Una vez más, la protesta que exige la renuncia de la presidenta interina autoproclamada, Jeanine Áñez, se volvió más grande y los campesinos e indígenas se mostraron más enojados y desesperados por hacerse escuchar en el corazón del poder político de Bolivia, apenas contenidos por cientos de policías y soldados y nubes de gases lacrimógenos.
Las columnas de federaciones campesinas, docentes rurales y grupos de juntas vecinales avanzaban a veces corriendo, a veces caminando a lo largo de la avenida Mariscal Santa Cruz, desde el obelisco hasta la plaza mayor de San Francisco, siempre vigiladas de cerca por los cordones de policías y soldados que garantizaban el perímetro sur de la zona de plaza Murillo, donde están los principales edificios del Estado nacional.
Todo se daba en un clima de máxima tensión, siempre a la espera de la próxima ronda de gases lacrimógenos, que generan corridas, arrestos y miedo a una nueva represión como la de los últimos días, que dejó varios muertos, muchos más heridos y un número desconocido de detenidos.
"Nos quieren gobernar los mismos que nos masacraron en 2003. Los mismo vuelven ahora. Pero ahora puede ser peor porque la gente se despertó. Ya vivimos años en paz con Evo (Morales) y ahora ninguno de nosotros está dispuesto a volver a lo que pasaba antes", aseguró a Télam Alberto Zomero, un campesino de 65 años.
Mientras se esfuerza por arremangarse el pantalón para mostrar las marcas de los balinazos que recibió en la represión de las protestas de 2003, cuando gobernaba Carlos Mesa, el mismo líder que ayer prometió volver a presentarse como candidato presidencial en las elecciones que convoque Áñez, describe la situación explosiva que se vive en las calles.
"Cada día llegamos más campesinos e indígenas de los 20 departamentos y los campesinos van a cortar la llegada de alimentos. El pueblo, acá presente, va a sufrir, pero de acá no se va nadie", sentenció.
En el mercado callejero que salpica una de las calles zigzagueantes que une El Alto con La Paz, las colas para comprar pan y los alimentos ya comenzaron a aparecer y hasta el gobierno de facto de Áñez reconoció hoy que existe temor a un desabastecimiento de combustible en la capital.
Pero ese no era el principal temor que se escuchaba en las calles.
"Están cazando a los dirigentes del MAS (el partido de Morales, Movimiento al Socialismo) en todo el país", gritó una mujer vestida con la tradicional pollera de las campesinas indígenas y, a su lado, Angélica se quiebra.
"No es solo al MAS. Desde el domingo, todas las noches aparecen hombres enmascarados en El Alto y saquean nuestras escuelas, nuestros mercados y nuestras casas", contó la directora de 47 años de la Junta Escolar de la zona Amor de Dios de esa región vecina de La Paz.
"Cerramos todas nuestras escuelas para proteger a nuestros hijos. Todas las noches organizamos vigilias para garantizar que no vuelvan a entrar. No podemos dormir en paz. En El Alto estamos abandonados por la policía, las Fuerzas Armadas, por la prensa nacional, por todos. Estamos solos", agregó.
Cada día que pasa, más personas llegan a la capital de las zonas rurales y de otras ciudades del país. El domingo se espera que llegue la masiva columna de los cocaleros del Chapare, la cuna política del derrocado Morales.
Áñez se aferra a su nuevo poder y se encierra detrás de un nutrido cordón policial y militar, que hasta ahora ha mantenido a los manifestantes lejos de la Plaza Murillo, alrededor de la cual está la sede de gobierno y de la Asamblea Legislativa.
Cuanto más se acerca la marea humana de la protesta a ese perímetro de seguridad, más crece la ira contra la policía, la fuerza que se amotinó la semana pasada y permitió el avance de los manifestantes cívicos liderados por el cruceño Luis Fernando Camacho, que terminaron siendo el principal apoyo civil para el derrocamiento de Morales y la asunción de Áñez.
Pese a que las Fuerzas Armadas le "sugirieron" a Morales que renunciara, para muchos de los que marcharon hoy los militares no son lo mismo que la Policía.
"Sí, es verdad, se dieron vuelta y traicionaron al presidente, pero solo al final", explicó una mujer mientras atrás una multitud gritaba, casi pegada a un cordón de soldados y un tanque del Ejército: "Militares sí, Policía no" y "Policía, motín, el pueblo no te quiere".