen apremiaba y se volvió interrumpir el ciclo para el arribo de Diego Osella, que logró hacer más sólido al equipo, pero nuevamente las victorias escasearon: ganó uno, perdió uno y empató cuatro. Sacó siete unidades de 18 posibles. Mismo escenario, pobres números. Es decir, que los últimos dos técnicos sacaron solo 13 puntos (se cuenta el último del octogonal ante All Boys) de 36 posibles. ¡CONTUNDENTE!
En pocas palabras, los golpes de timón no tuvieron el efecto esperado y por eso, al cabo de 39 partidos, donde pasaron cuatro técnicos (incluido el interinato de Martín Minella), Colón culminó sin el objetivo.