No es peyorativo, sino el resultado de investigaciones realizadas en el departamento de Neurociencias de la Universidad de Minnesota (EE.UU.), que nos ayudan a comprender un poco más cómo funcionamos. Hasta los cerebros de estos pequeños mamíferos, las ratas, pueden detectar que tomaron una mala elección y replantear lo que deberían haber hecho.
La confusión es entender que este proceso cognitivo al que llamamos arrepentimiento tiene siempre un origen moral, ético o religioso, cuando en realidad pueden ser o no ser las causantes. Todos hemos hecho malas elecciones en algún punto de la vida y nos hemos arrepentido, por ejemplo, no haber comprado un producto más costoso, pero que conocíamos de más durabilidad, luego de que dejara de funcionar el más barato.
En el caso de la investigación nombrada, las ratas tenían una primera opción de esperar poco tiempo por un alimento que no les agradaba o una segunda de recorrer un laberinto por uno más gustoso. Pero cuando tomaban la segunda opción y el recorrido se hacía muy largo, electrodos implantados en sus pequeños cerebros detectaron que se arrepentían de no haber tomado el primer alimento que se les cruzó.
Hay áreas cerebrales identificadas en este proceso, como la ubicada por arriba de la órbita de nuestros ojos, denominada orbitofrontal. Otro ejemplo: una vez descubierta por la justicia una persona puede arrepentirse de “no haber sido más cauteloso en cómo o con quien cometiò un acto delictivo”, como también si no es descubierta de “no haber obtenido más provecho”. La función que cumple la capacidad de darnos cuenta que tendríamos que haber elegido otra opción, es la de planificar distinto para el futuro, ni más ni menos.
Los seres humanos tenemos las capacidades de entender un problema, planificar qué hacer con él, ejecutar una acción y evaluar cómo nos fue, denominadas “funciones ejecutivas”. Muchos otros seres vivos también poseen estas capacidades de manera menos evolucionada, pero solo el humano genera conexiones neuronales a partir estímulos morales, éticos o dogmáticos que pueden determinar la causa de ese arrepentimiento, gracias a la evolución de un sector cerebral detrás de la frente que le permitió desarrollar otras funciones necesarias, como la abstracción.
La ciencia aún no puede afirmar si nacemos o no con parte de algunos conceptos incorporados, como el de “justicia”, pero sí es seguro que nuestras conexiones neuronales son plásticas y el ambiente moldea lo que podríamos llamar arquitectura moral. Que los cerebros de los habitantes de un país capten un “punto de anclaje” bajo para las consecuencias de la ilegalidad, puede ser una de los causas potenciales que generen la banalización de todo acto ilegal que se encuentre por debajo de ese punto, trayendo consecuencias como por ejemplo el llamado “robo hormiga”.
Esto mismo ha sido estudiado por Dan Ariely, catedrático de psicología y economía conductual, en los laboratorios de la Universidad de Duke (EE.UU). A raíz de estos resultados, es que algunos países al haber tomado conciencia del alto nivel de corrupción en su población, comenzaron a dedicar parte de su presupuesto a la investigación de cómo cambiar el paradigma cultural instalado. Es el caso de la India, en donde incentivan a los estudiantes desde muy pequeños a pagar por lo justo sin ningún control, como retirar los útiles necesarios de un placard sin que nadie los observe, dejando en un recipiente la cantidad de monedas que valen indicadas por un rótulo.
Claro que esta sola medida no será suficiente y hay muchos otros estímulos ambientales que cambian para bien o mal ese “punto de anclaje”, comenzando desde el primer contacto del cerebro de un niño con las conductas de sus familiares. Santiago Ramón y Cajal, nobel de medicina en 1906, dijo “todo ser humano, si se lo propone, puede ser escultor de su propio cerebro”. Desde la familia hasta el estado, debemos cumplir con la responsabilidad de proveerles a los niños el cincel y los modelos para prevenir las conductas delictivas y si se producen, que la moral guíe el arrepentimiento y no una simple estrategia cognitiva.