Hablar de despedida con derrota de la “Generación Dorada” es una impertinencia, que la sensatez debe restaurar inmediatamente, aunque nos duela la tempranera y hasta dolorosa eliminación, luego del previsible traspié ante EEUU. Estos muchachos se despidieron de los JJOO con todos los honores, porque aún sin medalla, jugaron y juraron “con gloria morir”. Y así será cuando se recuerde el paso de Manu, Chapu, Luifa y el mismo Carlitos con los colores "celeste y blanco".
Siempre destacaremos la calidad de estos hombres. El contagiable amor patriótico por un deporte que muchos conocieron a partir de ellos y por ellos. Mientras los Juegos de Río abdican ante el poderío norteamericano, nosotros nos conmovimos con el final de una era; y haber sido testigos de este tiempo, fue, es y será un veradero privilegio.
El magno Ginóbili y compañía corrieron los límites de las posibilidades y nos hicieron soñar. Alcanzaron hazañas memorables, como en el mundial de Indianápolis 2002 o en los Olímpicos de Atenas en 2004. Sus méritos van incluso mucho más lejos que los títulos alcanzados. Estos muchachos cambiaron para siempre al básquet argentino. Unieron el talento individual a la disciplina colectiva. Nos enseñaron cómo uno puede ser imprescindible jugando en equipo. Es es la verdadera solidaridad. Hubo logros, sobró identidad, construyeron algo no menor, épica y lo hicieron con "el alma"
Varios dijeron adiós este 17 de agosto de 2016, entre ellos un prócer como el bahiense y un soldado heroico como el santafesino Nocioni. Se fueron transmitiendo valores y trascendiendo más allá del básquetbol. Esta vez no habrá placer por una medalla de oro, habrá jactancia por algo mucho más valioso para el deporte argentino todo: "Un legado de oro".
"Suenen claras trompetas de gloria y levanten un himno triunfal, que la luz de la historia agiganta la figura..." de una Generación Dorada imborrable, liderada por el estupendo General, Don Emanuel Ginóbili. "A su sombra el básquet se agigantó para siempre..." Eternamente gracias!