La tradición de que el Presidente de la Nación sea padrino del séptimo hijo varón de una familia tiene sus raíces en la leyenda del lobizón, una figura mítica del folclore argentino. Según la creencia popular, el séptimo hijo varón consecutivo de un matrimonio se transformaría en lobizón, un ser que se convierte en lobo en noches de luna llena. Para contrarrestar esta superstición, se instauró una práctica que sigue vigente: el Presidente de la Nación asume el rol de padrino de estos niños, otorgándoles un reconocimiento simbólico.
El origen de la leyenda del lobizón
La leyenda del lobizón proviene de supersticiones europeas relacionadas con el hombre lobo. En Argentina, la versión más extendida señala que el séptimo hijo varón se transformaría en lobizón al llegar a la adolescencia, convirtiéndose en una criatura que deambula por los campos y pueblos durante las noches de luna llena.
Padrinazgo presidencial: una tradición centenaria
En 1907, el presidente José Figueroa Alcorta instituyó la tradición de ser el padrino del séptimo hijo varón de una familia para desmitificar las creencias en torno al lobizón. Con el tiempo, esta costumbre fue oficializada por ley en 1974, brindando al ahijado una beca escolar y un medallón conmemorativo. El objetivo principal fue evitar la marginación social de los niños nacidos en estas circunstancias.