El jueves Lisandro Aristimuño reunió a su círculo íntimo (mujer, hija y hermanos), amigos y músicos (León Gieco, Fabiana Cantilo, David Lebón, Tomi Lebrero, Hilda Lizarazu, Javier Malosetti, Dread Mar I) y, además, a un grupo de periodistas para presentarles en sociedad su nuevo discoConstelaciones en el Planetario. Fue un encuentro informal y relajado para escuchar el nuevo álbum de principio a fin, con proyecciones sobre el domo para cada tema. Sin darse cuenta y apenas oficiando de tímido anfitrión, Aristimuño (uno de los íconos de la nueva generación de creadores de la música argentina) recuperó en la presentación de Constelaciones el ritual de la escucha compartida, seguramente como lo hacía con sus amigos en la juventud, seguramente de la misma manera que lo hizo con todos los que participaron de este nuevo proyecto al final de la grabación.
"No tengo mucho preparado para decir", anunció Lisandro en el centro de ese domo del Planetario, antes de dar vueltas en círculos hasta marearse y confesar el proceso emocional del disco. "Para este disco pensé en mucha gente que se fue y que ilumina desde arriba. Gente muy especial para mí desde lo musical y familiar y ahí empecé a pensar en eso que te dicen de chico: que la gente se va al cielo. Yo creo que sí, que desde las estrellas o las constelaciones, nos mandan un mensaje y nos cuidan. Pensé mucho en eso. Hice el disco pensando mucho en eso: que hay vida después de la tierra".
Después de aquel Mundo anfibio, donde alcanzó su pico conceptual, enConstelaciones, Lisandro sale a la superficie con una banda nueva (Javier Malosetti en bajo, Sergio Verdinelli en batería y Ariel Polenta en teclados), un disco visceral que refleja todas esas conexiones familiares y sónicas -desde Los Beatles a León Gieco- y que cuentan su historia y la de otros en diez episodios musicales que conectan el cielo con la tierra. Diez obras, donde Lisandro Aristimuño deja impreso su propio sello musical y el de otros artistas que pasaron por su vida. Son diez canciones de una belleza inusual que explotan en la cara, como el perfume de una flor.