“¡Ni se te ocurra meterte en la pileta que acabamos de almorzar!”. ¿Cuántas veces escuchamos en la infancia ese grito y nos tuvimos que sentar a la sombra, refunfuñando, a esperar “por lo menos una hora” (o dos, según el folklore familiar que toque en suerte) para nadar? Pero, ¿hay que esperar ese tiempo para poder nadar después de comer?
La evidencia
La creencia de que no se debe nadar después de comer se origina en la idea de que cuando comemos toda la sangre viaja al estómago para hacer la digestión y no es capaz de abastecer adecuadamente a los músculos que, por falta de oxígeno, se acalambran. Estos calambres alterarían nuestra capacidad de nadar o mantenernos a flote y llevarían al ahogamiento. Pese a lo muy convincente que esto puede sonar, no existe ninguna evidencia médica ni biológica que apoye esta afirmación.
En primer lugar, está ampliamente objetada la aseveración del abastecimiento de oxígeno del cuerpo porque, si bien es cierto que durante la digestión hay un mayor flujo de sangre hacia el sistema digestivo, también hay evidencia que indica que nuestro organismo se las arregla sin problemas para mantener también el trabajo muscular. De hecho, algunos nadadores profesionales comen inmediatamente antes de una competencia para tener la energía necesaria para un buen desempeño.
En segundo lugar, no se conoce del todo el proceso fisiológico que desencadena los calambres pero la evidencia más sólida apunta a una disfunción en un control reflejo de los nervios motores como consecuencia de la fatiga. Por otra parte, no hay evidencia de que hacer ejercicio después de comer provoque calambres pero sí existen estudiosque sostienen que hacer actividad física dirige el flujo de sangre del aparato digestivo hacia la piel y los músculos de los brazos y las piernas con efectos sobre la movilidad intestinal.
En 2011, el Comité Científico de Asesoramiento de la Cruz Roja realizó un análisis exhaustivo al respecto sobre la evidencia disponible hasta ese momento para descartar o ratificar la idea de que no se debe nadar después de comer y concluyó que los pocos estudios que se llevaron a cabo no mostraron ningún efecto sobre el rendimiento en natación y efectos secundarios mínimos en varios intervalos de tiempo después de una comida (por ejemplo, ver acá y acá). Tampoco se han reportado casos en la literatura en los que la comida previa haya sido causa o contribuido a un ahogamiento (fatal o no).
Finalmente, ninguna organización médica o de seguridad hace recomendaciones actuales al respecto. En sus reportes de prevención de ahogamiento ni la Academia Americana de Pediatría (ver acá y acá) ni la Asociación Española de Pediatría (ver acá) ni la Cruz Roja (por ejemplo, ver acá, acá y acá) ni la Organización Mundial de la Salud (ver acá) brindan advertencias relacionadas con nadar después de comer. Estas organizaciones están mucho más preocupadas por el elevado riesgo de ahogarse debido al consumo de alcohol y drogas y por la vulnerabilidad de los más pequeños que se meten al agua sin supervisión de adultos o con equipos inflables que no son adecuados como protección.
Aunque, nadar con la panza llena sí puede llevar a vómitos y a otras molestias en el tracto gastrointestinal. Si un nadador (en especial un niño) comenzara a vomitar mientras está nadando y no hay un adulto cerca para socorrerlo, seguramente sería muy peligroso. Por eso la Asociación Argentina de Pediatría y otras agrupaciones similares sí sugieren que luego de comidas muy abundantes se espere un rato antes de entrar al agua.
Para concluir
El informe del Comité Científico de la Cruz Roja concluye que “la información actualmente disponible sugiere que comer antes de nadar no es un riesgo de ahogamiento y puede ser descartado como un mito”. Ahora, si el domingo piensan comer tres tiras de asado, achuras y un kilo de helado quizás lo mejor sea dormirse una siesta antes de meterse a la pileta para evitar molestias estomacales.
¿Lo más importante? Tener presente que los niños siempre deben ser supervisados en el agua (desde una bañadera hasta el mar) y que es necesario implementar las medidas de protección adecuadas para mantenerlos seguros (ver acá y acá). Y para eso no nos importa en absoluto cuándo fue la última vez que comieron.