A lo largo del día, en algunos momentos tenés más hambre que en otro. Especialistas aseguran que una de las razones evidentes de que esto ocurre es la cantidad de horas que pasan entre una comida y la siguiente, pero hay otro factor que también puede ser determinante: la gula o la ansiedad.
La Universidad de Medicina Johns Hopkins de Baltimore demostró que el estado mental de una persona tiene un impacto en las hormonas del hambre. A algunos, cuando están nerviosos se les cierra el estómago, pero también están los que ante la ansiedad no pueden resistir la tentación de comer.
Cuando uno está nervioso debe controlarse para no comer en exceso porque eso te puede hacer aumentar de peso sin darte cuenta. Existen cuatro situaciones en las que comés no porque estés hambriento sino por gula o ansiedad y es bueno aprender a identificarlas para ponerles freno:
- Si comés rápido y sin mirar lo que te metés en la boca. La forma de alimentarse desordenada sirve para despejar la mente con una actividad placentera, pero a la vez es un incidio de que estás comiendo por capricho y no porque realmente lo necesités.
- Si comés de forma voraz sin apenas masticar ni saborear. Este fenómeno es conocido como “compulsiones alimentarias” que suelen ser gratificaciones que se hacen mediante la comida.
- Si comés sin ganas y sin sentir placer. A veces se consumen alimentos con el objetivo de llenar un vacío y liberar una tensión interna. Eso no responde a la necesidad de comer, sino a algo emocional.
- Si comés de forma indiscriminada. Los horarios en las comidas son necesarios para mantener una cierta estructura, y picar algo a cualquiera hora sin un orden mínimo no es saludable.